América Latina pierde un grande

| El cantante, director y actor falleció este lunes a los 74 años

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Dos de sus películas figuran entre las cinco mejores de la historia del cine de su país. Si a eso, que lo hace un cineasta ineludible, se le une la enorme popularidad como cantante, se tendrá la dimensión exacta de un fenómeno matrizado en lo argentino.

No es extraño que las reacciones estallaran ante la noticia de la muerte de Leonardo Favio, ocurrida ayer al mediodía, tras permanecer internado durante varias semanas en una clínica a consecuencia de una neumonía. Tenía 74 años y desde hace unos cuantos padecía una polineuritis, que limitaba sus movimientos.

La procesión de lamentos y asombros incluyó en sus inicios a Graciela Borges ("me muero de dolor y eso que estoy acostumbrada a la muerte", decía por Twitter), a Susana Giménez ("se fue un grande irremplazable, todo lo que hizo lo hizo bien"), a Valeria Lynch ("se fue un artista increíble, un director único"), a Andrés Calamaro ("como cantante, como ocurrió con Sandro, fue uno de los artistas que más emocionó al pueblo").

Previsiblemente, a ese camino también se uniría la clase política. Porque aparte del talento artístico que lo transformó en referente, Favio supo manifestarse políticamente, como un peronista convencido, capaz de dedicar su película más extensa a su líder ideológico (Perón, sinfonía de un sentimiento, hecha en 1999, dura seis horas). El diputado Felipe Solá comentó: "Leonardo Favio fue el más grande poeta popular que conocí. La pena es muy fuerte. Es mucho lo perdido". Para el vicepresidente Amado Boudou se trataba de "un artista indiscutido, un hombre que puso su arte y militancia al servicio del pueblo".

Los honores para quien estuvo siempre tan cerca del poder peronista compondrán el adiós del artista. Hace apenas dos meses y pese a no sentirse bien de salud, hizo su última aparición pública, para que la Cámara de Diputados le otorgara el Diploma de Honor Presidente Néstor Kirchner, por "su trayectoria artística y sus convicciones intransferibles". Es necesario recordar que Favio condujo el acto de bienvenida a Perón en 1973, que su esposa debió abandonar el país al ser amenazado por la Alianza Anticomunisa Argentina y que él mismo debió marcharse al exilio en 1976, poco tiempo después de haber estrenado Soñar, soñar.

EXTREMOS.

Pero no hay dudas que la maestría lo iluminó cuando daba sus primeros pasos, enseguida de haber aparecido actuando en películas de Leopoldo Torre Nilsson (El secuestrador, 1958; La casa del ángel, 1960; Fin de fiesta, 1961), Fue cuando saltó a la dirección con Crónica de un niño solo (1964) y Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más... (1966). En la primera había una relación directa con la dureza de su infancia, en un relato conmovedor que hacía honores al neorrealismo italiano.

Favio había nacido como Fuaf Jorge Jury en Luján de Cuyo (Mendoza) en 1938. En plena niñez supo lo que era vivir en reformatorios, tras el abandono de su padre, lo que equivalía a decir vivir en muy malas condiciones, una realidad parecida a la que mostró en su primer trabajo detrás de cámaras. Pero su madre, locutora, ya le había sembrado la semilla del arte.

Para el segundo film se apoyó en un cuento de su hermano Jorge, El cenizo, encabezando el elenco con Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner, que poco después se convertiría en su primera esposa.

Esas dos películas compondrían una trilogía inicial, junto a El dependiente, de 1969, con muy buenas actuaciones de Graciela Borges y del uruguayo Walter Vidarte.

Para entonces, ya había iniciado su trayectoria como cantante, que estaría poblada por éxitos populares, como Quizás simplemente te regale una rosa, Fuiste mía un verano, Ella ya me olvidó, Quiero aprender de memoria, Mi tristeza es mía y nada más, Ni el clavel ni la rosa. Y hasta hizo su propia versión de la Chiquillada de José Carbajal, El Sabalero.

La extensión de algunos títulos de sus obras, contraponiéndose a otros muy breves (como el Aniceto que filmó en tiempo de danza con Hernán Piquín, en 2008), son reveladores del espíritu que parecía inundar a Favio a la hora de crear. Eran como sacados de los romanceros clásicos, para abordar y desbordar una realidad intransferiblemente argentina. Algo de operístico se fue colando en el cineasta austero del comienzo, y nacieron obras por lo menos polémicas, como la versión de Juan Moreira y la muy taquillera Nazareno Cruz y el lobo. Hay que decirlo: algunos críticos argentinos consideran a Juan Moreira una de las obras cumbres del cineasta.

Claro que lo operístico iba de la mano con lo popular y lo populista. En ese cruce hay que observar la paciente generación de Perón, sinfonía de un sentimiento, una película hecha de espaldas a la taquilla pero que Favio regalaba con placer a algunos de sus colegas.

El intelectual y el hombre de pueblo era una combinación que ya se notaba cuando era figura de éxito, con sus canciones. No le gustaba hacer ostentaciones del enorme éxito que tenía como cantante. Casi que se limitaba a hacer lo suyo, y en pleno delirio de sus fanáticos, se retiraba. Si bien fueron sus años más mediáticos, siempre estuvieron limados por la necesidad de volver a la vida simple.

El deterioro físico de los últimos años afectó su fuerza creativa. Tanto que se sabe que trabajaba en El mantel de hule, una historia con la que pretendía volver a los años de su infancia en Mendoza, para cerrar su ciclo vital.

Talento: Sus dos primeros films revelaron una maestría inusitada en el cine argentino.

Compromiso: Favio se movió en lo político con tal fuerza que lo mostró en varios de sus films.

"Fue uno de los más imitados en los boliches", recordó Rada

El estilo que promovió en la música y en el cine no tiene un equivalente de este lado del Río de la Plata. Sin embargo, El País consultó a dos figuras que al menos, comparten la misma generación. "Yo lo admiraba más como director de cine que como cantante. Sus películas son divinas, marcó una etapa buenísima en la pantalla. Conozco a todos los músicos que tocaban con él. Al igual que Palito y Sandro tenía canciones muy pegadizas y era uno de los más imitados en los boliches", dijo Ruben Rada. El conductor de televisión y exmiembro de Los Hot Blowers, Cacho de la Cruz, no llegó a conocerlo en persona, según expresó, porque "dentro del ambiente era de otro costal, pertenecía al segmento de los músicos intelectuales y lo mío era una cosa más fácil". Pero "le tenía gran estima, porque hacía las cosas bien. Nunca fue de darse a conocer, siempre se mostró muy recatado. Era un creativo, un tipo que tenía pasta".

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