GUILLERMO ZAPIOLA
Dos tipos de especímenes humanos van probablemente a odiar Apocalypto, la epopeya maya de Mel Gibson que ya se está exhibiendo en carácter de preestreno en Montevideo, y cuyo estreno "oficial" tendrá lugar el próximo viernes.
Sesudos académicos, profesores y estudiantes de diversas Facultades de Humanidades de América y el mundo, integran la primera categoría de enemigos potenciales del film. Son la clase de gente que todavía no ha aprendido a distinguir la realidad de la ficción, que creen que un libro de historia sobre la guerra de Troya es más interesante que La Ilíada, y que ya ha advertido que Pasión de los fuertes (1946) de John Ford equivoca hasta la fecha del famoso tiroteo del O.K. Corral. Por supuesto, también saben que nunca hubo una masacre en la escalinata de Odessa durante la revolución rusa de 1905 pese a El acorazado Potemkin, y que el príncipe Don Carlos fue un loco peligroso y no el héroe romántico, víctima de la maldad de Felipe II, que Schiller inventó.
Esa gente va a hacer, correctamente, el inventario de las inexactitudes históricas en que incurre Apocalypto, que a veces atribuye a sus mayas conductas aztecas y cuya acción uno tendería a ubicar más bien en los siglos X u XI hasta que ocurre algo que nos lleva inequívocamente al XV o XVI.
La segunda categoría está integrada especialmente por críticos cinematográficos que van a señalar que el film es una colección de clisés, que todo lo que ocurre durante su transcurso es previsible, y que en último término "esta película ya la vimos", excepto por los decorados exóticos (de hecho, y hasta donde llega el recuerdo, Hollywood ha hecho solamente otra película con mayas, Los reyes del sol, 1963, director J. Lee-Thompson, con Yul Brynner y George Chakiris). Eso se llama hacer crítica de argumentos, aunque el manual de "cómo ser crítico de cine en diez lecciones" incluye como lección número uno la que dice "una película no es su argumento" o "el guión es un punto de partida para la creación del director, que se produce a través de la puesta en escena". Más vale concentrarse en otra cosa.
INTENCIONES. Esa cosa puede ser, por ejemplo, tratar de entender el propósito de Gibson al lanzarse a producir, dirigir y coescribir (con el iraní Farhad Sarfiani) una aventura que se desarrolla en la América precolombina y en la que una tribu de indígenas pacíficos es asaltada por mayas más civilizados pero más sanguinarios que necesitan víctimas para sus rituales religiosos, que incluyen sacrificios humanos. Uno de esos condenados a muerte logra huir y buena parte del film consiste en una electrizante persecución a través de la selva en la que el héroe trata de salvar la vida de su hijo y su esposa embarazada.
Una manera de ver Apocalypto puede ser simplemente esa: la de entenderla como un ejemplo mayor de la gran tradición de cine sádico sobre cacerías humanas (El malvado Zaroff, 1932, de Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel, o la excelente y subvalorada La prueba del león, 1966, de Cornel Wilde), hecha con mucho mayor presupuesto que esos antecedentes. En ese sentido, Apocalypto sería cine de clase B con presupuesto de clase A, más el pulso narrativo (que ya casi nadie discute) de Gibson como director. Eso puede ser cierto, pero en todo caso constituye sólo una parte de la verdad.
AGENDA. Gibson no es sólo un profesional competente, sino también un tipo con ideas propias, y su película implica la expresión de un punto de vista personal. Lo han acusado de racista por describir mayas sanguinarios, omitiendo que sus héroes son también indígenas, y que había ingleses villanos en Corazón valiente y en El patriota, y motoqueros perversos en la serie de Mad Max. Esas son convenciones de género, y si se quiere "lugares comunes". ¿O habrá que llamarlos arquetipos, aquello que Horacio Quiroga amaba en el cine y especialmente en el "western"?
¿Una película con mensaje? No se emiten editoriales en esta película dialogada en maya yucateco. Hay, sin embargo, un héroe que combate por valores familiares y contra una Cultura de la Muerte que Gibson identifica con una civilización que exalta el aborto, la eutanasia y la experimentación genética, maneras civilizadas del sacrificio humano. Al final del film se habla de "un nuevo comienzo". En la toma previa ha aparecido una imagen hasta entonces inédita (y no apta para lectores de Las venas abiertas de América Latina), que sugiere que todo un cambio se avecina para el continente.
Un individuo perturbado pero talentoso
Un poco disimulado antisemitismo (que terminó de explotar en su estallido de alcohol e insultos de hace algunos meses) y un particular regusto por la violencia constituyen el Lado Oscuro de Mel Gibson. Pero Mel no es solamente eso.
Quienes creen que su cine (incluyendo La pasión de Cristo) solo es capaz de apelar a la truculencia como manera de enganchar a su espectador seguramente no han visto su primer trabajo como director, la historia de aprendizaje de El hombre sin rostro, ni se han molestado en apreciar, aunque sea para discrepar con él, el nivel de elaboración teológica (muy conservadora) del film sobre Jesús. Como dijera un crítico que no lo ama, hay que reconocer que "el maldito sadomasoquista antisemita sabe filmar".