Todo tiene que ver con observar y transmitir, opina Milagros Mumenthaler, directora de cine, 35 años, argentina. Hace casi un año que su primera película, Abrir puertas y ventanas, se exhibió en uno de los festivales de cine que organiza Cinemateca, y que el público en la sala quedó un poco impávido, como adherido al pequeño mundo misterioso que ideó esta cineasta que los miraba tímida, de pie junto a la pantalla y preparada para responder sus preguntas. "En un principio era: hay una casa y una persona muere. Meterse dentro y ver qué pasa con las tres hermanas que siguen viviendo ahí sin recurrir a las frases hechas", explica.
Es un mundo pequeño pero, productores y distribuidores agradecidos, universal. Una frase hecha para describir a esta película sería decir que se trata de tres hermanas que atraviesan un duelo. Pero el esmero de Mumenthaler complica la comodidad del mensaje simple. Según Godard una película es buena cuando coloca lo visible en un ángulo que permite al espectador percibir lo invisible, y esa fue la apuesta de esta directora. "Pensé a la película como una totalidad. En ese sentido para mí es una película donde no podía usar un recurso como decirlo todo. Cuando hablamos del conflicto que hay en una película, acá no es un conflicto tan grande ni tan claro. Es más el seguimiento de tres personajes y hay pequeños conflictos entre ellos que no están en las palabras".
Rearmarse. Milagros Mumenthaler nació en Argentina pero creció, hasta los 18 años, en Suiza. A esa edad decidió regresar, "a lo mejor porque idealizaba mucho al país. Sabía que quería estudiar cine y en ese momento en Argentina habían abierto muchas escuelas de cine. Era un panorama más favorable que en Suiza en donde no hay cine, no hay absolutamente nada...y no tenía ganas de volver." En Suiza le quedó la familia, convertidos además en co-productores de su ópera prima. "Mi hermana y mi cuñado, que es director de cine de animación, son los productores por la parte Suiza." En Holanda consiguió otro socio gracias al apoyo de los fondos Hubert Bals Fund y Hubert Bals Plus, que otorga el Festival de Cine de Rotterdam, festival habitualmente interesado en el cine sudamericano.
"El punto de partida para la película surgió de dos temáticas que venía trabajando un poco en mis cortos, que son las relaciones fraternales y la ausencia", explica. Las relaciones fraternales, o familiares, entendidas "como esas relaciones donde uno se cría y deviene en adulto. Entender a la familia como algo que uno no elige, que es como una imposición. Siempre me interesó mucho cómo se dan esas relaciones de amor y odio a la vez, y cómo el amor siempre está por encima, como un lazo muy fuerte que no encontrás en ningún otro tipo de relacionamiento." En Abrir puertas y ventanas hay tres personajes centrales que son hermanas: Marina (María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas). Las tres están pasando del mundo adolescente al mundo adulto, las tres son muy distintas entre sí. "Están en un momento en donde el pilar familiar ya no está y entonces se tienen que re acomodar".
Película a habitar. La casa del barrio Olivos (Buenos Aires) donde transcurre la película es un personaje más, pero evitemos la frase hecha: esta casa es la abuela que acaba de morir. "Representa a los que ya no están". La película comienza y termina dentro de ese espacio compuesto de distintos escenarios que la directora irá presentando de a poco, moviéndose siempre en el tiempo presente de estas hermanas, manteniendo la manía de dosificar la información hasta el último segundo de la cinta. Esta decisión narrativa genera en el espectador la sensación de sentirse incapaz de juzgar a alguno de los personajes ya que no conoce toda la historia. Por ejemplo, no sabe qué sucede con cada personaje cuando sale de la casa, cuál es el rol social de cada una fuera de la familia. No sabe qué pasó con sus padres ni por qué todas sus cosas están en el garaje. Ignora cómo era la relación con esta abuela, a la que llaman Alicia, y que las educó en una casona reluciente, de muebles finos, electrodomésticos viejos que empiezan a fallar, paredes empapeladas y cuartos prohibidos. Todo lo que no se sabe, lo que no se muestra -sin una intención morbosa de generar misterio-, se incrementa cuando lo invisible comienza a desbordar a través de lo visible. "Hay que pensarlo por el lado de que pareciera que todo lo que se dice no tiene importancia, que podrían decirse cualquier cosa, pero en el decir hay información y una intención de captar ciertas cosas de las relaciones, por qué una no le presta la ropa a la otra, por qué Violeta no se viste, cómo se hablan...Intenté que hubiera algo tratado desde lo más cotidiano posible. En cada detalle hay una pequeña información detrás".
Controles. Antes de escribir el guión todo lo que tenía la directora era un conjunto de movimientos de cámara, un tratamiento de la puesta en escena que parecía enfocarse en la segunda temática que originó el film: la ausencia. "Después vino la historia, cómo debía transcurrir, cómo irían transitando los personajes, cómo suceden los cambios. Igual, cuando terminé la película me di cuenta de que principalmente es una película de personajes. Meterse un poco en la intimidad de esas tres hermanas y lo que intenté fue que alguien las entienda y entienda los porqués." Desde su cámara, Mumenthaler deja ser a sus personajes, los acompaña con travellings que sobre todo aparecen cuando las hermanas están unidas, aunque sea escuchando en silencio una canción que debía escuchar su abuela, mostrando cómo una observa a la otra, cómo se acomodan en un mismo sillón. De cierta manera, la directora también las manipula. Esto se percibe en una escena donde coloca a dos de sus personajes estáticos, como si fuera una pintura y que tiene un fin casi metafórico de señalar los dos tiempos que habitan esa casa: el de la abuela y el de las nietas, el pasado y el presente. La cámara también se mueve silenciosa por algunos espacios vacíos de la casa generando una sensación de extrañeza. No poder ver esa casa desde la butaca intriga. Hay como una especie de juego de control que sobre vuelta: solo se ve lo que la directora quiere, cuando quiere. Entonces cuando muestra a Sofía escuchando Miranda! en un cuarto colorido lleno de chucherías, a Marina espiando al inquilino que vive en una casa en el patio, o a Violeta una y otra vez en la cama de su abuela o revisando su ropa interior en una cómoda que tenía prohibido tocar, comienza a salir lo subterráneo. El misterio, que parecía cercado por la cámara, empieza a revelar las intenciones de la directora: esta es una historia de una destrucción que debe volver a construirse. Hay una rabia juvenil por el abandono adulto, un abandono involuntario pero que deja a tres jóvenes huérfanas. Hay una búsqueda de roles, de reorganizarlos. Hay una necesidad de transformar a la ausencia en memoria. Hay dos tiempos: uno que pasa, como el pasaje del verano al otoño y al invierno que se ve en la película, y otro que queda suspendido. Ese tiempo suspendido es el del espacio de reacomodo, y es la casa toda, con sus paredes empapeladas, los muebles finos, los electrodomésticos viejos que empiezan a fallar. El cambio debe venir de los personajes, que deberán apropiarse de ese espacio como si fuera un signo de volver a tomar el control de sus vidas. Abrir puertas y ventanas puede ser vista como el retrato de una pérdida, pero sin solemnidad, utilizando las diferencias entre esta pequeña familia como medio de tensiones y de humor.
Involuntario. "Hay muchas sutilezas que dependen de cada espectador, si está atento o no. Pero tiene que ver más con una visión de realidad que uno tiene para hacer una película. Intenté ser lo más realista posible, que la información se dé con pequeños gestos, con pequeñas miradas, con cositas. Intenté dosificar hasta dónde digo, hasta dónde utilizo los detalles que por ahí puede distender la narración pero que me parece más natural en los personajes". Mumenthaler pensó tanto en los detalles que incluso decidió filmar en 35 mm, en un mundo de cine digital, porque era más coherente con el mundo de Alicia. Tuvo que reconstruir parte de la cocina donde se rodó para respetar la casa que imaginó para esta mujer y sus nietas, una casa luminosa, "no quería que fuera un bajón, no quería que fuera una casa claustrofóbica, la tensión está más por la relación entre ellas que por el ambiente de la casa", dice. La abuela Alicia fue el punto de partida para los detalles que surgen del arte. Las actrices, incluso, aportaron parte del decorado de los cuartos, imaginando qué les gustaría a sus personajes y a su abuela. Sin embargo, tanta preocupación por esquivar lo explícito le trajo alguna sorpresa. En Europa suelen vincular automáticamente a esta película con la dictadura argentina. "Me preguntan mucho por esto. Es como una presión. Yo creo que hay visiones clichés de ciertos países y tratan de buscarlas en las películas. En Argentina también me pasó lo mismo, cada país puede ser susceptible a su historia, a sus temas. Si en su interior alguien quiere generar ese vínculo, bien."
Actrices jóvenes
"Cuando se trabaja con actrices tan jóvenes lo ideal es filmar de forma cronológica pero ahí aparece el asistente de dirección para decirte que te olvides ", dice la directora. Martina Juncadella tenía 17 y Ailín Salas 16 cuando rodaron. Hubo tres meses de ensayos previos donde se trabajó desde la relación entre las actrices hasta el vestuario de los personajes. "Recién cuando se vio a nivel físico algo de la actitud de los personajes empezamos a trabajar el guión".