"Hacer cine es mi cueva”, dijo Arauco Hernández en una entrevista realizada meses atrás cuando se encontraba terminando Los enemigos del dolor, la primera ficción que acaba de estrenar y que lo tiene como guionista y director.
Unos años atrás ya se había probado dirigiendo junto a su hermana Ayara el documental Rumor. Para muchos Hernández es el mejor director de fotografía del cine local, lo prueba los títulos en los que trabajó: Gigante, Hiroshima, Norberto apenas tarde, La vida útil, Rincón de Darwin, El Bella Vista, El lugar del hijo. Decidió que iba a ser cineasta a los 17 años, inspirado por la decisión que tomó otro colega, Rodrigo Plá (La demora) y desde entonces la fotografía y la escritura fueron sus pasiones.
"Cada vez trato de pensar más en la función emocional de la fotografía", adelantó en esa misma nota a la revista Guía 50 y ese es el mejor logro de Los enemigos del dolor. Puso la cámara en manos de Thomas Mauch, habitual colaborador de Werner Herzog y coproductor del documental El Bella Vista (Alicia Cano, 2012); "era la primera vez que Thomas le daba la cámara a alguien en una de sus producciones y hubo roces y gritos, pero la relación devino en amistad. Cuando pensé en un fotógrafo para Los enemigos fui más allá de la estética visual que estaba buscando y pensé en cómo quería que su espíritu impactara en el rodaje y en la película. El espíritu de la cámara fue lo más importante de la fotografía, debía estar en concordancia con el espíritu del personaje principal. En el rodaje hubo gritos y hubo amor, me enseñó cosas importantes, los valores de un soldado del cine".
"Pensaba que entendía por lo que pasaban los directores pero no era así, en carne propia todo es infinitamente más complejo", confesó Hernández sobre su debut, "confié en el equipo de rodaje, ese grupo de colegas con el que decidís embarcarte es por lejos lo más importante: al final eso es todo lo que tenés", lanza sugiriendo otra similitud con la historia que quiso contar, la de cuatro hombres que se conocen en un Montevideo triste y dolorido a finales de los 80. Entre calles vacías, cielos grises y casas destruidas corre un actor berlinés (Felix Marchand) en busca de una novia uruguaya que lo abandonó (Ayara Hernández). Se topará con otros personajes derrotados, una especie de poeta loco (Pedro Dalton), un guardia de seguridad que atraviesa una separación (Lucio Hernández) y un joven huérfano (Mathías Perdigón) abusado por los líderes de una iglesia pentecostal. Entre ellos formarán una coraza de protección, se transformarán en guardianes huyendo del dolor de un mundo del que se sienten dejados afuera.
Los amigos.
El preestreno de esta película se realizó con una función especial en la Sala Zitarrosa a sala llena, con gente cercana y no al equipo de rodaje y con un toque de Buenos Muchachos para terminar de digerir la historia. Una iniciativa muy acertada y que sería interesante repetir en un momento en que el cine local tiene problemas para arrimar a los espectadores a las salas. Ese mismo espíritu de camaradería que envolvió a la película se siente cuando Florencia Abbondanza, encargada de buscar las locaciones, elemento narrativo esencial de la película, cuenta que dedicó más de siete semanas a recorrer fachadas y edificios descuidados, encontrar a sus dueños y convencerlos de dejarla filmar en esos espacios carcomidos. "Las locaciones se lucen porque el guión necesitaba esas locaciones", explica, "filmamos en la periferia de la Ciudad Vieja, en el borde, Arauco me repetía que la película era la calle Piedras y yo utilicé como referencia a El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987)". Luego de muchas visitas a casonas abandonadas en peligro de derrumbe, Abbondanza dio con locaciones que sorprenden al espectador, como un hospital abandonado que el director de arte Gonzalo Delgado se dedicó a transformar.
El carácter condenado y sombrío de la ciudad por la que se aventuran estos guardianes, estuvo musicalizado por Manuel Rilla (que también participó en el montaje junto a Pablo Riera y el realizador Federico Veiroj) y Maximiliano Silveira. "Desde el guión ya estaba implícita la música, descrita como melodías grandilocuentes pero al mismo tiempo instrumentadas con la inexpresividad de un sintetizador", detalla Rilla. "Durante el montaje trabajamos únicamente con referencias, comenzamos a avanzar en la música cuando ya casi estaba cerrado el corte final. En un principio intentamos evitar la electrónica de los sintetizadores porque nos gustan las cuerdas pero nos dimos cuenta de que el sonido sintético le entraba como guante al espíritu emocional de la película entonces agarramos los teclados ."
El capitán.
Cuando se le pregunta a Hernández cómo comenzó a imaginar esta historia, responde que "fue apareciendo. Comencé a escribirla cuando todavía vivía en Nueva York. Cayeron Ayara y Felix -su marido y protagonista de Los enemigos- a visitarme y yo estaba escribiendo una película basada en una comunidad de pseudo artistas extranjeros de mi entorno, una película de aventuras que rendía homenaje a Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño. Estudiaba cine en la Universidad de Columbia y les pedí que me ayudaran con un deber y protagonizaran un ejercicio. El resultado fue muy hermoso. Decidí que iba a escribir algo pensando en ambos. Lo que esbocé entonces dista mucho de lo que terminaría siendo Los Enemigos nueve años después, y lo que terminó siendo rescata el clima de aquel guión basado en Bolaño.
—¿Cómo fue la escritura del guión?
—Hubo unas 12 versiones. Micaela Solé, productora de la película, tuvo que leer por lo menos ocho versiones diferentes donde la película cambiaba bastante, comenzando por un relato muy simple para ir sumando aventura con cada nuevo borrador.
—Los personajes me recordaron al Bruno Stroszek de Herzog y a Rainer Werner Fassbinder en La ley del más fuerte, ese estado de derrota que se supera a fuerza de voluntad y de bondad propia y ajena, mientras que la ciudad aparece como una amenaza constante ¿Cómo son los personajes que más te impactan?
—Me interesan las películas que tratan a sus personajes como sujetos llenos de particularidades que no pueden adaptarse a vivir como ellos suponen deberían, los que tienen que resolver algo en ellos mismos para poder salir adelante y superar aquello que los oprime. Pero de esas películas son de las que hay menos, generalmente uno ve películas donde los protagonistas son modelos de la sociedad -algo que en el fondo no existe- que deben superar situaciones extraordinarias, situaciones que vienen a alterar el statu quo en el que se supone debemos vivir todos; esas me interesan menos.
—El espectador podría encontrar tu película familiar a cintas como El dirigible (Pablo Dotta, 1994) o Alma Mater (Álvaro Buela, 2005) en cuanto a ese retrato del país hundido en una crisis, ¿en algún momento viviste a la ciudad de esta manera tan agresiva y oscura?
—No creo que la ciudad sea sólo agresiva y oscura, creo que más bien estaba "golpeada" por una dictadura y años de crisis. Sin embargo, esa aparente oscuridad está poblada de personajes luminosos. La luz no proviene de las calles, la luz, el calor, lo emanan las personas. Las personas son el verdadero refugio en esta película, la ciudad es el contexto adverso que los personajes deben enfrentar en comunión los unos con los otros. Pero este contexto no es adverso de por sí, es adverso para su carácter, son ellos los que deben transformarse. La ciudad es sólo una ciudad sumida en la pobreza.
—A medida que avanza la película la estructura de montaje cambia y las escenas finalizan con transiciones, una elección bastante rara en la cinematografía local, ¿por qué elegiste ese recurso?
—Lo fui sintiendo en el montaje, que las transiciones debían tomar un giro levemente onírico a la vez que la película debía tornarse de a momentos en una novela gráfica.
—¿En algún caso escribiste pensando en los actores?
—Escribí pensando en Felix. Cuando apareció el personaje de Pedro lo llamé Pedro y lo desarrollé pensando en él. El personaje de Lucio lo había visualizado completamente diferente, un hombre con sobrepeso. Sergio de León (asistente de dirección) insistió en que viera a Lucio, decía que tenía el ángel de esta película. Lo vi. Sergio tenía razón y le pedí que la hiciera.
—¿Qué tanto te costó la dirección de actores en esta primera ficción que dirigís?
—Trabajar con los actores fue de las cosas que me reportaron más placer. Me cuesta la expresión "dirección de actores" porque insinúa un método y la verdad es que no creo que haya algo así. Creo que con cada "actor" uno establece un tipo de comunicación única y diferente a la que tienes con resto. Pero lo hacés con todos en el equipo también, tratás de establecer una complicidad en sus propios términos con cada persona.
—¿Cómo dirías que es la lectura del amor en tu película?
—El cine ha narrado y sobrenarrado historias de amor que concluyen en el encuentro. Pocas son las películas que narran el desencuentro, el fracaso en el amor. Me interesaba hacer una película donde sus protagonistas se enfrentaran al fracaso y al vacío que deviene una vez que se reconoce la pérdida. En la película los personajes encuentran consuelo en la comunión con otros. La amistad es la salida.

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