Florencia Bertotti siempre corre con ventaja: alcanza con dejarla sonreír para que todas las puertas se abran a su paso. A los veintidós años es la dueña de un trofeo codiciado: los niños —espectadores sinceros hasta la crueldad—, que la han consagrado triunfadora.
Hubo un tiempo, mientras ella componía a Valeria Marquesi en "Son amores" (2002/2003), en el que Cris Morena advirtió que allí estaba la actriz ideal para encarnar a Floricienta. Y no se equivocó. El ciclo de televisión resultó un producto de exportación que, además, rindió frutos jugosos en el teatro, la industria discográfica y el universo del merchandising. Ahora, en su camarín y después de un día en el que ha grabado durante doce horas, Florencia reflexiona sobre las razones por las que a los más chicos les fascina Floricienta:
—Creo que la explicación está en un conjunto de cosas: la estética, el color, el mensaje con valores positivos. Floricienta es una heroína con buenas intenciones, y lo que hace mal funciona como un ejemplo de lo que no se debe hacer. Como ese mensaje también les gusta a los grandes, los chicos sienten que está aprobado por sus padres, y eso los tranquiliza. Supongo que lo que permite que los chicos se identifiquen con Floricienta es que, a pesar de ser buena, ella también se equivoca, es torpe y tiene sus egoísmos. Además, es transgresora, y a los niños les gusta jugar a romper el límite. Por otra parte, en mi vida personal me llevo muy bien con los chicos porque en ellos encuentro un mundo de sinceridad que me encanta. Soy incapaz de subestimar a un niño. Creo que todo eso se refleja en el modo en que compongo el personaje, y los chicos lo perciben y lo agradecen.
—Si cuando eras chica hubiera existido un personaje como Floricienta, ¿pensás que habría contado con vos como espectadora?
—Creo que sí. En mi infancia, me identificaba con Xuxa, que no era un personaje de ficción. Pero lo que me encantaba era ver que ella tenía algo diferente. Recuerdo que Xuxa se bajaba de una nave espacial, y si bien yo sabía que eso era un divague y que seguramente detrás de lo que se veía había cartones, me moría de ganas de ir dentro de esa nave. Con los chicos de hoy pasa algo semejante: en algún lugar saben que Floricienta es un personaje, pero les gusta jugar a creérselo.
Sentada sobre el diván, en el discreto camarín de los estudios Pampa, Florencia habla, ríe y gesticula con la naturalidad de una chica parecida a muchas otras. Y esa es la imagen que tiene de sí misma cuando mira hacia atrás y se ve, a los once años, pidiéndole a su madre que la lleve a los castings.
—Mi primito había hecho una propaganda, y yo no paré hasta que mi mamá aceptó —cuenta.
—¿Hacías berrinches?
—No, argumentaba. De chica me hacía la intelectual; era terrible. Palabra más, palabra menos, le decía así: "Hablemos como personas civilizadas; dame una razón para no dejarme ir; si no me explicás, tu actitud es autoritaria". Al final, la convencí. Pasé un año yendo a los castings, pero no tenía suerte. Elegían a chicos muy particulares: pelirrojos con pequitas, rubios de ojos celestes, morochos de ojos verdes. Y yo... Yo era común y corriente.
—Si tenías la misma sonrisa que ahora, eso debió de haber hecho la diferencia.
—No, porque en aquella época mis dientes se estaban terminando de acomodar, así que ni siquiera sonriendo... —explica, entre carcajadas—. Pero, a pesar de los fracasos, no perdía la esperanza. Siempre salía segurísima de que esa vez sería la vencida y los tres días siguientes a cada prueba los pasaba pendiente de que sonara el teléfono.
Cuando Florencia llevaba un año en el ejercicio de la paciencia, el sueño se hizo realidad: tenía la textura y el sabor de la mermelada. "Cuando hice esa propaganda, sentí una alegría que no puedo describir con palabras; mo me cambiaba por nadie en el mundo", evoca.
—¿Qué perdiste al haber comenzado a trabajar a los doce años?
—Las fiestas de cumpleaños, que eran a las cinco de la tarde y a las que nunca podía ir. Pero, por suerte, todo fue paulatino. Después de esa propaganda, trabajé en "Dulce Ana", donde grababa dos veces por semana. Yo lo tomaba como un hobby; era como ir a natación o a zapateo americano. En primer año del secundario trabajé cuatro o cinco meses. En segundo, me quedé libre por la filmación de "El faro". Valió la pena, porque actuar en cine es como estar en otro mundo. Recién cuando fui con mi mamá a ver la película me di cuenta de lo que había hecho. "Aparezco un montón de tiempo en la pantalla", me asombré. Es que a los catorce años no tenía conciencia de estar trabajando; todo me parecía un juego.
A pesar de las horas dedicadas a esa actividad semilúdica, Florencia terminó el secundario y comenzó a cursar el CBC con la intención de seguir la carrera de Psicología. De un solo envión, la ola del éxito televisivo la alejó de la costa universitaria.
—¿Por qué elegiste estudiar psicología?
—Porque me gusta escuchar a los demás. Aparte, tenía la fantasía de que como psicóloga podría dar consejos y ayudar a la gente a tener una vida plena.
—¿Te psicoanalizabas?
—No, en esa época no. Cuando empecé a hacer terapia, durante el segundo año de "Son amores", entendí que el terapeuta no está para aconsejar.
—¿Y para qué pensás que está?
—Para que uno tenga un espacio donde hacer catarsis sin que nadie lo juzgue. Al principio, si quería contar que estaba enojada con mi mamá, por ejemplo, daba vueltas porque me sentía injusta. "Bueno, en realidad, quizá yo tengo la culpa... porque ella...", balbuceaba. Hasta que la terapeuta me explicó: "Decí lo que sea, que aquí no se ofende nadie". En las primeras sesiones, medía el provecho en función de si había llorado o no. Creía que cuanto más lloraba, mejor.
—¿Renunciaste a la idea de seguir una carrera universitaria?
—No, es algo que tengo pendiente. Pero, ¿quién va a querer atenderse con Floricienta?— conjetura, y se larga a reír, divertidísima con su propia ocurrencia.
Se la ve tan a gusto en la existencia que uno diría que el destino la ha tratado con guantes de seda. Se la nota tan bien dispuesta hacia el futuro —que imagina casada con su novio, Guido Kaczca, y criando hijos— que el dolor no parece haber rozado su biografía. Nada más lejano a la verdad. Florencia Bertotti tuvo que defender la alegría de un revés prematuro y sin retorno: su padre murió cuando ella tenía apenas dieciséis años.
—Durante mucho tiempo negué la muerte de mi papá —dice. Entonces, por única vez durante toda la entrevista, la luz se le escurre de la mirada; los ojos se le vuelven espejos empañados, pero respira hondo y sigue hablando—. Me resultó de los momentos importantes de mi vida. Además, en nuestra relación quedaron muchas cosas en el tintero. Como él vivía en la provincia de Corrientes, nos veíamos poco. Eso me enojaba. Cuando nos avisaron que había fallecido, mi mamá y yo acabábamos de llegar de vacaciones. Mi hermana, en cambio, había regresado una semana antes que nosotras. Mi primera reacción consistió en decir: "¡Qué suerte que estamos acá; mirá si ella, pobrecita, hubiera estado sola para recibir la noticia!". Ese día lloré un montón. Pero enseguida hice como si nada, volví a ser una castañuela. Guido me preguntaba si no quería hablar, y yo le contestaba que no, que estaba todo bien. Era pura negación. Mi hermana hizo el duelo a tiempo; a mí, los ataques de llanto me vinieron como dos años después. Sólo entonces estuve muy mal. Yo siempre había pensado que con el correr de los años iba a poder mejorar el vínculo con mi papá, pero de pronto caí en la cuenta de que esa posibilidad ya no existía.
—¿Qué les dirías a los niños que tienen que afrontar la muerte de un ser querido?
—Que cuando una persona muere, sigue existiendo dentro de uno. Eso es lo que yo siento respecto de mi papá: él está presente en las anécdotas, en las risas que compartimos, en los recuerdos que conservo. Además, a esos chicos les diría que no duden de que, pese al dolor de la pérdida, siempre llega el momento en que uno vuelve a estar contento otra vez.
—Floricienta es capaz de querer a los niños ajenos como si fueran sus hijos o sus hermanos. ¿Qué pensás sobre esa suerte de familias del corazón?
—Que funcionan como pilares en la vida de las personas. Todo es cuestión de dar amor, de conocer al otro y de dejarse conocer. Los maridos, por ejemplo, son la familia del corazón: un ser al que elegís para toda la vida y que no lleva tu sangre, que no recibió la misma educación que vos, que se crió de otro modo. Al principio, adaptarse al otro no es fácil, pero hay que ser constante. La clave está en respetar su modo de pensar y en tratar de llegar a una comunión, a pesar de las diferencias. Los amigos también son la familia del corazón: esa es la gente que a uno lo hace feliz. Hablando de familias elegidas, te voy a contar algo que, cuando lo supe, me puso la piel de gallina: algunas madres adoptivas consiguen amamantar a sus hijos. No conozco la explicación fisiológica de algo tan maravilloso, pero con sólo saber que eso ocurre, siento que el cariño es el poder más grande.
—¿Qué valores querrías inculcarles a los hijos que soñás tener?
—Ante todo, el valor de la familia. Querría transmitirles la importancia de los lazos entre los hermanos, padres e hijos; la utilidad de dialogar. Eso es lo que yo viví, gracias a Dios, aunque mis padres se separaron cuando yo tenía siete años. Así y todo, siempre nos apoyamos, estuvimos unidos y aprendimos a compartir: el colegio, el trabajo, las relaciones con los amigos, el noviazgo. También me gustaría inculcarles el valor de la libertad. Pero no me refiero a la libertad caprichosa del que dice "yo hago lo que siento y no me importa nada de nadie", sino a la libertad de ser consecuente con lo que uno dice que espera de sí mismo y en trabajar para lograrlo.
—¿Les mostrarás a tus hijos las grabaciones de su mamá haciendo de Floricienta?
—Y... en algún momento se las mostraré... Aunque no quisiera complicarles la cabeza con mi profesión. Pero es más fuerte que yo: el otro día me guardé un plato de Floricienta para cuando tenga 77 años.
—¿Y qué pensás hacer con él entonces?
—Mostrárselo a mis nietos. Se me ocurrió que va a ser muy gracioso enseñarles a mis nietos un plato con mi cara.
—¿Cómo te imaginás el día en que dejes de ser Floricienta?
—Me va a costar muchísimo dejar este personaje. Sé que lo que más voy a extrañar es el cariño de los chicos. Los chicos son maravillosos: les sonreís y te sonríen; así, sin caretas, sin querer venderte nada, sin juzgarte.
Adriana Schettini
(La Nación - GDA)
Un fenómeno imparable
Nacida en la televisión argentina, "Floricienta" se exportó a más de treinta países; México y Brasil compraron el formato. Pero el producto también dio sus frutos fuera de la pantalla chica. A saber:
Teatro:
- En el Gran Rex se hicieron 55 funciones con más de 165.000 espectadores.
- En el teatro Orfeo, de Córdoba, se presentó los días 27 y 28 de agosto con dos funciones cada vez.
- En el Luna Park presentó funciones los 10,11,17 y 18 de este mes.
- En el Cilindro Municipal de Montevideo se presentará, también con doble función, los días 24 y 25 de setiembre.
Música:
- El primer disco, "Floricienta y su banda", vendió más de 150.000 unidades y es Triple Platino.
- La versión karaoke vendió más de 40.000 unidades y obtuvo el Disco de Platino.
- El segundo disco, "Floricienta", vendió más de 120.000 unidades y también es Triple Platino. En Uruguay vendió más de 4.000 unidades y se llevó el Disco de Platino.
Merchandising:
- Incluye más de 200 productos licenciados: platos, remeras, mochilas, tazas, ropa, carpetas, álbumes, lapiceras, agendas y cosméticos, entre otros.
- Con más de un millón de unidades, las figuritas son el producto más vendido.