ENTREVISTA
Fue protagonista de los primeros programas de los canales 10, 4 y 12. En 1972 y por un exnovio que había sido tupamaro, terminó encarcelada. Hoy tiene 86 años y desde 1986 vive en España.
De melena corta, la voz dulce y complexión menuda, Marisa Montana fue una pionera de la televisión. Nacida en El Cerro, la actriz, bailarina y conductora, integró elencos de los primeros programas de Canal 10 (Etelvina tú eres mi amor, Enfermera de guardia, Los reyes magos, entre otros) hasta que consagró su fama como conductora de Las tres tareas de la buena voluntad, en 1961 en Canal 4. El “pase del año” lo protagonizó al año siguiente cuando se incorporó a Teledoce y condujo Ayúdeme usted y Buenas noches Marisa, además de ser parte de El show del mediodía y de Discodromo Show.
Luego las cosas empezaron a complicarse. Ya a mediados de los '60, la demostración en cámara de sensibilidad por los pobres o desempleados le había jugado alguna mala pasada y la baja de contratos de publicidades o programas. Algunas cartas de televidentes la tildaban de “marxista”, “una barbuda” admiradora de la revolución cubana.
Tenía actividad sindical en SUA (Sociedad Uruguaya de Actores) y fue parte del Movimiento de independientes 26 de marzo, pero siempre rechazó la opción armada en materia política. Es más, la confrontaba. “Nunca fui tupamara, ni marxista. Yo soy libre pensadora y artiguista. Estaba en el área cultural de un movimiento político que era legal. Teníamos discusiones con quienes querían usar las armas”, asegura.
Sin embargo, un novio que sí estaba dentro de la organización guerrillera marcó su destino. Aunque ya había terminado aquella relación amorosa y ella desconocía el compromiso del joven con el MLN-T, la noche del 22 de julio de 1972 fue detenida. El represor Manuel Cordero estuvo al frente del operativo. Ese mismo día, Montana había participado de una serie de sketches para el programa que tenía Eduardo D' Angelo en Canal 4. Todavía con el maquillaje televisivo estuvo encapuchada los cinco días de plantón: “Nunca me voy a olvidar porque me pesaba el rímel en las pestañas”, recuerda.
A aquel exnovio lo procesaron por el delito de “atentado a la constitución en grado de conspiración seguido de actos preparatorios”. “A mí me dieron encubrimiento de todo eso”, recuerda Montana, de memoria detallista y sentido del humor envidiable. Estuvo presa hasta setiembre de 1973.

Después se radicó en Buenos Aires, donde trabajó junto a Zelmar Michellini, Juan Gelman, Rodolfo Wolsh, entre otros. Regresó y vivió en el anonimato en Atlántida y allí vendió flores o comida para vivir.
Con la vuelta a la democracia, tuvo algunas experiencias de TV, pero su “frondoso prontuario” la condenó. Reconocida como expresa por el general Hugo Medina, entonces ministro de Defensa, fue dada de baja del programa La ruleta de la fortuna, de Canal 4. No conseguiría más otro trabajo en la televisión uruguaya. “Fui censurada en democracia”, asegura.
En 1986 armó las valijas y desde entonces vive en España, donde fue parte de decenas de espectáculos, publicidades y hasta de un circo.
En su apartamento en Torrevieja (Alicante) atiende la llamada Sábado Show. “Vivo sola y hablar me da vida”, dice ahora, a los 86 años. Le encantaría regresar a trabajar en Uruguay en teatro o televisión. “Si yo tuviera trabajo, volvería... me iría de cabeza”, asegura.

Pionera.
Su verdadero nombre es María Luisa Gómez. Se formó en arte dramático y a finales de los '50, uno de sus compañeros de teatro, Enrique Fernández, la convocó para “algo nuevo”. Se llamaba televisión y por entonces, se ejercía en las instalaciones de Saeta Canal 10, en unos galpones linderos al Cilindro Municipal.
“Yo ni sabía lo que era eso. En el ambiente de teatro estaba muy mal visto. ¿Qué es eso de la TV? Nadie lo tomaba en serio y se lo miraba como un desprestigio del arte y de la comunicación. En el comienzo, básicamente fue gente de radio la que hacía televisión. De teatro no había nadie”, recuerda Marisa.
Sin embargo, ella no tenía el prejuicio y se animó a aceptar la invitación de Fernández. Juntos hicieron en Saeta la primera serie nacional, titulada Etelvina, tú eres mi amor, una ficción inspirada en la histórica I love Lucy. Todo se hacía en vivo porque no existía el videotape.
Enfermera de guardia fue otro proyecto de aquellos comienzos. A la manera adelantada de Dr. House, Montana presentaba casos médicos complicados y su resolución.
Por aquel entonces, Marisa Montana trabajaba en UTE y ganaba 220 pesos mensuales. La agencia de publicidad que la contrató para Etelvina... (en ese momento los programas eran producidos por las agencias) le ofreció 750. Cuando la “gente de teatro” supo de estos salarios, se terminó el prejuicio sobre la televisión y así se hicieron varias series, todas en vivo.
La memoria de Montana no se pierde detalle. “Saeta era el único canal. Cuando estaba por salir Canal 4 y veíamos alguna noticia de que estaba demorada la importación de equipos en la aduana, nosotros nos íbamos a un bar cerca del Cilindro a celebrar, que no había competencia por ahora”, recuerda.
Finalmente, en 1961 inauguró Canal 4 y Montana fue de las primeras convocadas. Condujo junto a Jorge Nelson Mullins, Las tres tareas de la buena voluntad, un programa que unía entretenimiento con sensibilidad social y causas solidarias. Fue un suceso. Montana se convirtió en la primera comunicadora que lloró en cámaras al conmoverse con la historia de un niño sordo. La conmoción pública fue tal que terminó siendo tapa de revista y reconocida como la mujer más sensible de la pantalla.
Al año siguiente se inauguró Canal 12 y Montana integró su primer equipo de comunicadores. Por ese entonces, era la esposa de Ruben Castillo, con quien estuvo casada seis años. Salían en fotos y eran la pareja más reconocida del país. A instancias de su mujer, el comunicador y periodista se animó a adaptar la propuesta radial en la pantalla del 12. Se llamó Discodromo show.
A nivel social y político, Marisa Montana entabló amistad con Mario Benedetti (quien le dedicó un poema), Eduardo Galeano, Domingo Carlevaro, Mario Jaunarena y otros intelectuales de izquierda.

Años oscuros.
Después de haber roto con Castillo, en 1967, Marisa Montana comenzó un noviazgo con un joven estudiante de derecho. Eran tiempos de agitación política. Lo acompañaba a las asambleas así como él solía llevarla a los compromisos televisivos de la comunicadora. No convivían.
“De pronto, él empezó a borrarse. Pensé que tendría otra. En un momento que lo encontré, terminamos porque él se desaparecía”, asegura.
Tiempo después, Marisa Montana supo que este novio en cuestión (a quien prefiere no nombrar) “estaba muy comprometido” en relación al movimiento tupamaro. Cuando cayó detenido, en aquellos interrogatorios insaciables, soltó el nombre de su famosa exnovia como una de las personas que estaba en conocimiento del accionar del MLN-T. Otro que la nombró fue el “traidor” del movimiento, Mario Píriz Budes.
Así fue como la conductora terminó en un calabozo en julio de 1972. Si bien negó siempre conocer las actividades clandestinas de su expareja, la procesaron. “Fui la única de la televisión que se mojó los pies”, asegura.
Estuvo presa en el Penal de Punta de Rieles hasta setiembre de 1973. Un teniente que solía darle conversación, le confesó un día: “En el casino oficiales, todos están de acuerdo en que usted es una desgraciada”. Marisa Montana fue una especie de trofeo, una manifestación de poder militar que en aquellos años ya había desarticulado completamente al MLN-T pero seguían viendo “sediciosos” en todos los ámbitos.
“Ellos sabían muy bien que yo no era tupamara. Me tenían porque eran cholulos”, dice la conductora. Si bien la noticia de la detención no salió en los diarios, en la interna militar corrió como un jugoso chimento. No fueron pocos los oficiales que acudieron a la celda a presenciar cómo tenían recluida a semejante celebridad. “Me tenían aislada, abrían la puerta y me mostraban como mono de feria”. Cuando la exhibían, ella lloraba.
“Lloraba de verdad y lo exageraba porque soy actriz. Me decía por dentro: “Marisa, de esta vas a salir viva”.
Y salió. Una vez liberada y después de un pasaje por Buenos Aires, Montana siguió con una vida anónima en Atlántida, donde se casó nuevamente con un viudo y le crío sus dos hijos.
Tuvo tuberculosis y por eso no pudo ser una de las presentadoras del legendario acto del Obelisco, en 1982. En su lugar estuvo Cristina Morán, quien fue silbada por momentos por la concurrencia. Montana le escribió entonces una carta a su colega para solidarizarse.
Con la reapertura democrática tuvo algunas oportunidades de publicidad y también en el programa La ruleta de la fortuna, de Canal 4. Pero según Montana, el general Hugo Medina, entonces ministro, “mandó parar”. “¡Cómo esa señora, con frondoso prontuario, va a estar trabajando en televisión!”, habría comentado.

Una tarde, en la calle San José, se cruzó con Américo Torres, otro pionero de la televisión y que tampoco logró volver a trabajar en los medios después de haber sido presentador de un acto del Frente Amplio. “Américo Torres nunca más trabajó y era el mejor de todos nosotros”, comenta.
Exilio.
Como su madre residía en España, Marisa Montana decidió proseguir en Europa con su vida en 1986. Radicada en Madrid, fue amiga y vecina de Juan Carlos Onetti y no tuvo dificultad para trabajar: hizo publicidades e integró un circo por varios años como presentadora. Hasta hoy trabaja en publicidad: hace poco protagonizó un aviso de una marca de comidas preparadas, como “abuela celosa”.
En 1997 volvió a Uruguay por primera vez para cumplir con la última voluntad de su madre. Trajo sus cenizas para que descansen en el país. Desde entonces, regresa de visita cada tanto: el último viaje fue en mayo pasado.

Cuando gobernaba el Frente Amplio, y a sugerencia de amigos, se ofreció en Canal 5 para integrarse en algún proyecto. “Nunca me llamaron. Porque yo no estaba ni con tirios ni troyanos. Yo estuve presa con “La tronca” (Lucía Topolansky), sé cómo son…”.
La dictadura le había embargado su apartamento y debió pagar una elevada suma en los ’80 para recuperarlo. Su amigo, el abogado Helios Sarthou, la instó a que iniciara acciones reparatorias. “Yo te voy a cobrar hasta el último peso”, le dijo. Pero ella se negó.
Le dijo: “No importa. Salvamos la vida. Eso es lo único importante”.
Marisa Montana no tuvo hijos biológicos. Vive con su perro Lucas en un monoambiente frente a la playa del Mar Mediterráneo: eso le recuerda al Cerro de Montevideo, donde nació. Con un regreso artístico a Uruguay cumpliría su mayor deseo.