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La fórmula detrás del auge del software uruguayo: del furor por la primera IBM al éxito en Wall Street

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Empresa tecnológica de pagos uruguaya dLocal debuta en el mercado del Nasdaq de la Bolsa de Nueva York y logra un hito económico y empresarial para Uruguay al alcanzar el primer día un valor de mercado de US$ 9.500 millones, foto Dlocal
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LOS ORÍGENES DE UNA HISTORIA EXITOSA

Mientras dLocal triunfa en la bolsa, las principales figuras del software uruguayo hablan de un efecto contagio entre los casos de éxito y confían en que más firmas se convertirán en unicornios.

Setiembre 2020. La empresa dLocal se convierte en el primer “unicornio” de Uruguay y se hace un lugar dentro del selecto grupo de firmas valuadas en más de mil millones de dólares. Esto implica nuevas responsabilidades con nuevos inversores.

Menos de un año después, en junio de 2021, dLocal cotiza sus acciones en la bolsa de valores Nasdaq. Las campanas suenan, la alegría es total. Familias festejan a través de pantallas mientras que parte del equipo —con termo y mate abajo del brazo— hace lo mismo en Nueva York. Festejan, pero vuelven a trabajar, con nuevos objetivos y más responsabilidades aún, como la de ser una empresa cuyo estado financiero y metas quedan ahora a la vista del público. La semana pasada dLocal alcanzó otro hito al lograrla mayor valorización bursátil de una empresa uruguaya en Wall Street.

No es un milagro que los uruguayos lleguen tan lejos, quienes conocen la industria aseguran que “son las consecuencias de tener un ecosistema emprendedor de madurez envidiable” para otros países. La historia detrás de la solidez del sector del software es una combinación de casualidades, la tenacidad de algunas personas y unas cuantas decisiones heroicas.

El origen.

En la segunda mitad de 1960, UTE y la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República se juntaron para desarrollar modelos estadísticos sobre los ciclos de lluvia en el Río Negro. Las inundaciones de 1959 habían dejado sin electricidad a gran parte del país, catástrofe que podría haberse previsto si hubiera habido un modelo matemático que advirtiera de la magnitud de las lluvias que vendrían. El entonces rector Oscar Maggiolo constató que era necesario formar más profesionales y creó el Centro de Computación de la Universidad de la República (CCUR) con la “enorme ayuda” del argentino Manuel Sadosky, considerado por muchos el “padre de la computación” en su país.

Resulta que por aquella época la Facultad de Ciencias Exactas de la Ciudad de Buenos Aires padeció la Noche de los Bastones Largos —un histórico desalojo de facultades ocupadas el 29 de julio de 1966, que incluyó una fuerte represión— tras el golpe del general Juan Carlos Onganía. Aquello derivó en un montón de profesionales cesados, entre otros Sadosky, director del Centro de Cálculos.

En ese contexto, Sadosky ofició de consultor en la creación de la primera carrera en el área de la computación en Uruguay, que comenzó en 1968. En ese entonces, Jorge Vidart, actual presidente ejecutivo de Tilsor SA y profesor titular honorario de la facultad, tenía 22 años.

—Éramos profesores y alumnos al mismo tiempo. Nos repartimos las asignaturas y fuimos para adelante —cuenta.

Además de las inundaciones de 1959, la llegada de Sadosky y la conformación del CCUR, ocurrió algo fundamental: la compra de la IBM 360 (modelo 44), una máquina diseñada específicamente para uso científico y universitario. Su memoria era más grande que la suma de todas las memorias del país y quienes la vieron hablan maravillas de ella. La decisión fue de avanzada en un momento en que se pensaba que las pocas computadoras que existían servían solo para uso comercial.

—Cuando llegó la IBM fue un respiro tremendo —dice Vidart—. La instalamos en el quinto piso y la gente se peleaba por ir a trabajar ahí porque era el único lugar de la facultad con aire acondicionado.

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Llegada de la computadora IBM 360 (modelo 44) en el año 1959.

A pesar del entusiasmo, en un momento Vidart entendió que en Uruguay no había mucho más para estudiar y él quería “estudiar en serio”. Consiguió una beca del gobierno francés, un apoyo de la facultad y partió en 1971 hacia Francia.

Edad Media (1973-1985).

En 1973 Vidart recibió mensajes de amigos que le advertían que no volviera. “Me iban a meter preso como a ellos. Yo ya tenía pasaje de vuelta”, dice. La dictadura había llegado y tras una explosión en la facultad los integrantes del CCUR habían sido detenidos.

—Todas las mañanas los llevaban a trabajar y por la tarde volvían a la comisaría. Era una detención muy extraña, como trabajo forzoso, porque temían que en los discos hubiera información relevante para la subversión tupamara.

El intervencionismo de la dictadura hizo énfasis en las materias prácticas por sobre las teóricas, quitándole a esta flamante carrera el impulso que traía. Vidart es de los que creen que lo que pasó durante esos años “fue un desastre” pero, de alguna forma, también generó que muchos exiliados terminaran estudiando y trabajando en lugares muy prestigiosos del mundo: “La palabra crisis en algún lenguaje significa oportunidad”, apunta.

En 1974, cuando lo cesaron de la facultad por razones políticas, el ingeniero Juan Grompone se juntó con unos amigos y creó Interfase, una empresa de electrónica que se dedicaba “a lo que viniera”. En 1976 ganaron una licitación para desarrollar un equipo nacional de télex, y en 1980 instalaron el primer computador electrónico que eliminaba la operadora: todo en plena dictadura. En 1986 ya habían automatizado toda la red de télex e hicieron Urupac. ¿De qué se trataba?

—Urupac era el abuelo de Internet, que consistía básicamente en un servicio de correo electrónico que se contrataba como quien contrata el teléfono. Ahorraba muchas cosas —dice Grompone.

Años después, Grompone y su empresa Interfase se juntarían con Vidart para crear la firma desarrolladora de software Tilsor SA. Arrancarían con 15.000 dólares y en una pieza de 40 metros cuadrados; hoy es una empresa con 70 empleados.

—Vidart tenía una cantidad de contactos e ideas. Interfase le daba el resto —recuerda Grompone.

Tiempos modernos.

Con la democracia la Universidad de la República recuperó su autonomía y el CCUR dejó de ser un organismo para convertirse en el Instituto de Computación (INCO). Pero igual el panorama era bastante complicado. Juan José Cabezas era en aquel entonces el director del INCO y cuenta cómo lo vivió:

—La situación era dramática, porque hasta el final de la dictadura había una cuota anual de 200 estudiantes. Con el retorno a la democracia se liberó y pasamos a tener más de 1.200, al mismo tiempo que muchos profesores que tenían una carga bajísima de horario renunciaron porque se vieron saturados. El INCO se quedó prácticamente sin profesores. Otra cosa que agravaba el problema era que la biblioteca tenía aproximadamente 70 libros para miles de estudiantes.

En ese contexto se decidió reforzar el instituto que, a pesar de haber sido el más afectado, en aproximadamente una década se transformó en el más importante de la facultad, según recuerda Cabezas.

—Toda la emoción de la salida de la dictadura se utilizó para mejorar el ámbito académico. Muchos estudiantes acostumbrados a organizarse en contra de la dictadura utilizaron sus organizaciones como organismos académicos. Por ejemplo, grupos que imprimían folletos se convirtieron en grupos que imprimían los capítulos que el profesor indicaba.

Cuando Julio María Sanguinetti ganó las elecciones a fines de 1984, se contactó con el ingeniero Victor Ganón.

—Me pidió que trabajara para el gobierno y fue así que desarrollamos Urucib, el primer software que se exportó —dice Ganón—. Era un sistema de información ejecutivo para Presidencia que recogía información de orígenes públicos y privados y la transmitía, procesaba y filtraba a través de programas estadísticos. Ni sabíamos lo que estábamos haciendo, me enteré que tenía nombre en un congreso en China.

Enseñanza

El legado en Uruguay del "padre" de la computación argentina

En Buenos Aires y tras el retorno a la democracia, el matemático e informático Manuel Sadosky —aquel consultor argentino que cruzaba a Montevideo a asesorar a la Facultad de Ingeniería a fines de la década de 1960— creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (Eslai) en 1984. Este centro de primer nivel formaría unos 30 estudiantes al año a través de un programa de tres años sobre la disciplina informática. Sadosky fue secretario de Ciencia y Técnica del gobierno de Raúl Alfonsín. La Eslai formó docentes que ayudaron a crear en Uruguay un plan de estudios que retomaba el énfasis en la formación básica.

Urucib recibía la información de manera electrónica en un momento en que no había Internet. Eso lo lograron utilizando la red de télex que había desarrollado Juan Grompone y su equipo. En paralelo, Ganón comenzó una empresa llamada Quanam. “Nació junto con la informática y sigue estando vigente, con oficinas en varios países de América Latina, Centroamérica y Estados Unidos”, dice.

En la década de 1980 fue muy importante el apoyo de la Escuela Superior Latinoamericana de Informática, además del de todos los uruguayos que volvieron del exterior porque plantearon crear el Programa para el Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Pedeciba tenía —tiene— el objetivo de repatriar científicos y financiar maestrías y doctorados para investigar en Uruguay. Sin embargo, el gran cambio que introdujo Pedeciba fue reconocer a la informática como una ciencia básica: hasta ese entonces era una herramienta. Y fue con esa base que el ecosistema fue avanzando y generando una sinergia entre la academia y la industria.

—A fines de 1990 llamaba la atención que Uruguay exportaba más software que vinos, a pesar de la fama del vino uruguayo —dice Vidart con picardía.

El sector local se había convertido en el primer país exportador de software de América Latina y sin apoyo oficial.

Lo atamos con alambre.

Esa fama de atarlo todo con alambre nos habría jugado a favor. Así lo explica Vidart:

—Esa es exactamente la ventaja que tenemos, porque frente a problemas que no estamos capacitados para resolver, en vez de decir "no puedo", lo que hacemos es estudiar y atarlo con alambre.

Con él coincide el ingeniero Eduardo Mangarelli, actual decano de la Facultad de Ingeniería de la ORT. Dice que hay problemas que en el mundo desarrollado están resueltos y eso hace que ciertos músculos de quienes están acostumbrados a esos mercados no desarrollen y los uruguayos sí.

Mangarelli ocupó cargos como el de director de Innovación e Ingeniería de Microsoft a nivel mundial, opina que lo que destaca a los ingenieros locales “es una formación más generalista con énfasis en lo teórico, que favorece a la innovación y permite no quedarse obsoleto en un ámbito en el que lo único constante es el cambio”.

Eso, y además que las empresas nacen con “mentalidad exportadora porque saben que el mercado es chico”, entonces tienen una fácil y rápida adaptación a otros mercados y sus culturas.

El gran salto.

Una muestra de la mentalidad exportadora es dLocal: detectaron que las grandes empresas tenían como única opción de pago las tarjetas internacionales, pero en los mercados emergentes no todas las personas accedían a una. ¿Qué hicieron? Se dedicaron a entender cómo pagan los usuarios en cada país para ofrecerles una solución.

Rodrigo Sánchez, SVP de producto de la empresa, afirma que desde el día uno supieron que el mercado rioplatense no sería el que los definiera y se enfocaron en Brasil, con clientes chinos. Eso implicaba “internacionalizarse” y ponerse exigencias como que el inglés sea el idioma base dentro de la empresa.

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Parte del equipo de dLocal en Nueva York.

Otro caso similar es el de GlamSt, una startup uruguaya de belleza que trabaja con realidad aumentada y permite a los usuarios ver cómo le quedarían los productos. Hace dos años, la empresa fue comprada por el retailer de cosméticos más grande de Estados Unidos. Agustina Sartori, cofundadora de GlamSt, lidera al equipo uruguayo desde California. Dice:

—Siempre supe que quería que mi equipo estuviera en Uruguay, pero para vender algo innovador y levantar capital tuve que irme a Estados Unidos.

Al principio le costó convencer a los norteamericanos de mantener al equipo en otro país, “pero cuando conocieron a nuestra gente se dieron cuenta de que no tenía sentido cambiarlos”, agrega.

Y podemos seguir con casos así. Tryolabs, otra firma de software, se enfocó desde el inicio en Estados Unidos porque, según su cofundador Martín Alcalá Rubí, allí es la zona en donde hay mayor capital de riesgo: “Hay gente a la que la plata en el bolsillo le quema y toman muchos riesgos”. La apuesta al principio fue arriesgada:

—En ese momento dijimos, ‘si llega un mail en español, no respondemos’.

Pero también hay obstáculos en Estados Unidos. Rodrigo Sánchez, el SVP de producto de dLocal, los vivió:

—Tuvimos que educar a las empresas sobre la necesidad de nuestro servicio. Me acuerdo de llevarles una foto de la fila en la red de cobranza de mi edificio a las ocho de la noche para que entendieran que solamente con tarjetas de crédito internacionales no iban a solucionar los problemas de los mercados emergentes.

También se da otro fenómeno interesante y es que grandes empresas de software de todo el mundo eligen Uruguay para instalarse. Traen sus oficinas, su gente, su infraestructura y se hacen un hueco en nuestras calles. Nicolás Jodal, cofundador de GeneXus, menciona que la estabilidad que ofrece Uruguay en comparación con el resto de América Latina es el gran diferencial para que estas empresas tengan su base acá. “Los salarios son caros, pero es el precio que hay que pagar por la estabilidad “, dice Jodal.

Con GeneXus se da que el éxito no fue ni es solo de ellos, sino que también sirvió para que muchas otras empresas produzcan software y lo exporten. “Hoy seguimos perteneciendo a un grupo selecto de 10 empresas a nivel mundial”, dice Jodal refiriéndose a que GeneXus “es uno de los pocos programas que hace programas.”

El efecto contagio.

El origen de PedidosYa surgió en una clase de facultad: cansados de la poca practicidad y los errores en los encargos de comida por teléfono, apareció la idea. Entre 2010 y 2014 pasaron por varias rondas de capital que inyectaron unos siete millones de dólares a la empresa y “grandes” de todo el mundo los querían como su “player” en Latinoamérica.

Les fascinó la visión del alemán Delivery Hero. Se asociaron y entre 2014 y 2017 este gigante les inyectó 79 millones de dólares. Hoy trabajan en toda América Latina, transaccionan 16 millones de órdenes por mes y están valuados en 3.500 millones de dólares (según los múltiplos de la industria, siendo parte de Delivery Hero). Ariel Burschtin, cofundador, hace una precisión:

—En comida estamos en 15% de lo que podemos ser en América Latina. Nuestro lema es llegar a los 158 millones de pedidos por mes para 2024 y complementar con otros servicios como el quick commerce.

Burschtin tiene una visión muy positiva de lo que es el ecosistema local en este momento. Dice que hay un “efecto contagio” que ayuda a que haya cada vez más casos como el de PedidosYa y que hay muchas compañías camino a ser unicornios.

Ariel Burschtin
Ariel Burschtin, cofundador de PedidosYa.

Formas hay varias, como puede ser la de Endeavor, una red que tiene su foco en acompañar y promocionar el desarrollo de emprendimientos de alto impacto. O el de Ingenio, la incubadora del LATU que apoya emprendimientos en etapas de comercialización o escalabilidad. También está Uruguay XXI, la agencia responsable de promover las exportaciones, inversiones e imagen país. Y está el propio ecosistema, que se retroalimenta:

—Con otro de los fundadores de PedidosYa somos inversores de fondos de capital de riesgo en startups y a veces también somos board members —dice Burschtin.

Los fondos de capital de riesgo cumplen un rol vital en el crecimiento de estos pequeños gigantes. De hecho, es en busca de estos fondos que los uruguayos salen hacia destinos como Estados Unidos. Los inversores acuerdan una valoración de la startup, se quedan con el porcentaje que deciden comprar y las acciones de los dueños se diluyen.

Además, existe otro jugador esencial en las ligas uruguayas: la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). “Yo me saco el sombrero con el Estado en términos de emprendedurismo, para mí la ANII fue la salvación en muchos momentos críticos", confiesa Sartori, cofundadora de GlamST. La agencia financió la startup que surgió como un proyecto de fin de carrera en la Universidad de Montevideo.

En tanto, Grompone, cofundador de Tilsor SA, comenta sobre el apoyo del Estado:

—Cuando dice que sí, es fantástico. Pero cuando dice que no, hace un agujero enorme. Cuando se liberó Internet, Antel resolvió comprar equipos norteamericanos, abandonando la posibilidad de que Urupac los hiciera. Si la decisión hubiera sido la contraria, seríamos un país exportador de equipos de internet.

Martín Alcalá Rubí
Martín Alcalá Rubí, cofundador de Tryolabs.

En software “o tenés solidez o tenés crecimiento”, asegura Jodal, el cofundador de GeneXus y desarrollador de Coronavirus UY. De todas formas se puede crecer sin muchos recursos financieros, pero a paso “lento y orgánico”, según Victor Ganón, cofundador de Quanam. “Se puede hacer como nosotros, que reinvertimos utilidades y en 40 años llegamos a ser una empresa importante. Pero si querés hacerlo en poco tiempo necesitas capital”.

Para Jodal, el dinero tampoco es un problema para las startups. “Siempre que las cosas tengan valor los recursos financieros aparecen”, confía. El tema es que el problema excede a los recursos financieros, “lo que falta son recursos humanos “, plantea Mangarelli, y agrega: “Además creo que a veces por el tamaño de nuestro mercado pensamos más en chico de lo que deberíamos y esto condiciona nuestras acciones”.

Uruguay demostró su capacidad de producir software de avanzada. La aplicación Coronavirus UY es utilizada por 2,7 millones de personas, un éxito que no se logró en otros países. Jodal cuenta que lo llaman “de todos lados” y se quedan “asombrados de lo que tenemos en el país”. ¿Y qué se puede esperar? Para Ganón el futuro ya está en los laboratorios, el asunto es confiar en el futuro sin bajar los brazos. En el emprendedurismo hay que estar dispuesto a vivir al límite y al parecer muchos uruguayos lo están.

formación

Falta personal, sobre todo el más formado: ahí está la apuesta de las universidades

Martín Tanco, decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Montevideo, cuenta que en 2002 este centro de estudios fue pionero en el lanzamiento de la carrera Ingeniería Telemática, una mezcla entre la informática y otras áreas como pueden ser la medicina, la logística y la robótica. “Es una carrera que está recién por explotar”, pronostica. Al igual que otros expertos, este decano detecta que el gran problema del sector es que “hay un déficit brutal de personal”. Según explica, “hay una gran pirámide de trabajos que en la cima tiene a los más formados, que son los ingenieros. En Uruguay faltan de todos. Hay muchas iniciativas que pretenden reconvertir gente para trabajar en el sector, sobre todo en las partes de abajo de la pirámide”. Sin embargo, confía en que “lo que puede diferenciar a Uruguay en el futuro es mejorar la parte de arriba de la pirámide, porque el resto es posible tercerizarlo”. En este sentido, plantea que un gran potencial que tiene nuestro país es que se puede trabajar en el mismo huso horario de Estados Unidos, una de las razones que atraen a tantas empresas. “Es el área óptima para que los mejores vengan a Uruguay y se queden trabajando”. La universidad además tiene un centro de investigación, aunque el decano advierte que “es muy difícil encontrar investigadores”. Además están desarrollando proyectos aplicados de alumnos para resolver necesidades concretas de algunas empresas.

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