"Basurear es mucho más fácil que aprender y admirar"

 20090123 555x600

La cuestión. ¿Por qué el llamado "basureo" se ha vuelto una práctica tan característica entre los porteños?

La respuesta / Cápsulas

El filósofo Mario Bunge es porteño, así que como él mismo lo sugiere, habla con conocimiento de causa. El texto integra Cápsulas (Gedisa, 400 pesos), una colección de pequeños ensayos con aspiraciones a una divulgación más general que académica; muchos fueron publicados por la agencia EFE. Algunos de los textos (que nunca exceden las cuatro páginas) se dedican a personajes de las Ciencias Sociales (Popper, Kuhn, por ejemplo) pero en su mayoría se centran, con erudición pero al ritmo de una prosa muy entretenida, a hablar de temas en un amplio espectro que va desde la macroeconomía a entender la clásica pedantería porteña.

"Basurear" significa menospreciar, humillar, o manosear a alguien. Ambos vocablos son rioplatenses, aunque el primero tiene contrapartida en inglés (to rubbish).

Por ejemplo, cuando pibe (Argent.) o botija (Urug.), yo era hincha de Boca Juniors. Por lo tanto, basureaba a su principal rival, River Plate. Desde ya, ambas actitudes eran infundadas, no sólo porque los dos equipos eran equivalentes, sino también porque yo jamás los había visto jugar.

La mía, de mi lejana infancia es, precisamente, una característica porteña: la de basurear o hinchar sin fundamento racional y empírico. Estos deportes se practican por puro gusto de hacerse ver y provocar.

(Otras dos características porteñas, éstas más conocidas y muy criticada por los provincianos, así como por uruguayos y chilenos, son el engreimiento y la prepotencia. El porteño da la impresión de andar siempre a caballo en medio de un rebaño de ovejas. Jamás se le ocurre que él puede ser carnero.)

He aquí otro ejemplo. Cuando adolescente yo formaba parte de la claque del Teatro Colón. Esto me permitía asistir a conciertos, en el "paraíso" y de pie por solo 50 centavos. Pero como buen porteño, yo solía basurear a los más grandes intérpretes y directores del mundo, pese a no saber nada de música. Por consiguiente, aplaudía cuando me gustaba, no cuando daba la señal el jefe de la claque. Este me expulsó varias veces por este motivo, pero me readmitió otras tantas por intercesión de mi amigo, un guardabarreras de gran cultura y sensibilidad musicales, y veterano de la claque.

Pero ya me descarrilé. Sólo me había propuesto ejemplificar la actitud despreciativa del porteño típico para con todo lo que alguien con más autoridad respeta. En cambio, el mismo individuo, con la misma falta de argumentos, podrá ser hincha de una persona o de una organización que no merece el apoyo de nadie.

Al porteño típico le cuesta ser imparcial. Divide a la gente en dos grupos. En uno, pequeñísimo, incluye a las personas a quienes admira incondicionalmente. A ellos se dirige figuradamente con la exclamación "¡Qué grande sos!". En el otro grupo mete a la gran mayoría. De cada uno de ellos pregunta despectivamente "¿A quién le ganó ese?".

Lo más que podemos esperar de un porteño típico es que le perdone a uno la vida. Pero no perdonará por reconocer calidad ni por compasión, sino porque goza dando esa limosna. Tal vez imagina que todo aquello que desprecia, y sin embargo perdura, le debe la vida.

Para curarse esos vicios porteños basta viajar fuera de Buenos Aires. En casos más graves también se impone trabar conocimiento con grandes maestros, vivos o muertos, ante quienes cualquier persona cuerda se inclina por poco que la conozca.

Pero aquí está la trampa: para admirar y, aún más, para imitar un gran modelo hay que estudiarlo. Esto es lo que hace el estudiante serio de música, pintura, literatura, ciencia, filosofía, ingeniería, administración de empresas o cualquier otro campo. Y esto exige disciplina, empeño y resignación a fracasar una y otra vez.

Como es sabido, el dominar cualquier oficio un poquito más complicado que poner multas de tránsito exige un largo aprendizaje. Y ¿cuántos están dispuestos a someterse a lo que un buen porteño considera una humillación? Desdeñar, basurear, es mucho más fácil que aprender y admirar.

(...) En resolución, los porteños somos inaguantables. Sobre ser engreídos y prepotentes, somos basureadores e hinchas. (Póngale la firma el lector: se lo está diciendo un porteño) ¿Habrá quien nos gambetee y corrija en nuestra propia cancha? ¿O habrá que actuar repetidamente en cancha ajena (por ejemplo, en el Primer Mundo) para aprender a hacerlo responsablemente y medirse con gentes parejas?

Premiado

El filósofo argentino Mario Bunge recibió el Premio Príncipe de Asturias, 14 títulos honoris causa y cuatro de profesor honorario. Además tiene mucho obra escrita: más de 40 libros y 500 artículos. Es profesor de Filosofía en la McGill University de Montreal.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar