Publicidad

Tristán Narvaja se transforma, se rompe la armonía entre feriantes y temen que la feria pierda su esencia

Compartir esta noticia
feria de Tristán Narvaja

Feria turística

Las disposiciones municipales redujeron los espacios disponibles para armar. Los feriantes temen que la pandemia sea utilizada como una excusa para regular la feria a prepo, sin considerar su opinión.

Como un discreto gesto de rebeldía, Javier armó su puesto algunos centímetros por afuera de la línea blanca que pintó la Intendencia de Montevideo (IM) para delimitar el nuevo espacio de circulación que debe asegurarles la feria de Tristán Narvaja a sus clientes. Por encima del tapabocas negro que le recorta el rostro, los ojos le brillan. La transgresión es mínima, pero para quien lo percibe el mensaje es claro.

Para un visitante cualquiera, el domingo pasado el movimiento de la feria empezaba a parecerse a lo que era antes de la declaración de emergencia sanitaria; pero entre los feriantes que habían decidido retornar ese día corría una sensación extraña. La inexplicable armonía que usualmente lograba que unos 3.850 puestos se distribuyeran el espacio, sin conflicto, a lo largo y ancho de 57 cuadras, sin que mediara ninguna autoridad, daba señales de fisura.

¿Esto también es culpa del coronavirus?
Más o menos.

Si hasta ahora la esencia anárquica del mercado a cielo abierto más longevo del país —150 años de vida— era parte de su encanto para atraer clientes, quienes trabajan en él sospechan que la IM está “aprovechando” la “excusa” de evitar la propagación del virus para avanzar en su resistido plan de regularización. Temen que algunos cambios radicales que les han dicho que son “provisorios”, se perpetúen. Y no piensan permitirlos si no son tenidos en cuenta en la toma de decisiones.

Tras el 13 de marzo pasado, ante la alerta de que la gente seguía asistiendo masivamente a Tristán Narvaja, la comuna resolvió que en sus primeras tres cuadras solo podrían venderse alimentos y artículos de higiene. Permitió el armado de puestos en el resto del espacio, siempre y cuando se respetara la distancia de un metro y medio entre personas.

Esta medida terminó ordenando circunstancialmente el inicio de la feria por tipo de mercadería, pero también implicó que todos los puestos que se armaban sobre las veredas se retiraran. Estos representan el 50% de la oferta dominical.

Para controlar el cumplimiento de la normativa, la IM puso en marcha un operativo que desplegó una quincena de inspectores y presencia policial: caras nuevas en un “micro barrio portátil” que quiere mantenerse auto regulado.

feria de Tristán Narvaja
7.700 trabajan en la feria cada domingo de acuerdo a un censo realizado por el Colectivo Cultural Tristán Narvaja.

Facundo Pérez, el director de Convivencia Departamental, confirma que en los últimos domingos a varios feriantes se les puso multas de entre seis y ocho unidades reajustables (desde $ 7.560 a $ 10.080) por no desarmar en el nuevo horario previsto (hasta las 14:00), por no mover el puesto de lugar si así se les solicitaba, y por vender alimentos con origen desconocido.

Incautaron 34 kilos de carne de cerdo. “Pusieron al animal arriba de la mesa y lo cortaban a serrucho”, describe.

Luego de dos meses sin actividad, y a pesar de que la ausencia de los turistas redujo las ventas entre 80% y 90%, el domingo pasado decenas de feriantes decidieron volver. “Nunca tuvimos autoridades, ni de la intendencia ni entre nosotros mismos; nuestro respeto se basaba en la antigüedad, pero eso vino a cambiar con la venida del virus porque quedó mucha gente en banda que anda queriendo ocupar espacio de cualquier manera”, dice el artesano Alfredo Farfalla.

Farfalla tiene 75 años, y aunque sus hijas le imploraron que esperara un poco más, él volvió porque quería recuperar el contacto con el espíritu de la feria y para evitar que ante su ausencia un extraño se apropiara de su lugar.

Con la mitad de los puestos imposibilitados de armar en las veredas, y además un flujo de clientes mermado, que dejó de recorrer las ramificaciones marginales de Tristán Narvaja, la ética interna que mantenía la convivencia pacífica está amenazada: cada vez son más los que se mueven buscando un hueco en el tramo más concurrido y eso está generando rispideces desconocidas.

Todos para uno.

En Tristán Narvaja un puesto se consigue con paciencia o dinero; o combinando un poco de los dos. Como no está regulada, ningún feriante tiene un permiso que lo vincule a un espacio determinado, pero de todas formas algunos alquilan el metraje o lo venden.

Eduardo Pons, vendedor de antigüedades, explica que hay una especie de “inmobiliaria interna” mediante la cual algunos lugares se comercializan. Según distintos testimonios, dependiendo de la ubicación y del metraje, el valor de un puesto puede rondar entre $ 5.000 y $ 20.000.

“Pero es una venta ficticia, es un acuerdo de palabra”, advierte la docente y anticuaria María Celia Cat, y explica: “Este compromiso se sostiene porque cada uno sabe quién le arma al lado y nos respetamos. Cada mañana nos escribimos para saber quién viene y quién no; si queda un espacio vacío y alguien nos pide colocarse porque necesita hacer una venta para llevar dinero al hogar, lo dejamos, pero explicándole que es por esa única vez”.

feria de Tristán Narvaja
De acuerdo a la ubicación y a su metraje el valor de venta de un puesto puede variar de $ 5.000 a $ 20.000.

Las semanas pasadas, cuando empezó a correr el rumor del “robo de puestos”, y que “los de abajo” —los que arman más allá del Palacio Peñarol— “estaban subiendo” en busca de una mejor localización, hubo feriantes que asistieron sin la mercadería para montar guardia; otros les pidieron a sus colegas que estacionaran autos para ocuparlos, o que incluso expandieran sus puestos como señal de “no hay vacante”.

El último domingo, antes de que llegaran los clientes, dos feriantes terminaron a los golpes por un lugar. A uno se lo llevó una ambulancia; al otro, la Policía. Por la calle Paysandú, entre Narvaja y Fernández Crespo, la librera Elvira Urdangarin dice que debió negarse a hacerles espacio a feriantes recién llegados: “No es falta de solidaridad, es solidaridad entre los compañeros que llevamos décadas trabajando y no podemos perder el lugar porque es nuestro ingreso”.

Estima que en este mercado se venden decenas de miles de libros; sin embargo, en las últimas cuatro semanas, como han ido menos del 10% de los clientes de siempre, apenas logró concretar cuatro ventas. Cuando desde las alturas escuchó una voz proveniente del helicóptero del Ministerio del Interior pidiéndole al público que no formara aglomeraciones, Elvira cuenta que miró a sus costados y cruzó una sonrisa amarga con los pocos vendedores que la acompañaban en la cuadra.

Carolina prefiere que no se publique su apellido. En la casa tiene 600 remeras y 500 tazas que no está pudiendo vender porque el 95% de sus ingresos dependen de extranjeros. El domingo anterior diversificó y también llevó tapabocas. Tal y como ella lo ve, hasta ahora el problema de los puestos que deben reubicarse se ha ido resolviendo porque hubo muchos feriantes mayores que no estuvieron asistiendo y se ubicaron en esos agujeros. El tema es el futuro: “A mí me asusta lo que va a pasar después, porque además de que van a ir volviendo algunos, ante el incremento del desempleo y la falta de ingresos, muchos van a volcarse a la feria para buscar algo de dinero, como siempre pasa. ¿Cómo vamos a entrar todos?”, plantea.

fiscalización

Intendencia incauta miles de mercaderías

A diario se incauta muchísimo alimento vencido o del que se desconoce su origen”, dice Facundo Pérez, director de Convivencia Departamental. A veces son camiones enteros de lácteos y quesos cuya temperatura revela que se rompió la cadena de frío. Todo se destruye, menos las frutas y verduras, que si están en buen estado son donadas. Para los objetos la normativa establece que se devuelva mediante pago de una multa. Si esto no ocurre, pasados los 30 días el destino también es la basura. Los medicamentos son otro tipo de problema:“Tenemos 10.000 cajas. La intendencia debe pagar para que se gestione su disposición final”.

Los domingos pasados, hubo quienes tiraron el trapo para vender sus pertenencias. Pérez, de Convivencia Departamental, confirma que las ventas callejeras en general se incrementaron. “Te explican la situación y en los casos extremos les buscamos la vuelta para que puedan acomodarse fuera de una avenida y vender”.

Contra el cambio.

Ricardo Cozzano define a la feria como la empresa más antigua del país. Dice que “late” al ritmo de su economía: si hay necesidad se ensancha, si hay holgura se encoge.

Primero llegó su tío, después su padre, y él, que arrancó a los siete, lleva casi medio siglo trabajando en el mismo puesto familiar junto a su esposa. Está ubicado sobre Tristán Narvaja y Paysandú, bien cerca de una placa que a modo de homenaje la Junta Departamental de Montevideo colocó en 2009, para celebrar los 100 años de permanencia de la feria sobre la calle que lleva su nombre.

Lee el texto en voz alta, desmenuzándolo: “sitio-de-encuentro-y-paseo-de-todos-los-uruguayos”.

—Dice “paseo”, porque tenemos una función cultural; y “uruguayos”, no solo montevideanos. ¿Cuánta gente crees que viene los domingos?

¿10.000?

—Te quedaste súper corta. Unas 25.000, y en zafra turística, el doble.

Ante la “embestida” de la IM un año atrás, Cozzano se convirtió en la voz del primer colectivo que logró agrupar a estos feriantes. Lo expone así: “Los Picasso pueden ser perfectos para algunos y un desastre para otros. Con la feria es igual, ordenar su propio caos sería desnaturalizarla”. Para Cozzano y la mayoría de los feriantes consultados, “tocarla” implicaría un “daño”.

En Montevideo hay 180 ferias, de las cuales el 80% son competencia del área Defensa del Consumidor del Ministerio de Economía y Finanzas, y el resto de la intendencia. Todas están regularizadas con excepción de Tristán Narvaja. “Existe una resolución muy antigua según la cual algunas personas tienen el permiso y pagan un impuesto, pero se fue desvirtuando. La feria creció, se volvió imposible de regularizar y al mismo tiempo ganó un protagonismo turístico”, dice Pérez.

La fama internacional de Tristán, la fascinación de los turistas ante su aparente desorden, es lo que hasta ahora la mantuvo intocable. Pero en 2019 la IM decidió intervenir. Primero para abrirles paso a los ómnibus que apenas podían circular; después para retirar los puestos que se habían expandido por 18 de Julio hasta la Plaza de los Bomberos. “Se les permitió armar desde Eduardo Acevedo hasta Gaboto y en ese tramo únicamente pueden venderse plantas, comida de mascotas y animales pequeños”. Ellos ya están regularizados y pagan un impuesto de acuerdo al metraje, que según Pérez ronda los $ 300.

feria de Tristán Narvaja
María Celia Cat es docente y vende antigüedades. Desde hace 20 años arma un puesto en Tristán Narvaja.

En tercer lugar, se exigió a los vendedores ambulantes de comida que utilicen móviles de elaboración de alimentos (food truck) habilitados. Si incumplen, se les incauta la mercadería.

En octubre pasado, temiendo no ser tenidos en cuenta en el armado del rediseño de la feria, los comerciantes se agruparon en torno al colectivo que dirige Cozzano, hicieron su propio censo y colocaron carteles dirigidos al intendente advirtiéndole que “la feria no se toca porque es patrimonio nacional”. “Usamos el color rosado, tipo protesta de Mahatma Gandhi, bien pacíficos”, dice el vocero.

Luego, el colectivo se reunió con Christian Di Candia. Cozzano le llevó una investigación histórica de 400 páginas que demuestra que la feria siempre ha sido ecléctica y “jamás podría ordenarse por rubro”. Pidieron una entrevista en la Junta Departamental, que se pospuso debido al coronavirus, e iniciaron ante el Ministerio de Educación y Cultura la solicitud para elevar Tristán a Patrimonio Cultural Inmaterial del Uruguay. Este título —confían— les daría cierta protección para repeler cambios profundos.

El nuevo orden.

Desde la intendencia la postura es firme: se seguirá avanzando en el nuevo ordenamiento, pero incluyendo a los feriantes en su reestructuración porque “la intención es mantener su espíritu”, dice Pérez. ¿Qué cambios se vienen? “No podrá seguir creciendo indefinidamente. Los puestos que hoy no están pudiendo armarse van a volver, pero ya no más en lugares que dificulten el paso y sean propicios para que ocurran hurtos. Una de las medidas sería achicar algunos puestos para que entren todos”, anuncia.

Los comerciantes escucharon que la extensión sería de dos metros, una “locura” si se considera que hoy los hay hasta de 20. También se prevé promocionar el paseo de los domingos, y exigirles a sus trabajadores carné de salud, habilitación para comercializar alimentos y ejercer un control puesto a puesto, “para que la persona que lo maneja y el rubro que ofrece sea idéntico al que figura en el permiso”.

Además, la intendencia estaría dispuesta a colocar baños —que en otras ferias pagan los feriantes— y a incrementar la seguridad utilizando policías eventuales que forman parte de su plantilla.

Según Ana Rey, vendedora de bijouterie y encajes antiguos, Tristán “pedía a gritos” sanitarios y seguridad. Varios entrevistados confesaron que fueron víctimas de hurtos y que tienen que andar “corriendo” a los carteristas para que no ahuyenten a los clientes.

“Vamos a ir a paso moderado y consensuando, pero no podemos dejar que se organicen solos porque es una obligación de la intendencia ordenarla”, concluye Pérez.

Por los pasillos de la feria, entre sus más de 7.000 trabajadores, las opiniones son distintas. ¿Regulación sí o no? Por un lado están los que creen que la comuna no debería intervenir; ellos pelearán por esto.

feria de Tristán Narvaja
Tristán Narvaja es la feria madre de Montevideo. Cumplió 150 años de vida, de los cuales los últimos 100 estuvo ubicada sobre la calle que le da nombre.

Otros creen que debido a la situación actual, es inviable cobrarles a todos un impuesto. “Hay paños que vos los ves y no tienen ni $ 1.000 en mercadería”, dice Pons, el anticuario.

En cambio, por lo bajo, varios admiten que se sentirían tranquilos “ante la seguridad de tener un piso” y “no preocuparse más por si te roban el puesto si te agarrás una gripe o tenés que operarte”.

Claudio Guedes, vendedor de piedras y bijouterie, dice: “Hay una confusión porque no entendemos qué somos, qué queremos y hacia dónde vamos. Somos pequeños comerciantes, tenemos que sacarnos la idea es de que pongo el caballete y tiro una tabla con el paño; tenemos que empezar a creer en nosotros: darnos un lugar para que los demás empiecen a vernos con otros ojos”.

A pesar de las diferencias saben que los une el mismo interés: que la feria que tanto los ha ayudado siga manteniendo el espíritu que le dio un nombre en el mundo.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad