En Villa Velázquez, Sebastián Cabrera
En la plaza principal de Villa Velázquez, enorme y vacía, pueden pasar más de 10 minutos sin que se vea un auto o una moto. Acá, en el interior profundo del departamento de Rocha y con las sierras de fondo, solo se escucha el ruido de las hojas caídas, el viento y de vez en cuando el rugir de algún camión cargado de madera, símbolo de la forestación que trajo algo de progreso al pueblo, aunque tampoco demasiado. Pero, sobre todo, hay silencio en Velázquez. Demasiado silencio.
Este es uno de esos pueblos que luce detenido en el tiempo y donde siempre parece que no pasa nada. Pero algunas cosas pasan: en la villa hay conmoción y dolor por el asesinato de la adolescente Ana Emilia Romero, de 15 años, y de a poco se empieza a hablar sin tapujos de casos de prostitución infantil en este pueblo de algo más de 1.000 habitantes.
Que algunas muchachas, incluso de 12 años, cobraban unos pesos por tener sexo era algo que, hasta que apareció el cuerpo de Ana Emilia en el fondo de un aljibe, solo se comentaba en confianza, o como un rumor o un chisme más.
En la esquina de Hilario Gómez y la calle 14, justo frente a la plaza, hay apenas dos o tres personas en la vuelta, que miran con algo de desconfianza al forastero. Allí está el edificio de la junta local y, unos minutos después del mediodía, el tema excluyente de conversación -como en cualquier otro lugar del pueblo- es el crimen de Ana Emilia y todo lo que lo rodea. Y lo seguirá siendo durante semanas y semanas. Las cuatro funcionarias manejan todo tipo de teorías y especulaciones, como si fuera la novela de la tarde.
"Ana era una chica muy discreta, nunca daba que hablar", dice una de ellas. "Sí, pero hay muchas dudas", acota otra, mientras revisa unos papeles. Y cuenta que es raro que, si la muchacha tenía relaciones sexuales a cambio de dinero, la madre no supiera nada. Luego pregunta: "¿Hasta dónde es prostitución si tu madre te permite andar con uno de 37 años?". Todas coinciden en algo: nadie denunció nada porque, si había prostitución infantil, eso no se veía en las calles del pueblo. Era puertas adentro.
"Mirá, ahí va el que era el novio", dicen casi a coro. Señalan a Rodrigo, un adolescente de 18 años que -mate en mano y con las bolsas de las compras- cruza la plaza. Fue novio de ella durante dos años y medio, hasta poco antes de que cumpliera 15.
Rodrigo se para a conversar. Dice que Ana "tenía sexo por los cigarros", pero que "la otra, la de 12 años" -se refiere a María (no es el nombre real), una amiga de Ana, que está embarazada de Aparicio, trabajador rural de 37 años que también está siendo indagado por este caso-, "lo hacía por plata". Rodrigo habla lento y pausado. Se lo ve triste. Antes de seguir camino, cuenta que desde hace ya unos años "se puso de moda" que las adolescentes "tengan sexo por plata".
Mientras, en la junta siguen cuchicheando. Hasta que, de golpe, las cuatro hacen silencio: acaba de entrar a la oficina el tío político de Ana Emilia. Viene a hacer un trámite y todas se callan. Ya afuera, el hombre se encoge de hombros y dice a Qué Pasa que no la conocía demasiado: "Pero con verla ya bastaba para darse cuenta en qué andaba, ¿no?".
A la vuelta de la plaza está la escuela. Por primera vez allí hay una niña embarazada: María está de seis meses y medio, y en la escuela harán todo lo posible para que apruebe sexto año antes de dar a luz. Un referente educativo de la ciudad, que pide no ser identificado, dice que en Velázquez "hay un núcleo de prostitución infantil "y que "son las propias madres las que las prostituyen".
En concreto, se trata de al menos dos familias (una de ellas la de Ana Emilia) donde las hijas tenían sexo por dinero. Son casos puntuales, ya que en la escuela hay 167 niños. Pero la visión de las autoridades educativas es que "hay que focalizar a este grupo e intervenir" para solucionar la situación.
Los responsables de la salud de la localidad tienen la misma visión. Uno de ellos, que también pide no ser identificado, dice que "asombra que estas cosas pasaran al lado" y que hasta hace poco "nadie se daba cuenta". Es que en Velázquez, dice la fuente, "existe una promiscuidad importante en niñas de 11 y 12 años, que se prostituyen, pero la situación está restringida a algunas pocas familias" y se arrastra desde hace un par de años.
LA FAMILIA. "Nos vemos a las cuatro en el club", dice por teléfono Eduardo Romero, el padre de Ana Emilia, quien está separado de la madre de la chica. Es jornalero y trabaja "en el monte" cerca de Lascano, pero interrumpe sus tareas para ir a Velázquez a hablar con Qué Pasa. Un poco antes de las cuatro de la tarde, Romero llega al pueblo en una camioneta blanca, pero es la hora de la siesta y el club está cerrado, así que la charla se da en la puerta de la casa de su hermano, mientras él -con boina tejida en la cabeza, a pesar del calor- arma un cigarro.
Romero lamenta no haber ido a la fiesta de 15 de su hija, pero no quería encontrarse con su ex mujer. Dice que un personaje del pueblo fue el que le armó el cumpleaños y que quería llevarla a Maldonado para prostituirla. "Pero el amor de su vida era Rodrigo", dice Romero. De hablar entreverado, relata que "la verdad de las cosas es que Ana Emilia andaba con gurises de 30 y pico de años y ejercía la prostitución".
Quienes la conocían, dicen que Ana Emilia era sociable y simpática. En los bailes del club no se solía emborrachar ni era el centro de la reunión, más bien pasaba desapercibida, cuentan algunos. No iba al liceo y, según su madre, pensaba todo el tiempo en cómo conseguir dinero "para comprar celulares y championes".
Olga Nahir de los Santos vive con sus hijos en un rancho humilde de techo de paja, a una cuadra y media del aljibe donde apareció muerta Ana Emilia. "El pueblo está horrible, no es el mismo", dice ella, sentada en el sofá del living, donde hay ropa tirada por todos lados. Sobre la mesa, varias galletas de campaña y un tarro de margarina. En un rincón, el arbolito de Navidad.
A su lado están la pequeña Yamila y Sebastián, la hija más chica y el hijo más grande. Con Ana Emilia eran siete hermanos, pero Olga piensa unos segundos cuando Qué Pasa le pregunta cuántos hijos tiene. "Cinco", se apura a responder Sebastián. Olga hace un silencio y dice que no, que "son seis, además de Ana".
Olga tiene el rostro serio, pero no se la ve emocionalmente destrozada, como uno pensaría que está una madre cuando su hija de 15 años murió hace unos días. A veces, claro, la procesión va por dentro. "Hay que encontrar a los culpables", dice.
Ella no sabe si su hija tenía sexo por dinero, pero le parece raro que fuera así. Su versión es distinta a la del padre. "Acá plata nunca traía, ella siempre andaba con falta de plata", dice Olga. "Y estaba desesperada por comer, así que imposible (que se prostituyera), nunca tuvo plata. Si no, andaría llena y no arrasaría con todo lo que había".
En el living de la casa de Isaura Olivera, una vecina que vive hace cuatro años en Velázquez, hay una foto de Ana arriba de la chimenea. Ella era algo así como una segunda madre para la chica, quien pasaba mucho rato en su casa. De hecho, Isaura "arregló" a Ana para la fiesta de 15 y denuncia que la madre la hacía prostituirse. "La trataba peor que a una perra. Acá estaba todo tapado y tuvo que ocurrir una tragedia para que salga a la luz".
ALJIBE. A menos de tres cuadras de la plaza, ya en las afueras de Velázquez, está la casa de paredes coloradas donde Ramón Barreto -de 68 años, que hacía changas y tiempo atrás revistó en el Ejército, único procesado por delito del homicidio al cierre de esta edición- alquilaba una pieza por 1.200 pesos.
Allí, en esa pieza, a unos metros del aljibe, estrangularon a Ana Emilia después o durante la relación sexual que Barreto (y no se sabe si alguien más) tuvo con la adolescente. La ataron con alambres en la cintura, en las piernas y en un brazo, y también la ataron a una batería, antes de meterla en el aljibe.
Según consta en el auto de procesamiento, Barreto confesó (después de dar versiones contradictorias) que el 28 de noviembre citó a Ana Emilia y la esperó borracho. "Fuimos al cuarto. Le pedí que se desnudara, dejó la ropa en la silla, yo me puse el preservativo y ahí empezó la historia". Pero Barreto dice no acordarse cómo terminó ella en el aljibe. El certificado del médico forense, Gustavo Vitancurt, indica que murió por asfixia y considera que hubo contacto sexual "probable" previo a la muerte.
Barreto dijo a la jueza que mantenía relaciones sexuales con adolescentes y no con mujeres mayores: "me atraen las niñas". El padre de Ana dice que, por lo que ha oído, su hija "solía ir a la casa de él a cambio de plata".
Pero todos en el pueblo aseguran que esto "no lo hizo solo el viejo", que hay más gente involucrada. El mismo Barreto lo dijo en el juzgado antes de admitir su participación en el asesinato: "Deben de haber sido dos personas… con lo que pesa el cuerpo muerto más la batería". Y cuando confesó su participación, le preguntaron si hubo otra persona. Él asiente con la cabeza, en señal de que sí: "Alguien que me hubiera ayudado con todo este relajo, yo ya estoy en el degüelle (…). A mí me cuesta creer que lo haya hecho solo". El padre de Ana afirma que dará 15 o 20 días más a la Justicia y, si no se aclara del todo el crimen, cortará la ruta.
La jueza Marcela López trabaja sobre la "hipótesis" de que haya "una segunda persona" responsable del homicidio, dice el vocero de la Suprema Corte de Justicia, Raúl Oxandabarat. Por ahora no hay una investigación puntual en relación a una red de prostitución infantil, dice Oxandabarat, aunque tampoco "es descabellado que exista una organización detrás dedicada a explotar a las niñas", ya que "allí tenemos personas muy jóvenes ejerciendo la prostitución y además se desprende de las actuaciones que estas personas recibían dinero por la actividad sexual".
César de los Santos, un vecino muy querido en el pueblo, es el dueño de la casa donde vivía Barreto. Pero desde que se encontró el cuerpo, decidió irse a lo de uno de sus 11 hermanos. Hoy volvió por primera vez después de varios días e invita a pasar al fondo de la casa: muestra el aljibe y luego señala la ventana de su dormitorio (a unos 20 metros). "Está lejos, yo no escuché nada", relata. Pero no quiere hablar mucho: "No puedo, la Justicia está investigando".
Camina lento y tiene la mirada perdida. Igual es amable y muestra la batería a la que fue atada Ana Emilia. "Yo ya le había dicho a él que no trajera más niñas... Lo que pasa es que tomaba". Un vecino, que vive enfrente, entra a la casa a saludarlo y se pone a escuchar. "Mi padre fue policía 30 años. A mí me criaron con otros valores de vida", dice De los Santos.
Otro de los indagados es Aparicio, el trabajador forestal que habría dejado embarazada a la niña de 12 años, quien vive en una casa humilde a un par de cuadras de la casa de De los Santos. Aparicio está trabajando en el campo a media tarde y en su casa atiende Hilario, su padre, un peón de estancia que hoy vino a ver a su hijo debido a todo lo que ha pasado. "Él no tiene nada que ver", dice Hilario, un hombre bajito, sesentón y de manos curtidas. "Acá el problema son las madres, son las peores", dispara Hilario. "Hay gurisas de 11 y 12 años preñadas, esto es un puterío corrido".
Pero esta versión de prostitución infantil y libertinaje no es compartida por todos en Velázquez. Por ejemplo, Giselle, la encargada de la farmacia, dice que "no se puede generalizar" y su compañera agrega que no le gusta que "se ensucie a Velázquez" porque haya una niña de 12 años embarazada.
El maestro Pedro Terra, presidente de la junta local hasta 2010, piensa que el problema de Velázquez es el progreso, que trajo una población flotante de hombres que viene a trabajar en la forestación. "De un día para el otro aparecen 50 personas y no sabemos quiénes son ni de dónde vienen", dice Terra. "Antes nos conocíamos todos. Ahora no tanto".
COPAS. Al costado de la ruta 15, que atraviesa el pueblo, está el "Bar y Parrilla El Hornero", que en rigor es un bar de copas donde no se sirve comida, ni hay parrillada. Al dueño le dicen "el Mená" y es todo un personaje local. Ahora hay cuatro personas acodadas al mostrador tomando whisky o cerveza.
"¡Cómo está Velázquez! Se puso complicado para viejos como vos", bromea uno de los parroquianos al dueño del bar. "Ah, pero sería lindo tener cerca un poco de carne fresca", responde "el Mená". El humor negro también está en Velázquez. Después el hombre se pone serio y dice que aún no puede creer todo lo que pasó. "Pero en estos casos es mejor no haber visto nada y no saber nada".
Uno de los parroquianos reafirma ese concepto: "Sí, sí. Yo, sordo, ciego y mudo". "El Mená" sostiene que buena parte de los problemas pasan porque las adolescentes andan por la calle hasta las 12 de la noche. "¡Y no puede ser que ahora los padres no puedan pegar una buena cachetada de vez en cuando!", dice.
Un cartel anuncia que este 24 de diciembre hay baile en el club (tocan Los Dukes) y otro avisa que "no se fía". Pero tomar es barato: la medida de whisky nacional sale 25 pesos y el importado 35. "El Mená" saca todo para largar una partida de casín, mientras Juan -uno de los clientes- dice que el drama de Velázquez es que "acá la gente toma y se pone agresiva". De hecho, dicen que Fernanda -la dueña del prostíbulo local- suele afirmar que en Aiguá (donde tiene otra sucursal) la gente es menos agresiva. "Barreto, cuando está fresco, es un tipo impecable", cuenta Juan.
La tardecita cae en el pueblo y Florencia, la enfermera de la policlínica, se prepara para volver a la ciudad de Rocha, donde vive. "Este es un pueblo raro, muy raro. Las chiquilinas jóvenes salen con tipos grandes", dice. "Acá todos sabían pero nadie denunciaba. Pero ¿sabés qué? Las locas del quilombo son las que manejan todo. El piquete en la ruta pidiendo justicia, por ejemplo, lo organizaron ellas".
A eso de las seis de la tarde aún no llegó Fernanda al prostíbulo. A esa hora duerme. El que prepara las cosas para abrir en un rato es Pino, su marido. De afuera, es un galponcito de techo de chapa y no dice mucho, pero por dentro está ambientado con luces de diferentes colores. "Acá tenemos solo tres o cuatro pibas y todo en regla", dice Pino, un cincuentón de pelo largo y bigote.
Pone el termo y el mate arriba de la barra y está irritado porque más temprano escuchó a Jorge Traverso en radio Oriental hablar de "una trama de explotación sexual" en Velázquez. "¿Una red de prostitución infantil? ¡Cómo agrandan las cosas! Se les fue la mano", dice Pino. "Habrá dos o tres gurisas que hacen unos pesos, pero no una red". El antídoto para que no ocurran crímenes terribles como el de Ana Emilia, asegura él, es "el quilombo". Acá, dice Pino, la gente se descarga.
Un sitio con mucho de historia
A mitad de camino entre la ciudad de Rocha y Lascano, está Velázquez. En 2004 se la denominó "capital histórica", ya que allí estaba la pulpería del caudillo blanco Bernardino Olid, protagonista de la Guerra Grande. Muy cerca del pueblo se desarrollaron las batallas de India Muerta. Y en Velázquez vivió de chico el poeta y periodista Constancio Vigil, fundador de la editorial Atlántida en Buenos Aires.
Pueblo trágico
"Para Velázquez hay un antes y un después de este caso tan chocante", dice el maestro Pedro Terra, presidente de la junta local hasta el año pasado, cuando el pueblo dejó de tener autonomía y pasó a depender de la Intendencia Municipal de Rocha.
A pesar de lo que dice Terra, hay al menos tres antecedentes relativamente cercanos de asesinatos no aclarados en la villa, que le dan un aire algo trágico a este pueblo de 1.136 habitantes, según la estimación de 2010.
Hace unos tres años apareció en el Embalse de la India Muerta, a unos kilómetros de Velázquez, el cuerpo de un joven. Nunca se supo qué pasó allí ni quién lo mató.
También hace unos años -dicen los vecinos- apareció muerto un monteador forestal, en lo que se especula fue un ajuste de cuentas.
Más atrás en el tiempo, en la década de 1990, el pueblo se vio conmovido por el asesinato de un pequeño productor rural, también a unos kilómetros de la localidad. En teoría lo mataron para robarle en su casa en el campo, cuenta la gente de Velázquez.
Pero ninguno de esos casos fue tan trágico como la muerte de Ana Emilia Romero, que está rodeada de denuncias de explotación sexual.
"Este siempre fue un lugar bastante tranquilo", dice Berta Castro, la encargada de la vieja oficina de Antel, que sigue teniendo sus clientes en el pueblo. Castro también era cronista para algunas radios y diarios rochenses, en la época en que no había teléfono celular ni internet.
Doloroso recuerdo de CURTINA
Las historias de explotación sexual se dan en muchos lados y no solo en Villa Velázquez. Hace unos días, por ejemplo, fueron procesadas dos mujeres en Curtina, en Tacuarembó, por un caso de prostitución infantil. En agosto de 1994 el periodista César di Candia entrevistó para el semanario Búsqueda a la médica rural María Mirandette, que trabajaba en Curtina. Ella contó que había adolescentes que cobraban por tener relaciones sexuales. "Le hablo de prostitución clandestina, no controlada y expuesta a todo tipo enfermedades". También mencionó el "derecho de "pernada": se casaba una chica de 14 años y "le habían hecho saber que en su noche de bodas iba a venir el patrón de su marido a desposarla". La doctora lo impidió. Después que se publicó el artículo, Mirandette renunció.