-Se cumplieron 10 años del estreno de 25 Watts.
-En aquel entonces hacer cine era un sueño que se había vuelto realidad. Hoy es casi que un modo de vida y estamos por terminar la séptima película (3). Fue una experiencia increíble y un verdadero salto hacia lo desconocido. De cierta forma 25 Watts también definió mi vida, porque durante el proceso de hacerla y gracias a todo lo que nos pasó después, decidí que quería vivir en Uruguay.
-¿Cómo pensás, desde tu rol de productor, que marcó al cine nacional?
-Abrió cierta perspectiva que se intuía pero que no existía empíricamente: que se podía hacer cine en Uruguay con relativos pocos recursos. Pienso que Juan Pablo (Rebella) y Pablo (Stoll) marcaron una diferencia importante respecto a lo que se venía haciendo, poniendo muchísimo énfasis en el guión y en el rigor en la dirección de actores.
-¿Qué fue lo más complicado de lograr?
-Creer que podíamos. Luego, las cosas fueron fluyendo.
-¿Recordás especialmente alguna anécdota?
-Para el Festival de Rotterdam (2001), había recursos escasos para terminar la copia 35mm. y faltaba tiempo. Al final, la copia llegó conmigo, en mano, porque me negué a despacharla en Ezeiza. Llegué menos de 20 horas antes de la proyección para la prensa. Mi equipaje se perdió y llegó la mañana posterior a la presentación ante el público.
-¿La has vuelto a ver en estos diez años?
-Me sabía todos los diálogos de memoria, la habré visto 20 ó 25 veces. Pasaron unos cuantos años y una tarde la agarré empezada en I.Sat. Me quedé mirando y por un momento sentí el impulso de hacer zapping... pero me fue atrapando y, a pesar de que sabía qué iba a pasar, quería seguir viéndola. Hacia el final, cuando Javi maneja el auto -que era de mi viejo- y suena Yo sé, de Exilio Psíquico, se me cayó una lágrima. Creo que no le cambiaría nada.