Ir sin compañía a comer al restaurante afrodisíaco Te Mataré Ramírez es como pretender bailar el tango solo. Si usted lo hace e ignora a los que lo mirarán de reojo como si fuera un bicho raro, le costará menos comenzar a desinhibirse con las propuestas del lugar. De todas formas, está pensado para parejas.
Mientras espera que Natalia, una hermosa rubia de ojos claros, de 21 años, o Juan, un elegante morocho de 26, se acerquen a traerle la carta, puede dedicarse a observar la decoración del salón. Predominan los rojos y el bordeaux, las texturas delicadas, el terciopelo arrugado, los manteles en negro con un fino bordado en rojo con el excéntrico nombre del restaurante, las velas, los candelabros que iluminan la exposición fotográfica de Delia Ponce y sus fotos eróticas y sensuales. Todo con un fondo musical de volumen ideal con bossa nova, jazz o canción francesa.
Los mozos están vestidos de negro y usan antifaz, por aquello de insinuar. Presumo que los tres botones superiores desprendidos de la camisa de ella tienen la misma explicación. Uno de los mozos trae el menú, y al pasar las hojas comienzan las primeras sorpresas.
En la primera se puede ver un tenedor con uno de sus dientes… erecto. Debajo, un texto de Isabel Allende: "El placer carnal más intenso, gozado sin apuro en una cama desordenada y clandestina, combinación perfecta de caricias, risa y juegos de la mente, tiene gusto a baguette, prosciutto, queso francés y vino del Rhin. No puedo separar el erotismo de la comida y no veo razón para hacerlo, al contrario, pretendo seguir disfrutando de ambos mientras las fuerzas y el buen humor me alcancen".
Parece una justificación del dueño del lugar, Carlos Di Cesare, para argumentar su idea.
Di vuelta la página. Me encontré con una ilustración anónima de los años 40 donde una mujer está recostada sobre una cama leyendo un libro y deja ver los portaligas y una bombacha transparente. El texto a su lado, con el título La Imaginación, prepara al comensal. Dice: "Cada cultura y cada persona reacciona ante los afrodisíacos a su manera. Algunos funcionan por analogía, como las ostras en forma de vulva o el espárrago de falo; otros por asociación y también por sugestión. Por eso es bueno disponer de nombres sugerentes para exquisitos platos como lo hacen los sabios manuales eróticos de Asia para las diferentes posturas".
Todo muy lindo, pero tenía hambre. Vi el dibujo de Franz von Bayros de 1909 titulado Sweet snail (Dulce caracol) donde una mujer desnuda y con un sombrero de época está sentada frente al caparazón de un caracol gigante y pretende darle un beso; lo raro es que el crustáceo tiene cabeza de pene. Después hay otro dibujo de una pareja desnuda, él fumando pipa y ella sosteniendo una copa y con botas rojas puestas, mientras él le toca la vagina y ella le toma el pene con la mano (Ángel Fernández de Soto con una mujer, 1903, Pablo Picasso). No es pornografía, es arte.
Una ensalada puede ser una buena opción para comenzar, pensé. ¿Qué tal probar una "Salté, rodeé su cuerpo con mis brazos y su cintura con mis piernas"? Es decir, tiernas pulpitas marinas y saltadas en morrones de aceite de pimentón, papines horneados, rabanitos, morrones verdes y rojos, lechuga morada, escarola fina y verdeo, todo aderezado con aceite de oliva y pimentón (42 pesos argentinos, 350 uruguayos). No, mejor no, no me gustan los rabanitos y la escarola.
Otra opción podía ser "Enardecida, ruego te derrames en todo mi cuerpo" (mozzarella de búfala que se hiende, olivas verdes, cherries rojos y amarillos, rúcula, crujientes croutons y fresco confite de tomates secos, en vinagreta de anchoas, huevo y alcaparras), por 27 pesos argentinos, unos 224 pesos. Pero no. Y también descarté pedir el plato "Me recorrías buscando toda posibilidad de penetración", una brochette de pollo grillado con ensalada de hilos de tomate, radiccio, palta, choclo, ciboulette, espinaca y huevitos de codorniz, con vinagreta de de mostaza de Dijon. Con la brochette y el tomate no había problema, pero ¿y si no me gustaba la mostaza hecha en Dijon?
Por suerte llegó Natalia para aconsejarme.
Champignones sobre coulis
Fue directo a las entradas y me sugirió "Violentando tu placer a derramarse por líneas impensadas". "No está mal", le dije. Se trata de un tibio y espeso mini brie, con templada mermelada de hongos de pino y champignones sobre coulis de aceto balsámico y frutos rojos (32 pesos argentinos, 265 uruguayos). Lo admito: no confié en el coulis de aceto balsámico, pero le hice caso igual. "¿Te gustan los quesos?", me susurró (y tradujo). "Sí… traeme uno de esos, y una copa de vino tinto".
Al elegir ese plato, dejé de lado "Tu tormenta viril obliga a mi boca sorprendida", "Evoco tus aromas y me enciendo a mí misma" y "El deseo que viborea de mis pezones al ombligo… que baja y baja".
El queso brie estaba muy sabroso, la frutilla y el ananá glaseado también.
Me dediqué a ver las sugerentes fotos de la exposición de Delia Ponce. Cuerpos de mujeres desnudos debajo de velos, abdómenes sin grasa de más, espaldas con curvas raras. Cada foto de la muestra es iluminada por su propia luz.
En pleno disfrute de la entrada observé el techo: un mural erótico con ángeles sentados en nubes sobre un fondo celeste que representa al cielo. Lo raro es que el pene de un ángel me apuntaba directamente, a mi cabeza o a mi plato.
¿No era que los ángeles no tienen sexo?
Llegó Fabián Vendramini, el gerente del restaurante de Palermo. Él le da el toque estético y artístico al lugar. Explicó dónde se encuentran los ingredientes afrodisíacos. El chocolate en la mujer está comprobado científicamente, el jengibre en ambos sexos también, porque es vaso dilatador y por lo tanto, favorece la libido, el apetito sexual.
"La cocina nuestra es afrodisíaca en el sentido de que el comensal juegue nuestro juego. Pero no es matemáticas, sino habría colas de gente para entrar. Es una cosa de estimulación y juego. El cliente tiene que venir dispuesto a vivir una experiencia", dijo Vendramini.
Carlos Di Cesare, de 49 años, el propietario del restaurante, agregó: "Lo afrodisíaco es toda actividad o sustancia que aguijonea el deseo amoroso, como dice Isabel Allende. Y la imaginación es el mayor afrodisíaco que conocemos".
"Más excitante que ver a una mujer desnuda y a un hombre apoyando su humanidad en su pubis es ver a una mujer vestida y a un hombre poniendo su mano debajo de su pollera. Porque eso te obliga a imaginar: qué está tocando esa mano, qué textura tiene, qué humedad tiene, qué tamaño tiene. Lo vas a imaginar a tu medida, perfecto. La perfección sólo existe en la imaginación", recitó Di Cesare.
Te Mataré Ramírez este año cumplirá 12 años en Palermo y seis en San Isidro. En principio fue un restaurante multiétnico con comida nórdica, árabe y asiática, hasta que llegó la primavera e incursionó en comida afrodisíaca. Como tuvo éxito, amplió ese menú un mes más hasta que en diciembre de 1996 se convenció de pasar a ser decididamente erótico-romántico, como él lo define.
Di Cesare se declara amante del erotismo. "Entiendo por erotismo lo que se lee entrelíneas, lo que sugiere, aquel escote que nos obliga a imaginar la desnudez total de los senos, un maquillaje, el antifaz, lo que promete pero no entrega".
El nombre del lugar evoca a un tal Pablo Ramírez, un famoso donjuán porteño, quien cuando Carlos tenía 18 años llegó al barrio de La Paternal para crear líos de polleras. "Era un tipo endemoniadamente buen mozo, endemoniadamente guapo, con un arrastre brutal con las minas. Para nosotros fue fantástico que llegara porque con él llegó la revolución sexual al barrio, dado que venían las mujeres más lindas a buscarlo y venían con amigas… Nos cambió nuestra vida sexual".
El asunto se complicó cuando Pablo se metió con la mujer de un quinielero calentón que andaba buscándolo despechado. Pablo se escondía en la casa de uno de los chicos de la barra unos días, hasta que otro cómplice le daba cobijo. Con el tiempo zafó, pero entre los amigos se acuñó la frase "¡Te mataré Ramírez!". Entonces, cuando uno se mandaba una macana en un partido de fútbol, un compañero le decía: "¡Te mataré Ramírez!", o si llegaba tarde a una reunión de la barra, otro lo reprimía con esa broma interna.
Cuando en 1995 Carlos pintaba una columna de su primer local de comidas étnicas, Pablo Ramírez, que había llegado de la Patagonia, donde hoy vive, le sugirió: "¿Y por qué no le ponés Te Mataré Ramírez?" Y no hubo que pensar más.
Di Cesare fue colgando piezas de arte plástico erótico, trayendo bandas de jazz, bossa nova o una intérprete de la canción francesa que también canta tangos en ese idioma. Un día hay un orador de literatura erótica, otro día un stand up comedy con monólogos, otro día ofrece una charla la sexóloga uruguaya Carolina Villalba, y los fines de semana expone fotos eróticas y sensuales en blanco y negro.
Pero las estrellas son los títeres, manipulados por actores, que viven situaciones de enredo y culminan con escenas de sexo explícito. Son muñecos de poliuretano gimiendo, excitándose y ofreciendo penetraciones a los comensales que se ríen a carcajadas y ¿se excitan? "La reacción primaria es la risa, pero algunos amigos en confianza después me han dicho: `che, esa muñeca me calentó`", comentó infidente Di Cesare.
Una escena, por ejemplo, muestra un baile de disfraces donde El Chapulín Colorado intenta conquistar a La Mujer Maravilla. Lo logra y termina manteniendo sexo con ella ante la vista de los clientes. La sorpresa del títere disfrazado de Chapulín es mayúscula cuando ve que la joven con la cual tuvo relaciones no estaba disfrazada, sino que era la verdadera Mujer Maravilla, que se va volando.
Plato principal y postre
El pene que apareció en las diapositivas de repente logró llamar la atención de cuatro chicas que se disponían a cenar. Una de ellas lo vio antes que las demás y estalló en una carcajada. Las parejas miraban y se sonreían, y las chicas que estaban de espaldas se daban vuelta. Comprobé una impresión freudiana: senos, nalgas femeninas y masculinas, y vaginas afeitadas o vellosas no escandalizan a nadie; los penes sí.
Vuelvo a ese "objeto de arte erótico" que para Di Cesare es la carta, para elegir el plato principal.
Opciones: "Deslizó dos dedos lentamente, mirándome a los ojos" (cuis de prolífico conejo en salsa de mostaza, con acompañamientos innombrables; 44 pesos argentinos, 365 nuestros); "Con dos mujeres" (Sensual wok de pollo saltado con jerez, jengibre y pomelo…, 38 pesos argentinos, 315 pesos); "Como en trance me absorbían tus succiones interiores" (vegetariana, voluptuosa y gratinada lasagna de berenjenas y zuccinis grillados, cremosa ricotta, pasta de tomates y champignones salteados en aceite de oliva al tomillo, 36 pesos argentinos), entre otras.
La segunda opción es tentadora, pensé, pero me pregunté: ¿un pollo puede llegar a ser sensual? ¿Y un wok de pollo?
Seguí repasando el menú. Una mujer aparece dibujada levantando un camisón para exhibir sus pechos y su vagina ante un público que la mira sorprendido. El texto que acompaña el dibujo dice: "¿No es una mujer hermosa? Sí, hermosísima. Sobre todo, en este instante, cuando sus instintos han comenzado a despertar, recordados por las ardientes corrupciones que le destino en el oído". Y sigue.
Hay más platos principales.
"La virtud abandona mi carne, pues es grande la tentación" cuesta 44 pesos (365 uruguayos). Consta de tierno lomo sobre gratín de papa, verdeo y morrones ahumados, acompañado de bouchon de ananá glaceado en cintura de jamón crudo; "Me seduces y me abismas en espejismos de coitos aberrantes" es un plato que sonrojó a la chica de la mesa contigua a la mía, cuando lo mencionó en voz alta. Su pareja le advirtió: "Lo vas a tener que pedir así, porque así se llama". Ella lo pidió y comió, entonces, una porca bondiola confitada y laqueada sobre braseado de hinojos, manzanas y calabaza, acompañada de duxelle de champignones y mermelada de cebollas (42 argentinos, 348 uruguayos).
Pero a mí Natalia me tenía preparado algo más naïf, que al nombrarlo le hace a uno recordar a la liberal e inocente Isabel Sarli. "Te sugiero: `¿Qué pretende usted de mí?`, si te gusta el pollo", dijo. Leí que la carta lo define como "turgente pechuga Sarli rellena de queso holanda, pistachos y menta, sobre crema de yogur y lemoncello. Acompañada de rosti de papa y petit ensalada".
El plato estaba decorado tan lindo que daba pena comerlo.
Llegó la hora del postre. No me animé a pedirle a la moza un "Me arrancabas aullidos de placer" ni un "Me aturdía con mi propia lascivia".
Di Cesare me dijo: "Nos remitimos a la genitalidad, a la lascivia, a los aromas y humores del sexo, pero desde la poesía y la belleza".
Cuando llegó Natalia, dudé un instante. Después le pedí: "Un café irlandés, por favor".