Por: Martín Cajal
Los tres se conocen y son amigos. Sus propuestas musicales se diferencian entre sí, pero comparten una tendencia natural a la hora de componer, alejada de un esquema de canción que abunda bastante en la actualidad, cuyo formato estandarizado y ya digerido llevan, a veces, a un resultado previsible, caduco a nivel expresivo y direccionado desde el vamos. Donde, como dice Guazzone, "ya está todo planteado y ya sabés a dónde apunta cada cosa y cuál es tu comportamiento frente a esa propuesta".
Esta distancia no se la plantearon de un modo consciente. Sin embargo, resulta igual de notable cuando se escuchan las canciones de Alessandro Podestá (25), Nicolás Guazzone (33) y Valentín Abitante (29): uno recibe un efecto inusual y a la vez movilizador, que va más allá de la amenidad de una melodía, del gancho de un estribillo o de la fácil persecución de un ritmo. Algo impreciso sucede allí, en esas canciones, y acá, dentro de uno.
Valentín nació en Juan Lacaze y se formó allí. Uno de sus maestros fue Rafael Perazza, quien le acercó mucha música uruguaya. A los 20 años vino a Montevideo y al año ingresó en el coro de la Universidad de la República, donde recibió un aprendizaje más académico: "Canté repertorios de distintos períodos, desde el Renacimiento, el Barroco, hasta la música del siglo XX". Hace un año que formó Cucú Rapé, el grupo que integra junto al bajista Diego Mirandetti, la cantante Leticia Vidal y el baterista Pablo Balbela, y que es una suerte "de resumen de diez años de composiciones mías". Aunque sin disco aún, en las canciones que está presentando, Valentín ofrece un interesante encare a la hora de contrastar la dinámica e intensidad de los sonidos. Cuando canta y toca la guitarra parece un guerrero poseído, destinado a cantar. Es que en sus espectáculos, también se da un juego casi teatral: a veces, él y Leticia encarnan a pajaritos que dialogan, o evocan mediante gestos y voces la presencia invisible de un mosquito...
Nicolás, por su parte, relata algunas vivencias que aportaron en su formación. "Me ponían en un ómnibus para ir a ver a mi abuela de una punta a otra de la ciudad y yo iba cantando en el viaje. O en 5º de escuela me enamoraba y escribía una canción a capella en un rinconcito. A los 13 años fui a Brasil y me encontré con unos vinilos de Chico Buarque, eso me reventó", recuerda. Más adelante aprendió guitarra con Amílcar Rodríguez Inda, "que hace un tipo de guitarrismo muy bueno. Tenía una forma de tocar música culta totalmente distinta, tiene un libro que no conseguí sobre las formas de sacar nuevos sonidos con la guitarra. También fue muy importante encerrarme como cinco años a tocar música de forma autodidacta y después salir". Por último, Nicolás destaca sus estudios con los reconocidos musicólogos y compositores Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis. "Hice un curso con Coriún de composición, que podría decirse de pre-composición, porque fui un mal alumno, y con Graciela un seminario de música culta del siglo XX. Venía de esos años de aislamiento y aparecen estos gurús de la música uruguaya: me partieron la cabeza". Todavía no tiene un álbum grabado, pero está presentando un espectáculo musical y de rasgos también teatrales llamado "Mudo". Él canta y toca la guitarra, y lo acompañan un percusionista, un bajista, una flautista traversa y un coro de voces (que Valentín integró y que ahora integra Alessandro). Entre tema y tema, cada uno levanta papelitos escritos que comentan, interactúan entre sí, se divagan, agradecen. En sus espectáculos, se destaca la capacidad de Nicolás para capturar la atención. Uno está extrañamente seducido y otras veces, consigue situar a uno en una instancia de escucha activa, reflexiva.
En el caso de Alesandro, su aproximación a la música está más vinculada a la escucha antes que a la educación formal. Un amigo le enseñó acordes y "estuve como una año tocando sólo una cuerda, la sexta, hasta que aprendí a tocar las otras". Integró bandas de rock, punk y pop, tríos de guitarra, grupos de improvisación, pero también se dirigió hacia un camino de escucha y creación vinculado a referencias latinoamericanas. En 2007 empezó a tocar solo, "un poco por necesidad, otro poco por el desencanto frente al trabajo grupal, cada uno quería dedicarse a su carrera y se encaraba la música como un pasa tiempo". Entre el año pasado y éste, preparó su primer álbum, Aspavento, de edición artesanal e independiente y en el que participó Federico Viana, con quien canta desde hace 5 años. En el trabajo se acompaña sólo de guitarra, voz y de una flauta traversa (Valentina Pécora, quien también integra "Mudo"), y compone ocho canciones breves, de letras sintéticas y de acordes densos en climas y evocaciones.
Un punto en común ente ellos es su inspiración en el folklore y en la música popular latinoamericana. De hecho, los tres tienen una forma de expresión afín a la generación de cantores uruguayos surgida a finales de la década del `70, en plena dictadura militar. Un grupo de músicos como Jorge Lazaroff, Luis Trochón, Rubén Olivera, Leo Masliah o Fernando Cabrera, quienes ofrecieron propuestas compositivas novedosas (en relación a la canción popular de su generación paterna - Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Los Olimareños, José Carbajal...-) que no son tan exploradas en la actualidad - salvo excepciones conocidas como Asamblea Ordinaria, o el caso reciente de Diego Azar, entre otras-.
"Creo que hay una intención de no apuntar a una cosa unidireccional en la propia escucha. Esa puede ser una conexión con esa generación", dice Alessandro. En el mismo sentido, Nicolás añade: "Algo destacable de esa generación de músicos es la actitud que tenían frente a la situación de su momento; una actitud creativa, de reformularse y proponer cosas. En mi música, intento retomar ese mismo tipo de comportamiento de buscar otras soluciones, preguntas y problemas, sin emplear los mismos comportamientos estéticos, aunque a veces también hay influencias en ese sentido. En lo político, hoy en día el golpe no es el mismo, entonces la situación estética tampoco lo es. A mi manera de entenderlo, ahora es como si hubiera varios golpes imperceptibles pero que en su totalidad terminan generando un golpe. Creo que de aquellos músicos retomamos ese riesgo en el hacer, de no quedarnos con lo que ya está establecido previamente y provocar al escucha con algo que, quizá, no tenía previsto cómo comportarse frente a eso".
De ahí que Alessandro hable de la sorpresa como un elemento que también caracteriza al estilo de los tres: "Dentro de una misma canción, hay un desarrollo que creemos que puede ser asimilable por el que lo escucha, pero que además a veces no es exactamente lineal o normal". Valentín opina que aprovechan "la sorpresa como una herramienta para que el otro no tenga una actitud pasiva, que es lo que sucede a veces con la música ya digerida". Nicolás bromea y agrega: "Música indigesta sería". Se trata de un tipo de sorpresa que, dentro del contexto de sus canciones, adquiere un rol expresivo; para que además de aplausos, "la gente quede con una lamparita y se cuestione: `bueno, qué pasó acá`", explica el cantante de Cucú Rapé. Por su parte, Guazzone añade otros componentes presentes en su música, como "el error, el defecto, la mugre, la incapacidad: lo que supuestamente no está bien. Pero que, si tienen un proceso creativo por detrás, pueden generar preguntas en el otro". Y explica: "La incapacidad para repetir un modelo hecho y de `buen comportamiento musical` puede obligarte a esforzarte y generar otra capacidad". En ese sentido, esa capacidad diferente también puede llevar a una instancia de comunicación también distinta. Ni mejor ni peor, distinta. "Cuando estás viendo algo y alguien se equivoca, enseguida llama la atención; hablo del error, entonces, no necesariamente como algo negativo".
MÚSICA Y PALABRA. Palabra y música. En algunas partes de sus canciones, esos dos lenguajes se relacionan de una forma creativa, distinta, fruto de tanteos y hallazgos de raíz personal que provocan en ocasiones un resultado expresivo notable.
Hacia el final del tema Topezno, Alessandro canta: "Aun cuando piense en lo que cuesta...Sigue expreso". Tras esta palabra comienza un rasgueo de guitarra que avanza veloz, expreso. A través de este pasaje musical, su autor enfatiza esa necesidad por continuar que se menciona en la letra.
En Suicidio, Nicolás habla de alguien que se está por tirar, y cuando lo hace, realiza un gesto con las cuerdas que se aproxima, en su apariencia sonora, a una caída. Después, la canción adquiere otro clima guitarrístico y su compositor canta: "Acá de este lado las cosas no pesan tanto....".
En Dame una chapa, las cuerdas de la guitarra sintonizan con el recitado de Valentín, quien interpreta a un `plancha` que pide una moneda. En un momento, canta: "Dale amistad, no te cortes, no te regales, que tengo un corte", y en ese momento la ejecución de la guitarra cobra un acento más agresivo. Al terminar, concluye: "No te asustes, pa´mis hermanos, que están desnudos, una ayudita amigo", y la canción se esfuma de un modo tal, que uno llega a comprender de alguna forma a ese personaje cotidiano. Y gracias a una canción que no tiene metáforas, ni señas políticas, ni moralinas ni conclusiones.
"La canción en sí no pertenece a alguien que la hace, sino que es de ella misma, como si fuera parte de la Naturaleza", explica Nicolás. En ese sentido, el creador interactúa con su creatura musical, "establece un diálogo en el que ella te dice qué relación quiere tener entre el sonido y la palabra. Creo que en el trabajo de los tres tratamos de plantear nuevas soluciones o modos de cómo hacer ese tipo de relación en tal lugar de la canción, con tal palabra, con tal gesto sonoro. Esa cuestión detallista creo que se encuentra en los tres, pero de modos diferentes a la hora de encararlo", concluye. De ahí que la sonoridad de sus guitarras resulten atractivamente extrañas, por momentos sugestivas del contenido letrístico y que su repertorio de sonidos sea bastante infrecuente con respecto al que predominan en gran parte de las canciones locales de la actualidad.
"Una porción de la gente necesita ver cosas un poco renovadas, cuestionadoras", dice Valentín. Pero a la vez, confiesa que las propuestas de ellos también poseen "canciones más tradicionales en cierto sentido, que la gente disfruta con cierto goce. Creo que ninguno de los tres renegamos de ese costado de la música que también es parte de ella y más de la música popular. Hay cosas que hago que sé que muchas veces están dentro de un estándar, pero lo hago con gusto, y también disfruto mucho cuando veo a la gente disfrutar esas cosas ya frecuentadas". Y explica: "Como escucha, además, no me interesa que me estén todo el tiempo cuestionando, me gusta que me lleven de un lado para otro. Por eso, creo que no hay que subestimar a la gente y darles algo solamente digerido, ni tampoco pensar que la gente no se cuestiona nada por sí sola".
El tránsito creativo de ellos puede tener un riesgo: "Hay mucha gente que hace cosas afines a lo que hacemos nosotros, pero que no toca muy seguido, ni tiene disco, ni puede acceder al público", cuenta Alessandro. Además, apunta que hay "demasiadas propuestas para la cantidad de gente que hay". Nicolás comenta que "cuando hay alguien o alguienes (sic) que proponen algo un poco distinto, creo que es una jugada arriesgada pero que puede también tener su llamador para cierto público, que quizá necesita, sin saberlo, escuchar una propuesta que no sea más de lo mismo". A continuación, explica que en toda creación hay "un grado de redundancia" y otro "de novedad". Lo primero refiere a lo ya conocido; lo segundo a lo que no abunda. "Las relaciones entre esos grados no son sólo de cantidad sino también de calidad, no en cuanto a mejor o peor, sino que en cómo se dan esas relaciones. En eso, hay una forma que es la de Valentín, otra que es la de Alessandro y otra que es la mía, que se van definiendo. Y hay otras, por ahí, que hay que ir a conocerlas". Y buscarlas...