Las luchas de vecinos para llegar a alcalde en el interior: desde una camionera a un campeón de fútbol

Las particulares historias de vida de los alcaldes de Villa Sara, Sarandí del Yí, Porvenir y Juanicó.

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Analía Larrañaga.
Analía Larrañaga.

Después de un año de probar suerte en México, Analía Larrañaga supo que el extranjero no era para ella; que no importaba a qué costo debía volver con su familia a Villa Sara, en Treinta y Tres. Era todavía el período más álgido de la crisis económica, allá por el 2003. Analía ya tenía un hijo y acababa de ser madre otra vez. Cargó a la bebé de dos meses, al niño apenas un poco mayor y se volvió. “A arraaancar de vuelta con la vida”, cuenta.

A sus padres les pidió una única cosa:

—Que me colaboraran con un chancho y un novillo. Yo con eso me arreglaba para empezar de nuevo.

Su hermano le dejaba la media res colgada en un galpón de chapa. Un espacio chico, a veces gélido, otras veces agobiante, en el que Analía pasaba el día faenando, haciendo chorizos, longanizas, quesos de cerdo y lo que se diera maña.

Con la mercadería pronta, agarraba una bicicleta, subía a su hijo atrás, en la parrilla y a la hija en un “cangurito”, adelante del manubrio. Y así salía a vender: puerta por puerta.

Esta imagen es el primer recuerdo de Analía que tienen muchos de los vecinos que la votaron el domingo pasado, algunos como candidata a la intendencia de Treinta y Tres, otros apostando a su reelección como alcaldesa de Villa Sara. La votación fue reñida entre los tres candidatos del Partido Nacional. Fue la segunda más votada para dirigir la comuna, con 8.716 votos —23,23% de los sufragios—contra los 12.320 votos de Mario Silvera, reelecto como intendente.

Aunque integra el mismo sector que Silvera —Aire Fresco—, no tienen una buena relación. Por eso la alegría de saber que no se quedaba con las manos vacías, porque al menos repetiría como alcaldesa de Villa Sara, se le mezcló con la desazón de proyectar otros cinco años de un vínculo tirante. Mientras sus simpatizantes celebraban, ella se preguntaba si no sería mejor renunciar.

—Dejé el alma en la candidatura, porque la herramienta política es espectacular para poder cambiar la realidad de donde vives, pero a veces la gente que está en la política te lo hace difícil.

“En la política”, dice Analía, como si fuera un espacio ajeno. Y un poco lo es. Cinco años atrás, cuando comenzó su carrera, no sabía qué era ser alcalde. Ni siquiera le interesaba la política.

La vida de Analía nunca fue lineal. Nació en San Bautista, en el departamento de Canelones; se crio en Cerro Colorado, en Florida y en la adolescencia se mudó a Villa Sara, donde hizo una única amiga, que se marchó a estudiar a Montevideo y ella la siguió. Después, de vuelta a Treinta y Tres. Y a México. Pronto, el regreso y los chacinados. Y tras los chacinados un bar, que se volvió un punto de encuentro de la localidad. Cerró el bar para reabrir el antiguo negocio de la familia, un aserradero. El hermano tuvo la idea:

—Vamos a reflotar el aserradero de papá, me dice. Era una idea loca, estaba con deudas. Pero yo amo trabajar.

De eso ya pasaron 17 años. El aserradero ahora tiene seis empleados y su propia flota de transporte, cumpliendo así la más vieja ilusión de Analía: conducir un camión con zorra. Tiene cuatro.

A fines de 2017, la Junta Departamental de Treinta y Tres decidió que el antiguo barrio Villa Sara, cuya población había crecido hasta llegar a los 2.000 habitantes, debía tener un municipio.

—Y mi padre, que siempre le gustó la política, que siempre militó para alguien, me dijo: “Tenés que ser la primera alcaldesa de Villa Sara”, y yo le dije que ni loca. ¡Si a mí no me gusta la política!

Analía Larrañaga.
Analía Larrañaga.
Foto: Gentileza A.L.

Cuando era niña, en Florida, su padre militaba para el Partido Nacional “pidiendo el voto” para tal o cual candidato, era habitual que en elecciones lo visitaran dirigentes y su casa se convirtiera en un comité. “Pero después desaparecían y los vecinos venían a golpearnos la puerta para exigirle un resultado a mi padre”, cuenta.

—Yo no quería, pero unos amigos empezaron con “si vos te postulás, vamos a ser tus primeros votantes”. Entonces hablé con papá y le pregunté, ¿qué es ser alcalde?

Le dijo que era gestionar: trabajar.

—Y como yo amo trabajar…

Según Analía, el intendente demoró ocho meses en alquilar un local para el municipio. Cuando le dieron las llaves, no tenía un solo mueble. Al primer funcionario, se lo asignaron al año.

Mientras tanto, la alcaldesa montó el municipio en el aserradero. Usaba su sueldo para alquilar maquinaria para hacer la limpieza de la comunidad. Salía con sus hijos a levantar la basura en los camiones de la empresa, a cortar el paso, a hacer bacheo en el pavimento. Y le pidió a distintas empresas y ministerios que le donaran mobiliario para el local.

—Silvera no era afín conmigo y no tuvimos los recursos que necesitábamos. Tuve que ir a golpear las puertas en Montevideo —dice.

Sus reclamos fueron colándose en la prensa. Y después, los logros. Las obras de caminería, la construcción de una plaza, nuevos recursos para la comisaría, la creación de un festival, las mejoras en el centro comunitario, el lanzamiento de un plan piloto en salud mental, la elección de los nombres para “bautizar” a la mitad de las calles que todavía falta y que será uno de sus primeros cometidos.

—¿Mantenés los dos trabajos?

—Los tres, porque tengo a mis hijos —dice entre risas.

—¿Cuál es el secreto?

—Dormir muy poco.

La campaña electoral la hizo sin bajarse del camión, descargando arroz, dando volantes por la ventanilla. Cuando tenía un acto, detenía el viaje, subía al estrado; después bajaba y seguía viaje.

—El otro día, estaba un poco enojada. Decía no asumo, ¿qué respaldo voy a tener?, ¿qué recursos? Pero bueno, me quedé. Tengo 48 años y no me voy más de la política.

Con un aire a París.

Si le preguntan a Mario César “Pocho” Pereyra cómo es Sarandí del Yí, dirá que tan linda como "París”, que parece la ciudad de las luces.

—Y te digo más, ¿te gusta la cumbia?

—Sí.

—Sonido Caracol.

—¿Te gusta el fútbol?

-Sí.

—Juan Ramón Carrasco.

—¿Te gusta el clima?

—¿El clima...?

—Nubel Cisneros.

—¿Te gusta la política?

—….

—¡Pocho Pereyra es de Sarandí del Yí!

Mario Pocho Pereyra junto a sus tres nietos.
Mario Pocho Pereyra junto a sus tres nietos.

Pocho Pereyra fue dos veces alcalde, en 2010 y en 2015. Después de pasar “cinco años en el seguro de paro”, volvió a ganar el gobierno municipal. No fue una tarea simple. Para sus detractores, representa una política de clientelismo. La elección fue reñida, “con suspenso hasta el final”, según recoge la prensa local.

—¿Sabés por cuánto gané el 2010? ¡Por cuatro votos! En 2015 volvimos a ganar: diga usted por cuánta diferencia.

—No sé, ¿dos votos?

—¡Por 16! Es decir que crecimos 400%, ¿quién aumenta 400%? Nadie.

—Pero ahora le tocó sufrir.

—Fue un placer. Dijera un amigo, “le sacaste los bizcochos calientes de la boca”.

Pocho Pereyra tiene 67 años y un tendal de ocupaciones. Fue dueño de un carrito de chorizos, “en la época del boom”. Fue docente de educación física. Cobrador para una mutualista. Y manejó taxi.

—¿Era del tipo de taxista que le habla de política al pasajero?

—¡Ja! El arreglo con mis colegas fue que yo trabajaba fuera de Sarandí del Yí, ¡y que después ellos me votaban! Así no había problemas de política.

Cree que la vida “debe ser diversión con un poco de seriedad”. Por eso no le importó que tomaran su jingle —inspirado en la canción Que alguien saque a bailar a la morocha— y le superpusieran un tema religioso, a modo de burla. “Gente que no me quiere, pero les salió mal porque a mis seguidores les encantó, ¡qué se rían del Pocho!”.

Por eso, aunque reconoce que pudo haber metido la pata en sus anteriores gestiones y plantea que le pide a sus allegados políticos que le digan “si va mal”, descarta las acusaciones que en 2018 vinieron desde su partido —el Partido Nacional— y desde el Frente Amplioseñalando una compra de unos terrenos mediante “engaños” y que era permisario de un taxi que podía verse favorecido si el municipio contrataba su servicio. El tema llegó a tener repercusión nacional en aquel momento.

—Si lo tuviera que hacer ahora, lo hago de nuevo. Fue todo totalmente legal. Hubo intereses políticos atrás de esas denuncias. Yo duermo tranquilo. Si hubiese procedido tan mal, ¿por qué la gente me iba a apoyar? ¿Qué opina usted?

Llegó a la política de la mano del padre, que era un blanco independiente. Él, sin embargo, se inclinó hacia el Herrerismo. “Yo tenía ocho años y estaba metido en los comités. A los 12 me escapa para escuchar a Raúl Iturria Igarzábal. Me gustaban los comités, las caravanas, las conversaciones políticas.”

—¿Qué era lo que le gustaba?

—Me gustaba el ruido.

Jubilado, dedicado por entero a la política, después de actuar ocasionalmente como diputado suplente de la 404, se propuso volver por la alcaldía. Pero para recuperar el trono, se puso una condición. “Para hacer la campaña tenía que bajar de peso, así que dejé de cenar. Y bajé 16 kilos”.

Mario Pocho Pereyra
Mario Pocho Pereyra.

—Lo peor de la política es la demagogia y yo no soy demagogo —dice Pocho.

—¿Cuál va a ser su prioridad?

—Trabajar por los pobres.

¿Cómo? Dice que bajando el desempleo, golpeando puertas de empresas y recurriendo al gobierno nacional —“el Frente Amplio siempre me trató muy bien”, dice— para llevar a Sarandí de Yí algún emprendimiento que genere 40, 50, 100 puestos de trabajo.

—A mí me gusta gestionar, gestionar, gestionar. Hacer cosas, cosas, cosas.

Dice el alcalde de los jingles pegadizos, el de los eslóganes como “esté donde esté, el Pocho está con usted”, o “para votar bonito, votá a Pochito”.

Revancha Porvenir.

En Paysandú, filmarse haciendo vivos en Facebook es furor. Entre los personajes más populares en las redes del departamento se coló Nilson “Catico” Ayende, un ladrillero de la localidad Porvenir, de 49 años, casado con una maestra, padre de dos hijos, que llevó a la gloria al centenario 18 de Julio Fútbol Club. Lo rescató en 2011 y cinco años después lo sacó campeón de la Copa Nacional de Clubes.

—Fue épico —dice una vecina.

Hacía muchos años que no había campeones en el interior del interior, porque Porvenir —un pueblo al que describen como “ordenado, limpio y muy unido”— está a más de 10 kilómetros de la capital y tuvo gracias a Catico su momento de fama.

Catico Ayende.
Catico Ayende.

Y así él tomó las redes. Empezó a filmarse lavando en una palangana las camisetas de los jugadores, o cocinándoles salpicón de pollo en la previa de un partido crucial. Y se filma mucho, también, haciendo ladrillos, con los pies descalzos, piel con tierra, ejecutando unos movimientos mecánicos a gran velocidad, “4.400 llegué a cortar por día”, escribió. Su empresa, contó alguna vez, tiene más de 20 empleados.

Pero la atención se la ganó “por decir lo que piensa” sobre el fútbol, que tiene, por supuesto, su costado político. Hace unos años, dijo en una entrevista sobre el fútbol de Paysandú: “Trabajan mucho en la chacrita, quieren ventajear en la cortita y no miran para adelante”. Su fama pegó un salto cuando alguien cercano a El Atlético Bella Vista, acérrimo rival de su club, lo llamó “paisano pata rajada”. Catico levantó el guante, se armó una cuenta de Facebook con ese nombre y congregó a más de 113.000 seguidores.

Dicen que ahí fue que empezó a mezclarse también en la política. El momento definitivo fue la conformación de la agrupación Un solo Uruguay.

La postulación, dice Catico, “se fue dando sin querer”.

—Siempre estuvimos vinculados a lo que es la obra social a través del fútbol, trabajando con los niños y los adolescentes, para que por lo menos dos horas por día no están en la calle, alejándolos del consumo de drogas. Los vecinos me empezaron a decir “tenés que ser alcalde”.

Su mayor respaldo se lo dio Jorge Larrañaga Vidal, a quién él apoyó fuertemente en su candidatura la intendencia.

Catico Ayende y sus militantes.
Catico Ayende y sus militantes.

En su debut, Catico le ganó a otras nueve personas que aspiraban el gobierno del municipio. Él dice que no tenía experiencia previa en la dirigencia política, aunque en 2016 la prensa local lo presentaba como un “reconocido dirigente” del Partido Nacional. Como sea, su apellido, su familia, no son para nada ajenos al municipio de Porvenir.

Su cuñada, Silvia Scarboni, fue la primera alcaldesa. Y su hermano, Ramiro Ayende, fue electo en dos oportunidades. La salida de Ramiro fue escandalosa. Protagonizó un fuerte enfrentamiento con el intendente Nicolás Olivera —reelecto en el cargo—, que se fue recrudeciendo en el tiempo hasta llegar a la ocupación de un CAIF, en el cualRamiro se plantó prohibiendo la entrada de los niños y docentesdebido a un supuesto problema eléctrico. Olivera, un cerrajero y la Policía, debieron interceder en un episodio que el antiguo alcalde registró, obviamente, en un vivo. Luego, cuando la intendencia quiso tomar el control del municipio, se atrincheró. Terminó viajando a Estados Unidos, deteniendo así su imputación por los delitos de difamación, abuso de funciones y violencia privada.

—Esos son problemas que tuvieron ellos. Si bien somos hermanos, no pensamos ni somos iguales, siempre nos mantuvimos al margen y la gente confía en uno —dice Catico.

Pero, a mediados de 2023, el propio Catico denunció que la lista 51 del intendente Olivera había ofrecido vino y marihuana a cambio de votos en las elecciones juveniles del Partido Nacional.

—Lo di por cerrado a ese tema —dice—, estamos enfocados en no hablar del pasado.

Busca la armonía.

Y “asumir la responsabilidad del municipio” que dejó su hermano, trabajando para mejorar la caminería, en generar empleo para los vecinos y afianzar la vida cultural de Porvenir, que celebró su triunfo con una festiva caravana y, por su puesto, con un montón de likes.

El alumno de Orsi.

Dicen en Juanicó que Fernando Lúquez ya era alcalde de la localidad mucho antes de que fuera electo el domingo en representación del Partido Nacional, porque nadie se ha dedicado tanto a trabajar por su crecimiento como este abogado de 47 años.

La vocación política se le despertó en la infancia, cuando soñaba convertirse en presidente de la República. Y en la adolescencia, durante el momento más difícil de su vida, pasó a la acción. Fue entonces que sacó por primera vez la máquina de escribir Olivetti y redactó una carta, a Copsa, solicitándole más frecuencias en Juanicó, evitando así que los adolescentes tuvieran que caminar un kilómetro hasta la parada más próxima para llegar al liceo en Canelones.

Tenía 16 años.

Junto a la nota, adjuntó un listado de firmas de los vecinos. Después, se volvería un experto recolector.

Fernando Lúquez.
Fernando Lúquez.

En ese tiempo, era compañero de clases de Francisco Legnani, recientemente electo intendente de Canelones. Y eran, ambos, alumnos de Yamandú Orsi.

—Él tenía 22 años, era apenas mayor que nosotros. Era muy compañero de sus alumnos. Yo en chiste, cada vez que lo veo, le digo “¿te acordás Yamandú cuando me enseñabas historia y me tuviste un mes en clase estudiando el marxismo?”.

Fue la época en que aparecieron los primeros síntomas de su enfermedad. Después de una gripe fuerte, empezaron los problemas motrices. Primero, en la mano derecha. Después, en la pierna izquierda. Se le diagnóstico una distonía mioclónica. A partir de entonces, las posturas de Fernando son irregulares, su espalda se dobla, se enrolla, en un ángulo cada vez más recto.

—Si bien tengo la condición de discapacidad, psicológicamente no impactó en mí. Siempre pude integrarme y me motivó para seguir peleándola —dice.

Fundó el Instituto Histórico de Juanicó. Integra las directivas de la Comisión Vecinal Pro-Mejoras de Juanicó, el Club Ciclista Juanicó, el Club Atlético Juanicó y la Liga Departamental de Fútbol de Canelones.

—Y escribiste dos libros sobre Juanicó.

—Tres libros.

El primero, agotado, sobre el origen de la localidad. El segundo, sobre unas presuntas construcciones jesuitas guaraníes existentes en Juanicó. El tercero, para celebrar los 150 años de la fundación, reunió crónicas del pueblo.

Y se recibió de abogado.

—Soy hijo de un chapista y de una auxiliar de servicio de una mutualista, soy un hijo de la clase trabajadora —se describe Fernando—, me metí en abogacía para abrazar el ideal de justicia, que también lo busco en la actividad política.

Y cuenta:

—Más allá de pertenecer a partidos distintos, siempre mantuve una relación muy cercana con Orsi. En 2019 me operaron, me pusieron una especie de marcapaso cerebral y tanto Yamandú como Luis Lacalle Pou estuvieron muy atentos a mi recuperación.

Eso también puede ser la política.

Fernando Lúquez.
Fernando Lúquez.

Su próximo paso será intentar propulsar el desarrollo local: mediante obras en la caminería, a través del desarrollo del turismo rural y del desarrollo agropecuario; atendiendo la necesidades del asentamiento Villa Villarejo, reclamando más frecuencias de ómnibus, como al principio, cuando empezó todo.

—A veces bromeando digo que soy una suerte de RoboCop, porque este dispositivo lo tengo que cargar los fines de semana —suelta Fernando.

Como RoboCop parece estar blindado, en su caso contra el desánimo.

Hace años que viene intentado llegar al Palacio Legislativo, pero no ha tenido suerte. El municipio, en tanto, es eso: un nuevo inicio.

—La política tiene estas cuestiones, ¿no? Si me preguntás qué me caracteriza a mí, es la tozudez. La persistencia para seguir adelante.

El no rendirse jamás.

Elecciones peleadas, con definiciones voto a voto

Uruguay tiene 136 municipios, algunos creados recientemente y que eligieron a sus alcaldes por primera vez en las elecciones del domingo pasado, como el caso de Juanicó, en Canelones. Los alcaldes consultados coinciden en que la importancia para un pueblo de lograr el porte de municipio, significa más posibilidades para el desarrollo local. “Es una gimnasia institucional y republicana que a las localidades les hace muy bien”, dice el flamante alcalde Fernando Lúquez. “La política es una herramienta espectacular para cambiar la realidad de donde vives”, plantea la alcaldesa de Villa Sara, Analía Larrañaga. La tarea de los alcaldes —definen los entrevistados es, fundamentalmente, recoger las principales necesidades e inquietudes que expresan los vecinos y enfocarse en la gestión. Lúquez señala que habría que profundizar en los procesos de descentralización para ampliar las iniciativas que pueden propulsar los municipios, “porque entendamos que los municipios no son personas jurídicas, no son sujetos de derecho y dependen mucho del intendente”, señala. En algunas localidades, la elección del gobierno municipal se vivió con exaltación y con un tenso suspenso, cerrando las definiciones contando uno a uno los votos observados. En Colonia Valdense, la pulseada entre los dos candidatos nacionalistas Fernando Eguiluz y Carlos Castillo se definió por apenas dos votos a favor de Eguiluz. En Villa Soriano, su primera alcaldesa se impuso por una diferencia de un solo voto. Triunfó Daniela Ruiz, del Partido Nacional.

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