El mismo viejo rencor

En Siria, de la rebelión queda muy poco.

 20120217 800x557

Javier Valenzuela (*)

No se les puede distinguir por la manera de vestir o cualquier otro signo exterior. No se proclaman miembros de tal o cual comunidad, ni efectúan ceremonias públicas distintivas. Y, sin embargo, existen y todos sus compatriotas saben que existen: son los alauitas. ¿Cómo puede identificárseles? En un reportaje para Al Jazeera, Nir Rosen ha dado esta respuesta: "Es fácil saber estos días si uno está en una zona alauita de Siria. Será ese lugar donde todos y cada uno de los rincones estén decorados con fotos del presidente Bachar, su hermano Maher y su padre, Hafez. Y donde las paredes estarán pintadas con el lema Asad para siempre".

Dos sangrientos conflictos, como mínimo, asolan ahora Siria. A lo que, siguiendo los ejemplos tunecino y egipcio, comenzó hace 11 meses como una lucha juvenil, pacífica y democrática contra los 40 años de dictadura de los Asad, se le ha ido sumando una guerra civil sectaria, cada vez menos soterrada, entre la minoría alauita gobernante y la mayoría sunita. Es el triste resultado de la testarudez sanguinaria del rais Bachar el Asad y su clan.

Como los Asad, alauitas son los principales responsables de una represión que ya se ha cobrado más de 5.000 vidas: los jefes y muchos de los miembros de los mujabarat o servicios de espionaje, la Shabiha o milicia del régimen, las tropas de élite de la Cuarta División que dirige Maher el Asad. Y también los civiles que sostienen con más fervor a la familia presidencial.

Por el contrario, sunitas son la mayoría de los miembros de las Fuerzas Armadas que se niegan a disparar contra la población rebelde o que incluso desertan. Y de los integrantes del denominado Ejército de la Siria Libre que, a fines del pasado año, comenzaron la resistencia armada. Y de los manifestantes en las calles de Homs y otros lugares.

Los enfrentamientos entre civiles alauítas y sunitas se multiplican a lo largo y ancho de Siria. Los primeros temen que la caída de los Asad se transforme en una feroz persecución de su minoritaria y enigmática comunidad; los segundos piden "venganza". Los reporteros que informan sobre el Ejército de la Siria Libre cuentan que uno de sus mensajes primarios de reclutamiento llama a una guerra de los "verdaderos musulmanes" contra "los heréticos alauitas".

Podía haberse evitado, pero Bachar y los suyos se enroscaron en la idea de que las iniciales protestas democráticas eran fruto de una conspiración extranjera en la que estarían los estadounidenses, los europeos, los israelíes, los sauditas, los qataríes, el incendiario predicador fundamentalista sunita Adnan al Arur, los islamistas turcos, tunecinos y egipcios y la cadena de televisión Al Jazeera. Llegaron a decir que las noticias de Al Jazeera sobre las protestas eran filmadas en "gigantescos platós" y bajo la dirección de "cineastas franceses y americanos".

Lo que comprendieron enseguida los correligionarios alauitas de los Asad fue que su hegemonía en la vida siria estaba amenazada. Y cerraron filas en torno al régimen. Ahora, si la comunidad internacional no lo remedia, ellos pueden ser los que paguen la principal factura en el baño de sangre con que todo indica que acabará esta historia.

Antiguamente conocidos como nusairis y ansaríes, los alauitas sirios (a no confundir con la dinastía homónima marroquí) suponen entre el 12% y el 15% de los 24 millones de habitantes del país (los sunitas estarían entre el 70% y el 75%, siendo el resto cristianos, un10%, drusos, kurdos y otros grupos étnicos o religiosos aún más minoritarios). Étnica y culturalmente, los alauítas son tan árabes como todos los demás; en cuanto a sus creencias religiosas, están enraizadas en el islam chiita. El resto es misterioso: constituyen una secta iniciática y solo aquellos de entre ellos que alcanzan niveles superiores de poder o espiritualidad conocen todos sus secretos.

Según cuentan Laurent y Annie Chabry en su Politiques et minorités au Proche-Orient, los alauítas creen en un dios único que se ha encarnado siete veces en otros tantos seres humanos, la última en Alí Ibn Abi Talib, primo y yerno de Mahoma y cuarto califa del islam. Esas siete manifestaciones humanas de la divinidad se habrían expresado a su vez en otras dos personas asociadas, retomando así la idea de la trinidad. Con el tiempo, su fe se habría ido convirtiendo en un sincretismo, con incorporación de elementos del cristianismo, el budismo, el zoroastrismo, el neoplatonismo y el paganismo. También creerían, por ejemplo, en la reencarnación y la transmigración de las almas.

Secularmente, los alauitas, que no ayunan, no peregrinan a La Meca, no rezan en las mezquitas, beben vino y dan más libertad a sus mujeres, han sido considerados paganos politeístas por el ortodoxo y mayoritario islam sunita, y por ello muy perseguidos. Su refugio han sido las montañas sirias que dan al Mediterráneo (el Yebel alauita), con Latakía y Tartus como principales ciudades.

Tras la Primera Guerra Mundial y la caída del imperio otomano, Francia se convirtió en la potencia colonial en Siria. Para asegurarse un mejor control del país, estimuló sus tendencias separatistas y llegó a crear un Estado independiente alauita, con capital en Latakía, que duraría hasta la Segunda Guerra Mundial. Con la independencia, los granjeros alauitas encontraron un abrigo ideal en la ideología laicista, panarabista y socialistoide del partido Baaz. Se incorporaron masivamente a sus filas y a partir de ahí encontraron empleo en las Fuerzas Armadas, los servicios de Inteligencia y la Administración.

El Baaz se hizo con el poder en 1963, y en 1970 uno de sus dirigentes, el alauita Hafez el Asad, general de aviación y ministro de Defensa, conquistó la presidencia. En apenas una década, la de 1970, los alauitas se convirtieron en la minoría hegemónica en el rompecabezas sirio. Hafez el Asad pactó con la burguesía sunita de Damasco y Alepo: los alauitas llevaban el Estado y los comerciantes sunitas se dedicaban a sus negocios.

En las últimas cuatro décadas, los alauitas han ido perdiendo sus señas de identidad religiosas originarias para sustituirlas por la adhesión a los Asad. Ahora son una comunidad sin verdadera convicción ideológica o religiosa, pero cimentada por el miedo a que el final del régimen de los Asad desemboque en una venganza masiva y sangrienta contra ellos. Se ven como una gente que defiende el carácter secular del Estado sirio y mucho más moderna que los sunitas.

Ahora, los alauitas levantan en sus aldeas y barrios barricadas defendidas por vecinos armados. Por su parte, los extremistas sunitas dicen que las prácticas religiosas secretas de estos "montañeses" son orgías y gritan a favor de que "vuelvan a sus granjas".

No es casual que las áreas que cayeron bajo el control rebelde sean casi enteramente sunitas. En línea con gran parte de la región, los sunitas sirios se han vuelto religiosamente conservadores en las últimas décadas y cada vez más influenciados por la dureza de la retórica anti-chiita lanzada por Arabia Saudita. Como en Irak, el predicamente sunita ha empujado a muchos al radical liso y llano. Comentarios a un video de YouTube de la captura de un capitán de tanque alauita por parte del Ejército de la Siria Libre, por ejemplo, proponían que debería ser sodomizado antes de ser ritual matado como un "animal infiel". Mucho de los brigadistas locales del ejército rebelde llevan normbres cargados de triunfalismo sunita. Los sermones en la mezquitas en las áreas rebeldes habitualmente describen a las fuerzas del gobierno como "hordas satánicas".

El miedo a los envalentonados radicales sunitas ha empujado a muchos cristianos, que están bien al tanto de la aniquilación de la igual de grande y antigua comunidad cristiana de la vecina Irak, a aceptar a regañadientes la caracterización que hace el gobierno de los rebeldes como terroristas. "Estuvimos con la revolución mientras las demostraciones eran pacíficas", dice una ama de casa cristiana en Damasco. "Pero cómo podemos respaldar a una pandilla criminal y armada".

Así, el alzamiento democrático contra una autocracia se ha ido convirtiendo en un conflicto sectario entre, de un lado, los sunitas y, del otro, los alauitas y sus parientes religiosos y aliados políticos: los chiitaes de Irán, el Hezbollah libanés y la mayoría gubernamental en Irak. Algo muy explosivo.

No obstante, intelectuales alauitas se han distanciado públicamente del régimen de los Asad desde Beirut y Nicosia. Un grupo emitió hace poco un manifiesto instando a "los alauitas sirios y a otras minorías étnicas y religiosas que temen las consecuencias de una posible caída del régimen a participar en los esfuerzos para derrocar este gobierno opresor y participar en la construcción de una nueva república siria basada en la primacía de la ley y en la ciudadanía". A esa vía, la reconciliación nacional en torno a una transición democrática, solo le quedan unos días de viabilidad, unas semanas como máximo. u

41

años hace que está en el poder en Siria la familia Asad. Hafez al Asad asumió, tras un golpe en 1970.

Fin. Lo que entendieron los alauitas cercanos a los Asad fue que estaba amenazada su hegemonía.

Combates. Los enfrentamientos entre civiles alauitas y civiles sunitas se multiplican a lo largo y ancho de Siria.

Opinión

THOMAS L. FRIEDMAN, columnista de The New York Times.

Hay mucha ira acumulada en Siria. La familia Asad la ha manejado como una organización de la mafia alauita desde 1970. Si bien el clan Asad a veces pudiera haber sido una conveniente amenaza de fuerza para Israel y Occidente, también ha sido un enorme agente de la destrucción, matando a periodistas y políticos libaneses que se atrevieron a meterse con Siria, armando a Hezbolla, desviando insurgentes al interior de Irak, sirviendo como un trampolín para fechorías iraníes, asesinando a su propia gente que busca libertad y desdeñando cualquier reforma real de tipo político y económico. Siria no tiene futuro bajo el dominio de Asad.

¿Pero, tiene un futuro sin ellos? ¿Puede esta población multisectaria gobernarse democráticamente por sí sola, o se viene abajo? Nadie puede pronosticarlo. La oposición siria está dividida, por sectas, política, región y tanto por gente de adentro como de afuera. Nosotros necesitamos apoyarlos, siempre y cuando se unan con respecto a una agenda por una reforma plural. Dirigentes de la oposición les deben eso a los valientes jóvenes sirios que han acometido a este régimen con propias manos.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar