Volver a las raíces
La de Jorgelina Sánchez -Cores Nakashidze es una pequeña historia extraordinaria. Una década atrás se propuso desandar los pasos de sus ancestros e investigar sus raíces en Georgia: encontró un hogar.
Esta historia empieza con el dibujo de un mapa hecho a mano, con un trazo un tanto infantil, que cada vez que Jorgelina Sánchez-Cores Nakashidze observa se convierte en un portal: la puerta de entrada al pasado lejano y trágico de sus ancestros que empezó a descubrir 10 años atrás y la cambió para siempre.
El mapa está prolijamente enmarcado y cuelga en una pared que es algo así como un rincón de la memoria que Jorgelina armó en su hogar, en la Ciudad Vieja de Montevideo. Junto a él hay otros documentos de la época de la Segunda Guerra Mundial donde aparecen el nombre de su madre y el de su abuela, princesas georgianas que tras pasar por distintos países europeos en pleno derrumbe terminaron desembarcando a fines de la década de 1940 en Buenos Aires. Allí vivieron la vida simple de un rioplatense común, enterrando en el silencio los recuerdos de aquellos tiempos de nobleza y estallidos.
“La primera vez que fui a Georgia me esperaba un señor que no hablaba ni inglés ni español, solo el idioma georgiano. Estuvimos todo el día paseando y me explicó la historia del país a través de los dibujos que hizo en este papel”, dice Jorgelina señalando el mapa.
Resumir la historia de Georgia es extremadamente complejo. Es una larguísima sucesión de invasiones de distintos imperios hasta que finalmente se logró la independencia entre 1918 y 1921 y se perdió cuando el Ejército Rojo anexó el país a la Unión Soviética; después se reconstruyó con la caída del bloque en 1991. Sin embargo, una vez instaurada la joven república siguió una década de duros enfrentamientos civiles y, tras superarlos, otra vez volvió el conflicto en 2008 con una mediática guerra que enfrentó a los georgianos —respaldados por Estados Unidos— contra las repúblicas prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia, y Rusia.
Ahora que los georgianos celebran tiempos de paz, Jorgelina es una de las descendientes nacidas en el extranjero que, aprovechando la apertura de Georgia al mundo y que la proliferación de las rutas aéreas abarató el antes costosísimo pasaje, regresó a la cuna de los abuelos para conocer sus raíces; un gesto que suele comenzar como una aventura y en ocasiones termina removiendo una identidad que estaba en las profundidades de la sangre. Este es uno de esos casos.

Cuando inició este recorrido, Jorgelina no imaginó que acabaría descubriendo que su apellido materno es uno de los más antiguos e ilustres de Georgia, ni que allí conocería a un grupo de estudiosos de las migraciones que conservan todo tipo de información sobre su abuelo, Niko Nakashidze, un importante político que dedicó su vida a luchar contra los soviéticos tras la invasión de 1921 y murió en circunstancias extrañas en Múnich, en 1965.
Del fallecimiento del príncipe Niko, su hija Dawar —la madre de Jorgelina— se enteró al leer un artículo en el diario Clarín que se tituló: “Sospechosa muerte de un exiliado ruso”. Y no se supo más. Hasta que Jorgelina se dispuso a buscar la tumba de su abuelo del otro lado del mundo.
Espacios en blanco.
Siguió la pista que le dio un amigo georgiano al que conoció por Facebook. Le dijo que en la pequeña ciudad francesa Leuville-sur-Orge hay un cementerio donde están enterradas importantes personalidades exiliadas de Georgia.
Desde Buenos Aires, el embajador de Georgia para Argentina, Uruguay, Ecuador, Chile, Bolivia y también Paraguay, Irakli Kurashvili, explica que tras el ingreso del Ejército Rojo en 1921 los miembros del gobierno —entre otras personas— huyeron por el puerto de Batumi hasta Estambul y de ahí a Francia, país de acogida de esta migración. Muchos de ellos terminaron sus días en este poblado.
Hasta allí viajó Jorgelina exactamente 10 años atrás. “Era verano y no había nadie en la ciudad. Encontré el cementerio. Empujé el portón y entré; estaba completamente sola. Pasé por todos los estados: euforia, frustración, enojo. Caminé varios minutos con un clima sofocante y en medio de una lluvia intermitente hasta que vislumbré las cruces ortodoxas. Ahí estaban las tumbas georgianas. Y la encontré”, recuerda. “Encontré una tumba vacía, sin flores, sin nada”, cuenta. De ese día conserva varias fotos: todas ilustran detalles de una sepultura olvidada.
Cómo su abuelo había sido enterrado en Francia si había muerto en Alemania, es una parte de la historia que todavía no pudo reconstruir.
Jorgelina siempre había percibido la nostalgia que su madre Dawar sentía por un país al que no llegó a conocer. Tal es así que, cuando murió, encontró entre sus pertenencias dos carpetas en las que guardaba celosamente toda la información de Georgia que llegaba a sus manos.

Entre esos documentos halló un fervoroso obituario que describe al príncipe Niko Nakashidze como un hombre alto, de figura erguida, gestos aristocráticos, oscuros y arrogantes ojos de halcón. En el texto, la autora lamenta que el príncipe ya no podrá seguir con la que fuera la meta de su vida: “La liberación de Georgia del yugo de los invasores rusos”. El obituario había sido publicado en un boletín del controversial Bloque de Naciones Antibolcheviques, organización compuesta por rusos blancos y emigrados anticomunistas de países socialistas soviéticos para la que el príncipe ejerció como periodista y secretario, desde Alemania.
Entre los recortes guardados, también encontró la noticia de su muerte en un escueto cable de la agencia de noticias AFP que resume que el príncipe fue hallado en su departamento de Múnich y que no se descartaba que hubiera motivos políticos asociados a su muerte.
Según este artículo, al momento de su misterioso fallecimiento el príncipe era el sucesor del ucraniano Stepán Bandera, el polémico jefe del movimiento antibolchevique que había sido asesinado en 1959 por un agente de la KGB. “Aun cuando la autopsia demostró que el deceso se produjo a causa de una crisis cardíaca, la policía tiene sus dudas debido a que el exiliado presentaba una herida en la cabeza”, insinúa.
Del hombre con ojos de halcón Jorgelina conserva una fotografía antigua que todo lo ve desde una repisa de su hogar, y además algunas cartas escritas a mano en idioma georgiano, dirigidas todas a su “querida hija Dawar”.
Nueva sangre de antaño.
Esta historia tiene huecos porque sus protagonistas se negaban a contar. Algunos de esos espacios son los que quiere llenar Jorgelina. “No había forma de que mi abuela narrara qué había sucedido tras la salida de Georgia. Supe que había sido jefa de enfermeras en Italia durante la Segunda Guerra Mundial y que ahí vio cosas muy feas. La figura de mi abuelo estaba rodeada de la mística del que se quedó a defender el país al que ninguno pudo volver. Me dicen que era pacifista y que le decían ‘el profesor’ porque enseñaba en la Universidad de Derecho de Berlín y dirigía la cátedra de lengua georgiana, pero no sé mucho más, por ejemplo qué tanto sabía de lo que pasaba en Alemania”, plantea.
Según se pudo recrear para este informe, Niko Nakashidze perteneció al Partido Nacional Demócrata de Georgia, luchó en el ejército por la independencia y un año después de la ocupación de 1921 organizó una manifestación que primero lo llevó a la cárcel y luego al exilio.

De acuerdo a la información que aporta el embajador Kurashvili, entre 1922 y 1924 la familia de Jorgelina huyó “porque los iban a matar”. Deambularon por distintos países, entre otros Italia y Alemania, donde en 1939 nació Dawar, la única hija del príncipe (madre de Jorgelina). La familia se habría mantenido unida al menos durante otros 10 años hasta que Dawar, su madre, su tío y los abuelos de la entonces niña emigraron a Buenos Aires y la vida fue otra.
Tan largo fue el recorrido que Ethery, la abuela de Jorgelina, terminó su vida hablando ocho idiomas y su madre Dawar, siete. Nunca más vieron al príncipe y jamás volvieron a Georgia.
Preparando aquel viaje en busca de la tumba, Jorgelina se topó con una cita reveladora. “Aún nuestros huesos piensan en Georgia”, dice que leyó y no la olvidó más. “Me acordé de que cuando murió mi madre, una amiga suya arrojó tierra georgiana sobre el cajón. Empecé a sentir que tenía que ir para cumplir un sueño postergado de mis antepasados”, dice. Y fue.
Jorgelina, quien creció escuchando a su abuela y a su madre hablar en idioma kartuli y repitiendo que su familia “venía de Georgia, un lugar entre el Mar Negro y el Mar Caspio que tiene fronteras en el sur con Turquía y Armenia y en el norte con Rusia”, finalmente viajó hasta el sitio que tantas veces había invocado.
La primera vez, en 2012, se enteró de que su apellido no se terminaba con su madre como creía, si no que en Georgia la familia era extensa y que pertenecía a un linaje de importancia histórica. “Conocí georgianos que me decían cosas como ‘uno tiene que estar a la altura del apellido que lleva’. Me encontré con un país que atesora su memoria y es nostálgico de su historia. A cada lado que iba, sacaban un papel y una lapicera y enseguida se ponían a armar mi árbol genealógico”.
Durante el segundo viaje, la citaron en el museo de las migraciones. Estaba con su hermana. Una investigadora colocó frente a ellas una caja. Cuando la abrieron, se encontraron con fotos de su abuelo a lo largo del tiempo; de su impecable despacho en Múnich; fotografías de su abuela y del matrimonio resplandeciente de juventud; había incluso fotos tomadas en Argentina de la hermana mayor de Jorgelina, que presume se la habrán enviado al príncipe para que siga los pasos de su familia desperdigada. Y encontraron fotos del entierro en el cementerio francés. Varias personas, protegidas con paraguas, llevando flores y depositándolas en una tumba reluciente de colores.
De aquel día en que abrió esa caja ya pasaron seis años y tres viajes más a Georgia, “y seguiré yendo cada vez que pueda”, dice Jorgelina. “Entendí más y mejor a mi mamá después de ir, la entendí en cosas que ni siquiera ella debe haber entendido de sí misma. Yo siento que tengo una postura corporal y una manera de reírme cada vez que estoy ahí que no tengo en ningún otro lado. A mí me dicen que físicamente soy el prototipo de una georgiana y eso me llena de orgullo. Digo que nací en Argentina, Uruguay es el país que elegí para hacer mi vida, pero la sangre que reconozco es georgiana”.

En 2020, en medio de la pandemia, recibió el estatus de compatriota residente en el extranjero, una propuesta que surgió desde la embajada al notar la fuerza con la que conectó con sus raíces. “Es una figura simbólica que para mí es más importante que cualquier otra cosa”, dice. Un final romántico para cerrar un pasado trágico: “Un círculo que se cierra”, opina.
Así, Jorgelina es, junto a otra uruguaya, la única huella de la diáspora georgiana en suelo charrúa; un país que para el embajador Kurashvili es más parecido a su patria de lo que pensamos. “Tamaño discreto, población escasa y una herencia europea que los convierte en una especie de isla en su entorno”, describe.
Hace 25 años que Georgia mantiene relaciones diplomáticas con Uruguay y ahora, en medio de una política internacional que boga por lograr su ingreso definitivo a la Unión Europea y a la OTAN, ese país en el límite con Asia realizó dos misiones en suelo uruguayo en los últimos dos años y firmó un memorándum de cooperación comercial que hay que poner en acción. Para avanzar en esta sociedad, el mes pasadose inauguró el consulado, a cargo del médico Luis Fráppola.
Allí estaba Jorgelina.
Su búsqueda sigue. Toma el sobre de una de las cartas que envío su abuelo 70 años atrás y dice:
—Acá quiero ir ahora, a averiguar qué pasó en Alemania. Pero…yo me pregunto qué voy a hacer con todo esto, ¿a quién se lo dejo para que no se olvide? ¿A quién le importa la memoria ajena?
Una impensada conexión que le cambió la vida
Nieta e hija de inmigrantes georgianos, Jorgelina Sánchez-Cores Nakashidze y sus dos hermanos nacieron en Argentina. Crecieron en Mendoza, provincia a la que durante la década de 1990 llegó un grupo de inmigrantes de Georgia. Le era habitual escuchar a su madre y abuela hablar en el idioma katruli y seguir las noticias en torno a ese país lejano. En los 90 se radicó en Uruguay. Aquí inició una carrera trabajando en medios y para medios (es asistente de dirección en canal 12), y se especializó como manager de varios músicos y artistas conocidos. Su madre Dawar falleció en 2003 y poco tiempo después decidió investigar su historia familiar para “unir los puntos inconexos” entre los relatos aislados que había reunido. Primero decidió ir en busca de la tumba de su abuelo y luego dar el gran paso de conocer Georgia, donde fue recibida con un inesperado interés. Investigadores y otros miembros de la familia Nakashidze la acogieron y completaron con sus historias el destino de una de las ramas nobles de este importante apellido para la historia política de Georgia. Jorgelina siente que así cerró parte de un círculo y que este encuentro con las raíces de sus ancestros la hicieron conocer el lugar a dónde siente que pertenece. Mantiene una estrecha relación con el embajador Irakli Kurashvili, radicado en Argentina, que reconoce que la historia de Jorgelina y la forma en que conectó con su familia georgiana lo motivó a ofrecerle el estatus de compatriota residente en el extranjero.