DANIELA COUTO
Viernes, doce y media de la noche, hace un par de meses. Después de diez horas de trabajo, llegué a mi casa en la calle Cavia casi Libertad dispuesta a dormir plácidamente entre las sábanas limpias que había puesto esa mañana. Tiré mis cosas sobre una silla y fui directo al dormitorio.
En el preciso momento en que me acosté, escuché los inconfundibles acordes de Jijiji de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, provenientes de los fondos de la casa de al lado. El volumen era insoportable, al nivel de hacer vibrar vidrios y pisos. Abrí la ventana y descubrí que mi vecina estaba celebrando una fiesta. Mucha gente, mucho ruido.
"Enseguida vamos"
"No lo soñéeeee, ¡eeeee eeeé!", cantaba el Indio Solari mientras yo pensaba que "los ojos ciegos bien abiertos" a los que hacía referencia la canción, iban a ser los míos durante el resto de la noche. Volví a la cama, a intentar descansar pese al sonido taladrándome los oídos. Imposible.
Adopté una actitud tolerante, pensando que tal vez la vecina estuviera celebrando la inauguración de la casa a la que se mudó hacía pocos meses, y mantuve la esperanza de que la celebración durara nada más que hasta una hora razonable, algo así como las dos de la mañana.
Intenté dormir en el living, pero allí también retumbaba la música. A las tres, cuando la fiesta y mi mal humor estaban en su apogeo, decidí llamar a la seccional 10ª. "Cómo no, señora, enseguida mandamos un móvil", dijo el agente, sorprendiéndome con su eficacia. Una hora después de la llamada, el volumen de la música permanecía igual.
Llamé de nuevo a la seccional y me explicaron que habían enviado un móvil, pero que la dueña de casa había manifestado tener un permiso de la Intendencia Municipal, y que por lo tanto ellos no podían hacer nada.
Resignada, pensé en lo insólito que resultaba que la IMM concediera un permiso para una fiesta en una casa lindante con un centro de salud como el Hospi Saunders de la Asociación Española, ubicado sobre la calle Libertad. Finalmente, a las cinco de la mañana, tal como exigen las normas municipales, la música se apagó y los habitantes de los más de 40 apartamentos vecinos pudimos dormir.
La historia vuelve a repetirse
El miércoles de la semana pasada me desperté a las ocho de la mañana con los ruidos del armado de una estructura metálica en el fondo de la casa vecina. El camión estacionado en la puerta no dejaba lugar a dudas: estaban montando una carpa para celebrar una nueva fiesta.
Más tarde descargaron los andamios necesarios para sostener los equipos y altoparlantes. Esa noche, en la asamblea de copropietarios de mi edificio, una vecina me contó que había conversado sobre el asunto con la vecina, quien le informó que poseía todos los permisos necesarios: el de la Policía, el de la Intendencia y el de Agadu y que además, tenía planeadas otras dos fiestas.
Al día siguiente me comuniqué con la seccional 10ª para averiguar qué permisos necesitaría en caso de querer organizar una fiesta en un domicilio particular. Me informaron que esos permisos los otorgaba la Intendencia Municipal de Montevideo, por lo que debía consultar en el Centro Comunal de la zona.
Llamé al CCZ Nº 5, donde una de las funcionarias me aclaró que la IMM no daba habilitaciones para fiestas en casas particulares porque, al ser un domicilio privado, "están exentos de pedir permiso". Le comenté que la fiesta anterior había sido escandalosa y que además, a los fondos de la casa se encontraba el Hospi Saunders.
Me indicó que en ese caso debía comunicarme al teléfono 1950 1369 de la IMM y explicar lo que estaba ocurriendo, aclarando que existía un centro de salud en las inmediaciones. Agregó que también podría hacer la denuncia en el momento de la fiesta, ya que esa oficina municipal trabajaba las 24 horas y tenía una "brigada" especial para estos casos.
Inmediatamente me comuniqué con el interno mencionado, donde jamás me atendió nadie. Continué llamando sin éxito durante toda la tarde. En la página web de la IMM se aclara que estas denuncias también pueden realizarse en los centros comunales, pero la funcionaria con la que hablé ya me había advertido que ellos no contaban con un inspector para la tarea.
Luego me comuniqué con Agadu, sabiendo de antemano que la entidad no tiene potestad para otorgar permisos de ninguna clase, sino que su función es sólo recaudatoria. Allí me lo confirmaron, aunque aclararon que en caso de que la fiesta sea en un domicilio privado no se cobra canon alguno, incluso si se cobra entrada para el ingreso a la misma.
Agotados todos los recursos, mi marido concurrió al Hospi Saunders. Ante la ausencia del director, habló con la encargada administrativa y con la nurse jefe, quienes se mostraron preocupadas por la situación y explicaron que intentarían poner a la directiva de la Asociación Española al tanto de lo que estaba ocurriendo.
Música en la noche
La noche del viernes, la segunda fiesta en la casa de mi vecina comenzó a la misma hora que la primera, aunque con otra canción.
La historia fue calcada a la anterior. Durante toda la noche intenté comunicarme con el interno de la IMM, donde nadie atendió. Llamé a la seccional 10ª donde, nuevamente, prometieron enviar un móvil que jamás vino.
Al otro día presencié el desarmado de la carpa. De su techo, uno de los obreros encargados de la tarea retiró una pequeña maceta tirada desde alguna ventana vecina.
Ante la incompetencia oficial, algunos recurren a lo primero que tienen a mano.