César Bianchi, en Young
Las tardes de martes en Young son muy aburridas. Tanto como las demás de la semana. En esta ciudad que no es capital departamental, donde viven 15.000 personas, no hay cibercafés, ni casinos ni cancha de fútbol 5. La avenida principal del centro en realidad es una ruta -la 3- y sobre ella hay un bar donde parroquianos de veintipoco y de sesenta y tantos comparten una cerveza a las tres de la tarde sólo para matar el ocio. En el mismo bar, a plena tarde, hay mujeres "de costumbres elásticas". Los demás younguenses están trabajando.
En particular la tarde del martes 17 de marzo, además de aburrida, fue triste. Hacía exactamente tres años que un tren detenido, empujado por decenas de lugareños, mató a ocho personas y lastimó gravemente a nueve más. Cinchaban de él como un juego para que un programa de televisión les diera 30.000 dólares, con los que comprarían la calefacción para el hospital de Young.
La investigación judicial derivó en el procesamiento sin prisión de Héctor Parentini, el funcionario de AFE que dio la orden de quitarle el freno a la máquina. El 15 de junio el juez Mario Suárez deberá confirmar la condena o absolverlo.
La presión popular para que Parentini no sea culpado de homicidio es muy fuerte todavía, y el magistrado dijo a Qué Pasa no tener decidido qué fallar. Eso sí, seguramente no le dará cabida al pedido de la fiscal Silvia Blanc de llevarlo a prisión. Suárez entiende que "hay muchos responsables de la tragedia", pero Blanc sólo acusó al sanducero "Cacho" Parentini.
Tres años después de la tragedia, el pueblo prefiere olvidarse de todo y apenas unos pocos exigen responsabilizar a todos los imprudentes.
El cura Fernando Pigurina, una persona muy querida en Young, le advirtió a este periodista por teléfono que quizás no iba a valer la pena el viaje, porque la gente no quería hablar. Algo así como el síntoma que sobreviene al dolor, la cicatriz que está empezando a secarse.
Él mismo, quien no tiró de una cuerda del tren por estar enfermo y en cama aquél 17 de marzo, tampoco iba a estar presente tres años después, en el momento de la colocación de una placa recordatoria en la plaza Sardo, frente a la estación del tren. Justo tenía que viajar a Salto por una diligencia impostergable.
La comunidad no quería una oratoria extensa que hurgara en sus corazones heridos. Apenas la colocación de la placa, un toque de clarín y un minuto de silencio bastaron. Un acto austero.
Un grupo no muy amplio de familiares y víctimas de la tragedia se reunió en la plaza, frente a la estación del tren, a las 14 horas. A las 14.20 la ceremonia terminó y todos volvieron a sus casas. Fue en el mismo minuto en que exactamente tres años antes (y 10 minutos antes de lo previsto) el entusiasmo ganó a todos, un locutor empezó a gritar "¡¡vamos, vamos!!", le quitaron el freno al ferrocarril y empezaron a empujar la mole de 56 toneladas en un momento de locura.
La placa, confeccionada a instancias de Selva Carballo y Elba Lemes, heridas en el episodio, dice: "No hay mayor amor que dar la vida por los amigos", una frase del evangelio según San Juan.
Tras el minuto de silencio, los padres de Jonathan, un adolescente de 14 años muerto en el accidente, fueron a llevarle flores a su tumba. En el cementerio se cruzaron con Silvia Sosa, viuda de Ramón Baccino desde el 17 de marzo de 2006.
A la noche, el cura Pigurina, de regreso del litoral, ofreció una misa para los fieles allegados a los protagonistas infortunados de la tragedia. "Estamos para recordar a quienes fallecieron o quedaron heridos, y para recordar que todavía hay esperanza y fe", dijo. Y señaló que un grupo de liceales había adelantado la fecha de una "chocleada" -una jornada de cosecha de choclos en una chacra- a beneficio del laboratorio del hospital de Young para el día siguiente, el miércoles 18.
"Se adelantó la fecha y se puso la `chocleada` para un día después del martes 17… Antes tiramos de un tren, ahora tirarán de un choclo, pero es el mismo esfuerzo y siempre para ayudar al hospital", reflexionó Pigurina. Como si fuera otro desafío al corazón, o al destino, según los creyentes. La fe lo puede, aseguró el cura.
AQUEL EXCESO DE AMOR. Pigurina es un referente en la ciudad. Cuando el guía espiritual intentó explicar lo sucedido al día siguiente del accidente, dijo que sucedió por un "exceso de amor". "La gente quiso dar tanto, que dio todo", reflexionó ante 2.000 personas el 18 de marzo de 2006 en el cementerio de la localidad.
Hoy admite que no fue la declaración más feliz de su vida. "Soy un líder religioso. Estaba en un cementerio rodeado de ocho muertos y sus familiares. Sé que me criticaron, pero ¿qué querían que dijera?", reflexionó en su parroquia.
"Acá nos conocemos todos… y todos conocían a los que fallecieron. El `Negrito` Silva tenía un bar acá a la vuelta, por ejemplo", dijo Pigurina.
Eliseo "El Negrito" Silva y su esposa Elisa Minetto murieron debajo del tren de 56.000 kilos que prestó AFE para la prueba que pensó el programa Desafío al Corazón de canal 10.
Claudia Silva, la hija del matrimonio fallecido, se excusó de no prestar su testimonio. Dijo que nunca lo había hecho para ninguna nota porque no le hacía bien recordarlo.
También murió Elbio Recoba, un ex comisario que entonces tenía 77 años. El abogado Gustavo Salle, en representación de dos hijos de Recoba, presentó un reclamo por "responsabilidad extracontractual por daño moral" de 280.000 dólares. Le reclamó a AFE, Ministerio del Interior, canal 10, los productores del programa que conducía Humberto de Vargas y al Mides, por pagarle -según dijo Salle- 36.000 dólares anuales a una ONG para que limpiara las vías del riel en desuso, 6.000 más de lo que se procuraba juntar en el programa de tevé para el hospital. Una hija de Recoba, consultada para esta nota, también prefirió el silencio. "Es mucho dolor, ¿sabés?", dijo.
Pero fueron los únicos que optaron por evitar la catarsis. Otros, en cambio, narraron cómo es vivir con aquel recuerdo todos los días.
Ramón Baccino, de 54 años, estaba trabajando en el campo y se vino a la ciudad expresamente para empujar el tren por las ganas de colaborar con el hospital de Young. Su mujer, Silvia Sosa, no pudo acompañarlo porque estaba dando clases.
Sosa sostiene la tesis de que no vale la pena investigar y hallar responsables. De hecho, recolectó firmas para que la Justicia archive el caso. Dice que sólo tres personas vinculadas al accidente no firmaron su carta y prefiere no recordarlas.
El crucifijo de madera que le cuelga en el pecho es una alegoría que explica con elocuencia su interpretación católica de perdonar. Como casi todos en Young, Sosa es muy creyente en Dios. Con los ojos rojos que delatan las contenidas ganas de llorar, dice que decidió hacerlo porque ninguna recompensa económica le devolverá a su marido y en nada le beneficia aferrarse al rencor.
"Me di cuenta que el rencor no me iba a permitir seguir adelante, que si lo hubiera hecho quizás hoy mis hijas no serían profesionales, como lo son. ¿Qué ganamos encontrando culpables? Ya quedaron 17 familias destrozadas, ¿para qué seguir destrozando más y causando más dolor?".
La teoría de Sosa está muy consensuada en el pueblo, desde el día siguiente al accidente del tren sin frenos, hasta hoy. Se puede resumir en esta consigna: "no hay culpables o somos culpables todos". Lo repiten una y otra vez como si se hubieran puesto de acuerdo en alguna reunión oculta.
También lo afirma el matrimonio de Selva Carballo y Martín Campero, quienes quedaron lesionados desde entonces. La mujer, de 60 años, no tenía pensado cinchar del tren, pero se dejó llevar por el entusiasmo de la fiesta. Sufrió aplastamiento de pelvis y tórax. Quedó tendida sobre los rieles mientras la garúa caía. Un paisano de boina y bombacha la ayudó a levantarse y recién se desmayó cuando divisó a su marido, que estaba un poco mejor que ella.
Selva estuvo meses internada, hasta que empezó a renguear. Se pensó que nunca podría volver a caminar. Hoy camina pero con dificultad. En el living de su casa dice que si hay que encontrar culpables, ella fue una y su marido otro. "El hospital nos dio mucho siempre, había que devolvérselo. Por eso fuimos. Yo miraba Desafío al Corazón en la tele… ¡era tan lindo! Y cuándo nos tocó a nosotros, ¡ah, no lo podíamos creer!".
Elba Lemes piensa igual. El 17 de marzo pasado estaba todavía internada en la Clínica de Ojos de Montevideo, intentando curar la uveitis, una pérdida de visión, secuela del gran hematoma que tuvo en el costado derecho.
Para el semanario La Hoja de los Jueves del 12 de marzo Lemes evocó la tragedia: "Corríamos porque no nos daba para caminar. La máquina se vino muy rápido y cuando caí en ese pozo la gente empezó a pasar por arriba mío, me pisaban y me pisaban, gritaba boca abajo pero no podía hacer nada, hasta que cayó una cosa tan grande en mi espalda que perdí el conocimiento". Entró en coma y fue internada en el CTI. Hoy todavía le duele el hombro derecho, algunas costillas y el omóplato, que se le quebró en tres. Ella también cree que no hay culpables, o lo son todos.
A Yolanda Facio el tren le arrancó el brazo izquierdo de cuajo. Se levantó, vio que le faltaba un brazo y se fue del caos caminando, como si nada. Recién cuando estaban por operarla empezó a sentir dolor. Facio piensa como muchos: lo que pasó fue obra "del que está allá arriba". "Fue cosa del destino, tenía que ser así. Dios me tenía preparado esto, y lo bueno es que me dio una segunda oportunidad… ¡me queda el otro brazo!".
Facio era empleada doméstica. Ya no puede hacer las tareas del hogar sola, y cuando tiene una casa para limpiar, va con otra mujer porque ella apenas puede pasarle un trapo a las ventanas.
Maneja su moto con una mano sola y cuando pasa por la estación y ve pasar un tren lo saluda: "¡hola amigo!" Parece humor negro, pero es la forma que ella encontró para consolarse. "¿Culpables? No, nunca me puse a pensarlo… nos pasó a todos, ¿no? Estaba planificado que pasara".
En la misma tesitura está Néstor Díaz, a quien se le murió su anciana madre Ramona. También la pareja de Ruben Muñoz y Graciela Gómez, padres del adolescente de 14 años, Jonathan, que murió engullido por el tren.
Los padres de Jonathan viven en una modesta casita de bloques en el Barrio del Hogar de Ancianos, como lo conocen. Viven con sus hijos Vanessa de 14 años, Brian de 12 y Mikele de 5, quien durante la entrevista se afanaba por salir en la foto. "¿Qué vamos a hacer mañana?", le preguntó Muñoz padre. "Me van a pasar a buscar por la escuela y vamos a visitar a Jona", contestó la niña.
Debe tener un vago recuerdo de su hermano. Cuando él murió debajo del tren empujado, entre otros por él mismo, Mikele tenía apenas 2 años. Dicen los papás que Jonathan era rebelde, terco, porfiado e hiperactivo, como cualquier adolescente. A Muñoz le dijeron que aquella tarde lo sacaron tres veces de al lado de los rieles, diciéndole que él no podía estar ahí por ser menor, pero igual volvió para agarrar un pedacito de cuerda.
Jugaba de delantero del Peñarol de Young, aunque no era un goleador nato, más bien un "nueve" peleador. En los últimos días había fichado por San Lorenzo de Young, pero no tuvo la suerte de debutar. El tren llegó antes.
Su padre estaba desocupado el día del accidente. Unas semanas después, la Intendencia de Río Negro le consiguió un puesto de sereno, que hoy agradece. Él también cree que si todo pasó como pasó, es porque su sino estaba marcado. Y se lo toma como algo personal, como si "el destino" se lo tuviera reservado a él, no a su hijo: "Se ve que me tenía que pasar, me tocó y chau". No se perdona no haberlo acompañado. Cree que si él hubiera ido con su hijo, hoy no sería una de las ocho víctimas fatales, porque le habría ordenado que no se acercara. Y a él siempre le hacía caso.
Muñoz es la excepción en Young: no es creyente. Su esposa sí lo es, y como casi todos, encontró una respuesta a la medida de su sentir. Dice que por algo Dios escogió una costurera, un pastor, un comerciante, un estudiante... "Se ve que los precisaba allá arriba", piensa Graciela Gómez.
Cuando el 16 de marzo de 2006 Jonathan le comunicó al padre que al día siguiente debía ir con la escuela a ver la prueba del tren para ayudar al hospital de Young, él padre le sugirió con poca convicción que no fuera. "Tuve un presentimiento, no me gustan las multitudes", confiesa.
El chico le dijo entonces que si él le daba 40 pesos, desistiría de ir. Muñoz le dio los 40 pesos pero fue sólo un truco del joven para sacarle dinero. Más tarde le dijo que tendría que ir igual, porque en la escuela le habían dicho que la concurrencia era obligatoria. Y fue nomás.
"¿Qué ganamos con reclamar algo? No queremos lucrar con la muerte de nuestro hijo. ¿Vamos a hacernos una casa de dos pisos con la muerte de Jona? No… Ganamos más así, yendo al juzgado a apoyar a Parentini", sostiene la mamá. "¿Para qué vamos a revolver la herida? Dejá quieto…", complementa su marido.
Se conformaron con los 7.500 dólares que les dio canal 10 luego de un programa especial para recaudar fondos para las familias víctimas del accidente. Ese programa, también conducido por Humberto de Vargas, recaudó 100.000 dólares para repartir entre los afectados.
Marina Rodríguez (36) tiene una visión más crítica del episodio a pesar de ser creyente (protestante). Quedó viuda del pastor luterano Gustavo Muñiz, que tenía 34 años cuando lo arrolló el tren. Rodríguez no firmó la carta de Sosa para que se archive el caso en la Justicia.
Ella quedó como madre soltera de Eloísa, de 7 años (quien nació en el hospital de Young), y Emilia de 4. Llora cuando recuerda que sus hijas hace poco le comentaron: "menos mal que vos no te moriste, mamá". O cuando evoca el día desgraciado: su marido, que no estaba en la lista de elegidos para tirar de la cuerda, le preguntó si hacerlo en caso de tener la chance y ella le contestó: "hacelo amor, si eso es lo que te hace feliz".
"Todos tenemos una cuota de responsabilidad, es cierto. Pero no la misma cuota. Hay responsabilidades mayores y muy menores", señaló Rodríguez, quien prefirió no especificar si hará reclamos económicos o no. "Lo he pensado", dijo.
No cree que Dios los haya puesto a prueba para saber hasta dónde llegaba su fe. Sí interpreta que la lluvia que cayó aquella tarde fue una señal divina, que no advirtieron. "Y eso que acá en Young cualquier cosa se suspende por tres gotas".
De alguna u otra forma, casi todos encuentran una explicación vinculada a Dios. Yolanda Facio, fiel creyente, dijo que si mañana es nuevamente convocada para empujar un tren detenido a beneficio del amado hospital de Young, lo volvería a hacer. "Para eso tengo mi brazo izquierdo…" Dios lo quiso así y le dio otra oportunidad, cree.
Entre tanta explicación mística, el juez Suárez parece contradecirlos en el expediente evocando el episodio del ferrocarril del 17 de marzo de 2006: "Desgraciadamente, dio por cumplirse con rigor casi científico el añejo refrán de que con buenas intenciones está empedrado el camino al infierno".
Cinchadores
Ya estaban elegidas las personas destinadas a cinchar del tren para la prueba el 17 de marzo de 2006: serían 60 voluntarios y 20 suplentes. Según todos los consultados, la "emoción" y el "entusiasmo" por ayudar al hospital hicieron que unas 400 personas se sumaran a la cinchada.
El procesado
El funcionario de AFE Héctor Parentini, único procesado (sin prisión) por la tragedia, prefirió no hacer declaraciones para esta nota, a pedido de su abogado. El sanducero "Cacho" Parentini estuvo en la misa de la noche del 17 de marzo pasado en Young. La comunidad lo apoya.
Se fue de Young y reclama
La abogada Jacqueline Portela patrocinó a Silvia Porcal, una empleada doméstica que se fracturó tres vértebras lumbares, dos costillas y sufrió fractura expuesta de tibia y peroné de pierna izquierda. "Si yo hubiera provocado una tragedia así, estaba preso en una tarde. ¡Qué no hay culpables! Es fácil hablar pero ella no va a poder trabajar más", dijo su marido Pablo Benítez al periodista Leonardo Haberkorn para Gatopardo en junio de 2008. Portela dijo que se presentó un escrito para "dar cuenta" a la Intendencia de Río Negro de lo sucedido con Porcal, quien ya no pudo trabajar más, pero la pareja desestimó, entonces, reclamar. El matrimonio se mudó de Young a Montevideo, según Portela, porque ya no soportaban la presión y el desprecio de muchos younguenses que los acusaban de tirarse contra el hospital. Porcal, en cambio, dijo desde el barrio montevideano de Villa Española a Qué Pasa que ese no fue el motivo de su mudanza: "me fui porque quedé mal psicológicamente, al igual que mi hija de 13 años. Ya no podía pasar por el lugar de los hechos, me hacía mal. Y nunca pude trabajar". Según ella, el intendente Omar Lafluf (o "Tufi", como lo llama) le prometió un empleo innumerables veces y nunca cumplió. Ahora Porcal, representada por Gustavo Salle (quien también defiende a los Recoba), le está reclamando a canal 10, al Mides y al MSP.
"Esto fue multicausal"
El director del hospital de Young, Juan Pablo Apollonia, es un referente en el pueblo. Fue uno de los principales artífices de la organización de aquella prueba de tirar de un tren para conseguir los fondos para su hospital. Apollonia asegura que la seguridad en el operativo le correspondía a la Policía, aunque ésta sostuvo que sólo debía encargarse de mantener el orden y no de la prueba en sí. Apollonia asegura que se investigó "muchísimo" y no quedó nadie por consultar. Entiende que la tragedia fue "multicausal": "hubo responsabilidad del canal, que pergeñó la prueba, de AFE, nuestra por haber equivocado el tono de la convocatoria y no haber sido claros, de la Policía... Lo que pasó fue un desastre, por tanto nunca pudo haberse previsto", afirmó en su despacho del amado hospital de la localidad. Por otra parte, negó que se haya puesto vaselina a los rieles y se le haya quitado todo el peso posible al tren para su mejor circulación, como aseguró la Dra. Jacqueline Portela. Apollonia contó que aquel lluvioso 17 de marzo de 2006 solicitó suspender la prueba para otro día pero la organización se opuso.