Aprender de noche

| Dejaron los estudios pero volvieron con la intención de armarse otro futuro. La movida nocturna de la educación tiene sus riesgos y sus desánimos pero también algunas buenas noticias.

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Paula Barquet

Dos adolescentes corpulentos, con mechones teñidos de rubio y piercings en la cara, tratan de zafar la cerradura de una puerta que quedó trancada. Dos mujeres adultas, posiblemente profesoras o adscriptas, observan perplejas cómo sus alumnos manipulan el alambre para resolver el problema mientras otros curiosean detrás. "Cosas así pasan todos los días", dice sonriente Martín, estudiante del turno nocturno del liceo 37, en 8 de Octubre y Belén, en la curva de Maroñas.

A pocos metros de esa escena empieza a sentirse la cumbia proveniente de algún celular. Una veintena de adolescentes espera en el salón, otros deambulan por los corredores o conversan en el patio. Miran con recelo la presencia de alguien externo al liceo. Hay escrito de Química. Son las 20.05 y tendría que haber empezado hace 10 minutos.

Martín, que tiene 20 años, no está nervioso por la prueba inminente: "es una papa". Unos minutos antes, en la puerta del liceo, explicó que dejó los estudios hace tres años porque jugaba en Villa Española y tuvo que viajar. Ahora, por "cosas de fútbol" (en realidad, se quedó sin cuadro) reenganchó y está haciendo cuarto. Piensa que este año sí va a poder cursar. A él le gusta estudiar, aclara, a diferencia de unos cuantos que van al liceo "a perder el tiempo". Le gustaría ser profesor de Historia. No quiere llegar a los 30 y seguir arrastrando los estudios.

Estefani, también de 20 años, dejó de estudiar hace cuatro porque quedó embarazada. "Y tá, después que crié a mi hija y ya está un poco más grande, reenganché", cuenta con timidez. Trabaja ocho horas en un negocio de créditos directos y después va derecho al liceo. La niña de dos años queda con el padre o los abuelos.

Estefani y Martín coinciden en que el ambiente ahí es "tranqui" y la noche no presenta ningún peligro. Incluso hace las ocho cuadras hasta su casa caminando sola. Confía en que no le pase nada porque todos en el barrio la conocen. Nunca nadie se metió con ella.

A la entrada no hay mucha gente "haciendo puerta" en el liceo. Pero basta esperar un rato para que se instalen "banditas" con motos "a fumar y molestar", afirman. En la esquina también hay quienes "se divierten robando celulares". A Martín le molesta, le parece "insólito". Estefani confiesa que algunos de los que van son conocidos. De todas formas, el ambiente sigue siendo "tranqui" para ambos. Dentro del liceo a veces pasan "cosas" pero es mejor dejarlas pasar, dice Martín, que prefiere no explayarse en ese tema.

La visita al 37 fue corta porque Qué Pasa no debía estar ahí. Si bien el Consejo de Educación Secundaria (CES) autorizó la entrada a todos los liceos nocturnos, algunos directores se mostraron reacios y optaron por la negativa.

La inspectora de Secundaria Elizabeth Mazzuchi explicó que en sus 35 años como docente "nunca un periodista entró a un liceo". Aseguró que "antes estaba terminantemente prohibido" y que el CES "no puede decretarlo", porque es un "cambio cultural que debe hacer el sistema". En el caso del 37 no aprobaron la incursión.

A pocas cuadras está el 19, conocido recientemente porque dos estudiantes del diurno fueron a clase armados, lo que desató una polémica en torno a la inseguridad en Secundaria. En ese mismo centro educativo, de noche, los alumnos son otros, y el ambiente también. A media luz, cinco personas conversan antes de entrar al salón La iluminación es escasa tanto en la puerta del liceo como en la plaza de enfrente.

"No tiene nada que ver con los diurnos. Es toda gente adulta, no hay ningún tipo de problema", se despacha indignado Diego, un artesano de 30 años. El resto se va, es hora de entrar.

Diego se queda para contar su historia, de la que se enorgullece. No sólo porque está en sexto, le queda poco para terminar y es uno de los mejores de su clase en materias "de números". Tampoco porque retomó los estudios con dos hijos y uno en camino, o porque empezó a trabajar de adolescente. Su orgullo se debe a que hace ocho años consume pasta base, y sin embargo sigue estudiando.

Admite que el suyo es un "problema muy grande". Por eso se lo contó a algunos de sus compañeros y profesores para que comprendan si alguna vez falta a clase por el efecto de la medicación que le prescribieron para combatir la adicción. En el liceo le dan "todo el apoyo".

"Lo puedo decir perfectamente, no es un delito estar enfermo. Ahora estoy con tratamiento psiquiátrico, así que estoy saliendo y haciendo todo con una fuerza de voluntad, que me ves y capaz ni te imaginabas". Quiere aprovechar la oportunidad, dice, para transmitir que el que realmente quiere salir de la droga, sale. "Está en uno".

De fuerza de voluntad sí que saben muchos alumnos de los nocturnos. En los 76 liceos del país (23 en Montevideo) que dan clase entre las 19.55 y las 23.30, unos 50.000 alumnos se sobreponen a las dificultades que surgen. Cuando no es el trabajo, es la familia; cuando no es la familia, es el trabajo. O las dos cosas. Falta el tiempo y sobra el cansancio. Y muchos hace décadas que no tocan un libro.

Por eso los profesores son más "dóciles", más "flexibles", "son buena onda" y "te ayudan", según cuenta la mayoría de los alumnos consultados. Sólo algunas excepciones hablan de exigencia y de falta de consideración.

Una de ellas es Cinthia, alumna de 28 años del Dámaso Antonio Larrañaga. Tiene una anécdota que viene a cuento de los compañeros mayores de edad. Cecilia, de 23 años, también estudiante del Dámaso, opina que retrasan el avance del curso porque preguntan cosas básicas y les cuesta entender. Cinthia discrepa.

"Que pregunten yo lo veo bien, porque no todos tenemos el coraje de decir `no entiendo`. A mí me pasó la clase pasada que la profesora preguntó si teníamos dudas. Entonces le dije lo que no entendía y me miró como para comerme. Me dijo que fuera y estudiara. Que si no entendía, me jodiera", recuerda. "Y vos sabés todo lo que estudio", le dice a Cecilia. La reacción de Cinthia fue que no todos eran tan inteligentes y la docente se quedó callada. "Entonces algunos veteranos fueron y me pasaron los teléfonos, para que los llamara y ellos me ayudarían", prosiguió. Pero luego la profesora se arrepintió y la llamó para resarcirse. Ya era tarde. Cinthia estaba "enfurecida".

Adolescentes, adultos y mayores conviven en los liceos nocturnos e interactúan de distintas formas. Julio es alumno del liceo que queda en Asilo y Larrañaga, el 55. En el recreo sale a conversar con sus compañeros. Tiene 73 años. Ellos menos de 20.

El anciano merodeaba la ronda pero no quiso hablar con Qué Pasa. Ellos, entre risas, le gritaban que volviera pero Julio no dio el brazo a torcer. Igual siguieron comentando: "buena gente Julio".

Ya en un tono más serio, los adolescentes reconocieron que habían dejado de estudiar por un año o dos, "de boludos nomás", y que habían vuelto porque "necesitás el liceo sí o sí, y en el nocturno encarás más". Igual, la convicción de terminar Secundaria no parecía muy firme.

"Pa, primero que nada pasar. Después no sé, quinto no sé. Yo tenía ganas de estudiar una carrera, pero me parece que...", se sincera uno de ellos. Otros, en cambio, contaron que sueñan con estudiar Comunicación o Traductorado.

Es que, por más que se hayan alejado y les cueste permanecer en el liceo, los estudiantes del turno nocturno tienden a imaginarse con un título terciario y no lo visualizan como una meta a largo plazo. Algunos de ellos quieren hacer carreras largas, como Derecho o Economía.

Son expectativas que no concuerdan con el 50% de los alumnos que suelen abandonar los cursos unas semanas después de iniciarlos.

Contra EL LICEO ETERNO. Las autoridades de Secundaria no tienen cifras que comparen cuántos alumnos se inscribieron y cuántos de esos terminaron los cursos. Hasta el año pasado regían cinco planes distintos que dificultaban la contabilización de los egresados. A partir de diciembre, aseguró el consejero Martín Pasturino, los datos estarán disponibles.

De todas formas, un rápido relevamiento entre los alumnos de nueve liceos de la capital reveló que, en casi todos los casos, alrededor de un tercio de los que se anotan no llega a asistir ni el primer día. Otro tanto deja de ir después de las primeras vacaciones, y una tanda menos numerosa abandona después de julio. A esta altura queda aproximadamente la mitad de la lista.

Además, una circular del CES de febrero menciona la necesidad de revertir los "índices alarmantes" de deserción en los nocturnos, que oscilan entre el 65 y el 80%.

Hace años que esto trae aparejado el hacinamiento al inicio de los cursos, que se resuelve naturalmente en la medida que algunos abandonan. Varios alumnos confesaron que en la primera semana de clases se tuvieron que sentar en el piso o buscar bancos de otras clases, y ahora ya no.

Con la intención de disminuir la deserción, las autoridades de Secundaria hicieron dos grandes cambios en la categoría que llaman "jóvenes extra-edad y adultos". En Ciclo Básico comenzó a funcionar el Plan 2009 en nueve liceos de todo el país, dos de ellos de Montevideo. Según explicó la directora del CES Alex Mazzei, son cursos semestrales que permiten hacer los tres años de Ciclo Básico en un año y medio o menos.

Uno de los liceos que aplica la nueva modalidad es el 14, en 8 de Octubre y Propios. Dos adolescentes de 16 años -la edad mínima para asistir a un nocturno- esperan para entrar a clase. Una de ellas, Estefanía, se fue a vivir a España por un tiempo y dejó segundo a tres meses de terminarlo. Cuando volvió al país le dijeron que tenía que hacerlo todo de nuevo y le "emboló". Después intentó pero tenía problemas con sus compañeros, y finalmente se anotó en el 14. "Me copó el nuevo plan y además quería venir de noche para poder trabajar cuidando niños", explicó.

Se encontró con que tenía que hacer seis semanas de clases y pruebas de nivelación para determinar el año y las materias que debía cursar en base a sus conocimientos previos. "Te explicaban las cosas por encima, a la carrera. Lo que entendías, bien. Si no, chau", expresó. Ella quedó en segundo y exoneró sólo inglés. Su amiga Laura quedó en primero. Mazzei explicó que con la nivelación intentan reconocer el conocimiento que puede llegar a tener el alumno extra-edad, independientemente de lo académico.

Gabriela Rosadilla es integrante desde 1999 de la comisión de educación de adultos de las Asambleas Técnico Docente (ATD), un órgano consultivo de Secundaria. Rosadilla dijo que desde ese ámbito se evaluará el Plan 2009 pero recién a partir de agosto. Por ahora, su diagnóstico no es positivo. "Si bien está bueno fomentar que se termine el Ciclo Básico, no aprobamos que sea simplemente como un factor promovedor, bajando mucho la calidad de la educación que se brinda", opinó. Rosadilla agregó que Secundaria le pidió a la comisión que integra que elaborara un plan para agilizar el Ciclo Básico a los alumnos extra-edad, pero que después no fue tenido en cuenta. La justificación fue que el CES buscaba un plan más facilitador y menos exigente.

Igual, en el 14 este plan dejó las mismas cifras de deserción inicial. Después de los cursos de nivelación se fue la mitad, aseguran Laura y Estefanía, que lo atribuyen a que las clases eran "raras" y a que muchos se habían anotado por los boletos.

Ahora comenzaron los cursos "normales" y están conociendo a sus compañeros. Son las más jóvenes de la clase, y les gusta que el resto sea mayor porque "no fastidia". A su modo de ver, los alumnos de su edad suelen hacer "preguntas tontas" y "no dejan aprender".

También hay cambios a nivel de Bachillerato. Este año se extendió a todos los liceos el Plan 94, que supone cursos semestrales y no anuales, y permite que, con buenos resultados en la prueba parcial, se exonere la primera parte del curso.

El 94 se aplica hace años en el Dámaso y más recientemente en el 61 del Cerro. En la mayoría de los nocturnos todavía falta implementar la modalidad semi-presencial (50% de asistencias) y el llamado "libre asistido" (bajo la supervisión de un tutor, con clases de apoyo). Desde las ATD afirman que el 94 da muy buenos resultados y que el rendimiento de los alumnos es igual al de los que estudian de mañana.

Juan Mazzuco, profesor de Filosofía en el 61 del Cerro, coincide. Tiene una clase de sexto Derecho en la mañana y otra en la noche, y las pruebas que pone son casi iguales. La única diferencia que percibe entre ambos turnos es una mayor dificultad en la expresión escrita en la noche.

Mazzuco confiesa que el 94, en particular, influye en su decisión de elegir el horario nocturno porque sus alumnos lo valoran mucho. "Este plan tiene una cosa que tenés que adherir afectivamente a él", reflexiona. "Los estudiantes se han involucrado de esa forma porque les permite terminar el Bachillerato que arrastran".

En el oeste. "No se copien, che", bromea el docente de marcadas ojeras a sus alumnos en prueba. Los trata como si fueran sus amigos, incluso fuma con ellos en el recreo. "Es una relación menos formal, de adulto a adulto", dice Mazzuco.

El profesor de Literatura, Gabriel, también abre las puertas de su clase en la que sólo hay dos alumnas de más de 30 años. Conversan sobre un poema de Garcilaso de la Vega como en una charla de café. Eso pasa en otros liceos.

Fue el único liceo cuya directora aprobó la visita de Qué Pasa, quizá por lo bien que funciona el centro en medio de un barrio peligroso, como se presume es el Cerro. Con vista a la bahía de Montevideo, el edificio de dos pisos y ladrillo visto fue construido en 2003 y lo conservan impecable.

Liliana Giacummo, la directora, es una mujer que se nota de carácter fuerte pero trato cercano con alumnos y profesores. Acompaña la recorrida junto a la subdirectora y dos inspectoras de Secundaria.

"¿Cuál es la clave? Trabajo, compromiso, amor por lo que hacés", opina la subdirectora, a lo que Giacummo agrega: "Yo creo que hablando la gente se entiende. Si hay un problema afuera salimos, hablamos y nos entendemos. Este es un liceo en el que se habla mucho. Mucho. Entre nosotros, con los alumnos y entre los alumnos", insiste la directora.

Desde su garita y vestido de civil, Oscar Machín Acosta custodia la puerta, las 20 motos que hay estacionadas y el entorno del liceo. Conoce a los 490 alumnos del nocturno de vista y asegura que los problemas "se palpan de lejos". De todas formas, piensa que el 61 es un liceo en el que los conflictos se trabajan muy bien. "Dentro de los de la zona, éste es una excepción de tranquilidad", asegura el policía.

De la puerta para afuera la cosa cambia. Eso afirman unos alumnos de 18, 19, 20 y 30 años. "No es seguro ir hasta casa. Hay banditas, roban, tenés que mirarles las caras", comenta una de ellas. "Y si fumás, no podés prender un cigarro por la calle", agrega otra. "No hay luz acá afuera, y a la salida coordinamos para irnos juntos", confiesa la más chica. "Son sólo cuatro cuadras, pero caminamos lo más rápido posible".

Muchos de los que ahora van al 61 hicieron Ciclo Básico en el liceo 11, en el Cerro, o en el 38, en La Teja, y no tienen un buen recuerdo de ellos.

A simple vista, el 11 parece un callejón sin salida sobre la calle México. Unos pocos alumnos escuchan música de sus celulares y esperan a su próxima clase porque la directora no los deja quedarse adentro molestando al resto. Rafaela, Analía, Alexandra y Yanina cuentan que en su clase hay dos bandos: los que molestan y los que quieren estudiar. A los primeros se les tiene paciencia "sólo porque es un nocturno". Los profesores soportan, incluso, que lleven "huevitos" y pongan música en medio de la clase.

Las adolescentes aseguran que, a pesar de esos "detalles", su liceo es mucho más "tranqui" que el 38, donde a sus conocidos les roban todos los días. "Si llegamos a terminar acá, vamos al 61. El 38 no lo piso", afirma una y el resto adhiere a la idea.

Rúben y Daniel son alumnos del liceo 38. Después de entrar en confianza, reconocen que el ambiente allí es bastante complicado, sobre todo por la gente que va con motos "a romper las pelotas a la esquina". Recuerdan riñas en la puerta, tiroteos o golpes a profesores.

Suena el timbre. Al recreo salen adolescentes y adultos, entre ellos una mujer con su hijo pequeño. La subdirectora se acerca a ella y le pregunta por el niño de más o menos cuatro años, que no se supone que esté allí. La madre responde algo que no se llega a oír, pero parece pedir comprensión por su situación, y la otra accede: "Pero que no lo vean", dice. El niño se queda y algunos estudiantes van a jugar con él.

POR UNO MISMO. El esfuerzo del alumnado nocturno a menudo se explica, más que por la necesidad del título, por la satisfacción propia. Este año María Noel retomó los estudios después de no sabe cuántos años; perdió la cuenta. "En esta vida me estaba quedando algo pendiente", expresa. Tiene 31 años y cursa primero de Ciclo Básico. Igual que su hermana de 12.

Cuando terminó la escuela en La Paz, su padre "chapado a la antigua", según lo describió ella misma, prefirió que no fuera al liceo porque era mujer. Sus hermanos mayores estudiaban, pero a ella la mandaron a un colegio de monjas y después se le pasó la adolescencia aprendiendo taquigrafía, peluquería y otras actividades. Empezó a trabajar a los 16, y aunque alguna vez pensó en retomar el liceo, no era su prioridad.

A los 24 se anotó en el liceo 34, en Cuareim y 18 de Julio. Duró dos meses. "Yo nunca había hecho el liceo y pensaba que tenía que hacerlo. Nadie me lo pedía, era un tema mío. Pero no era consciente, no estaba tan madura".

Ahora está más determinada, lo encara de otra manera. "Yo pienso que termino, no importa a qué edad", dice convencida. Y así se muestra también en los pasillos del liceo 34, mientras espera junto a su amiga Gisel, de 40 años, que llegue "el profe de Biología" y le pregunta a la adscripta si, por esas casualidades, el docente faltó. Las mismas cosas que probablemente haga su hermana de 12 años en un liceo "normal".

Cinthia y Cecilia, alumnas del Dámaso, confiesan que a su edad suelen encontrarse con amigos de la generación y que cuando surge el tema de en qué está cada uno, les da vergüenza. "Son abogados, médicos. Entonces una se pone a pensar y dice `pucha, pensar que podía estar con un título y todo`. Te sentís medio inferior", dicen.

No las avergüenzan los demás. Son ellas mismas que sienten que perdieron el tiempo, y por eso quieren hacer todo rápido, porque el liceo les pesa y les tranca todo lo que quieren hacer de sus vidas. "Lo necesito urgente", concluye Cecilia. A Cinthia le queda el último tirón de sexto y luego se va a poner a estudiar Derecho, aunque le lleve seis años más. A Cecilia, que está en quinto, le queda un trecho un poco más largo. Pero recuperar el tiempo perdido, ellas lo saben, vale el esfuerzo.

90 años de liceos nocturnos en uruguay

El liceo nocturno se creó por ley en Uruguay -el primer país de América- en 1919 con el fin de instalar la educación para adultos. En aquel momento se pensaba sobre todo en el sector obrero y los trabajadores industriales, alejados de la educación media. El primer nocturno nació a impulsos del docente José Arias. Pero la educación para adultos por mucho tiempo no fue prioridad en nuestro país. Recién cuando en 1991 se creó la Asambleas Técnico Docente (ATD), se empezaron a actualizar los lineamientos. Ya en ese momento el problema más importante era la deserción del alumnado, asociado a problemas familiares, laborales y socio-económicos. En la década de 1990 sucesivas conferencias y planes fueron aportando en este sentido, pero la deserción se mantiene. Este año se considera clave en Secundaria por la creación de un nuevo plan para Ciclo Básico y por la extensión de las facilidades del Plan 94.

Locales que necesitan reparación

La semana pasada el gremio de docentes de Secundaria Fenapes entregó un listado de 20 liceos con problemas edilicios. Según publicó El País, en la nómina se incluye a 12 centros de la capital, de los cuales tres tienen turno nocturno: el liceo 34, de Cuareim y 18 de Julio, el 11, de México y Grecia, y el 54, temporalmente en Agraciada y Lozano.

Qué Pasa recorrió el liceo 34 y comprobó que varias paredes están despintadas y presentan signos de humedad. Es un local de muchos años en el que se percibe cierto abandono en el cuidado de las escaleras, los pasillos y los salones.

50.000

es la cantidad aproximada de alumnos que asisten a liceos nocturnos y cursos extra-edad en Uruguay.

11%

es lo que representa Ciclo Básico nocturno en la matrícula de los liceos de todo el país, según datos de 2007.

33%

es lo que representa Bachillerato nocturno en la matrícula de Secundaria, sumando un 44% junto a Ciclo Básico.

AMÉRICO PLÁ

29

años o menos es la edad de 9 de cada 10 alumnos en nocturnos. La moda en Ciclo Básico es 18 y en Bachillerato 20 años.

Plan piloto 2009 en ciclo básico

Este año se aplica el Plan 2009 para Ciclo Básico nocturno, en forma piloto en nueve liceos del país, dos de ellos de Montevideo: el 14 y el 45. Un documento de Secundaria de 2007 afirmaba que casi dos tercios de quienes abandonaron la educación, lo hicieron en Ciclo Básico. Ahora, con el Plan 2009, se intenta paliar esa situación. En marzo comenzaron las clases de nivelación y la semana pasada se distribuyó el alumnado según su nivel. "Supuestamente puedo hacer segundo y tercero en un año", explica Estefanía, alumna del 14. "Lo que pasa es que te dicen una cosa y después se retractan". No sabe si los módulos duran tres o seis meses. La falta de información respecto al Plan 2009 es algo que también denuncia Gabriela Rosadilla, desde las ATD, y un comunicado con fecha de abril de Fenapes, el gremio de docentes.

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