¿Y si ayudar no alcanza?

Desde su parroquia y con los championes en el barro, el Gordo Verde lidera un movimiento que desafía los paradigmas tradicionales sobre la pobreza. Habla con claridad, sin eufemismos ni consignas vacías. No esquiva la política, pero tampoco la persigue. Su compromiso es con los últimos de la fila. Con ellos vive. A ellos escucha. Por ellos, insiste.

Casa contenedor en barrio Santa Eugenia.
Casa Contenedor, en el barrio Santa Eugenia.
Pablo Rivara.

Juan Andrés Verde (Montevideo, 1989) consagró su vida a ayudar a los más necesitados y desde entonces se dedicó a impulsar acciones a favor de ellos. Hoy lo visitamos nuevamente en la obra que lo desvela. El barrio Santa Eugenia año a año crece gracias a su plan Rancho Cero donde convive junto a familias dispuestas a trabajar y superar su condición. Apenas llegar, nos presenta a su equipo, y con él nos dirigimos a la capilla para empaparnos en sus planes. Siempre activo, sonriente, y por qué no, preocupado por hacer siempre más.

Juan Andrés Verde en su casa container en el barrio Santa Eugenia.
Cura Juan Andrés Gordo Verde
Leonardo Pose.

–¿Qué momento cree que estamos viviendo hoy en Uruguay en relación a la pobreza?
–Estamos en un momento rupturista, clave y te diría esperanzador, en el que vamos descubriendo como sociedad, diferentes causas con distintos abordajes. Me encantaría que nos esforzáramos más en trabajar en soluciones concretas y reales. No alcanza con soplar el humo para apagar un incendio. Es necesario llegar a las brasas, a la raíz del problema. Solo así la solución, soluciona. Siento que es necesario un despertar. No niego el valor de las políticas habitacionales que existen. De hecho, trabajo en conjunto con el plan Avanzar, con el Gobierno Nacional, la Intendencia de Canelones y de Montevideo; lo que cuestiono es el orden de prioridades. Es urgente replantear la forma en la que entendemos la pobreza y la asistencia social en Uruguay.

–¿No está de acuerdo con el modelo actual de realojos?
–No, porque creo que nos estamos salteando pasos. La urgencia no es sacar a la gente del asentamiento. Lo urgente es que no haya más niños, ni familias durmiendo en pisos de barro, en casas de lata. Si vamos a invertir, hagámoslo para erradicar la máxima precariedad, no sólo para tachar asentamientos del mapa. Hoy, el número de familias en situación de máxima precariedad es manejable. Pero sólo es viable resolverlo si cambiamos el enfoque y alineamos esfuerzos. ¡Podemos ser el primer país de América latina que lo logre! Hace tres años y medio que vivo acá en el barrio, en un contenedor junto a los vecinos. Me siento muy cercano a la gente cuando vienen las tormentas, cuando vienen los días de frío que son insostenibles. Es inevitable pensar en tantas familias que viven en situación de emergencia habitacional y siento que ya no podemos seguir haciendo la vista gorda. Entiendo que tiene que haber un cambio de paradigma. Los recursos son finitos, la plata es la que hay, y hasta ahora los diferentes gobiernos han hecho un esfuerzo muy grande por buscar brindar viviendas y soluciones. Pero luego de tantos años y experiencias, entiendo que el esfuerzo hay que canalizarlo mejor, porque no está funcionando.

Cura Juan Andrés Gordo Verde.
Cura Juan Andrés Gordo Verde.
Leonardo Pose.

–¿La ayuda no está llegando?
–Yo no digo que no esté llegando, digo que tenemos que mover un poco los cimientos. Naturalmente, el Estado no ve con buenos ojos las soluciones transitorias, considera que es una pérdida de recursos, de tiempo, y que no deja de ser una solución momentánea. Sin embargo, creo que hay medidas transitorias con carácter progresivo que en muchos casos pueden resolver problemas a generaciones de niños que se están criando en situaciones muy complejas.

Su crítica al sistema actual no es liviana ni impulsiva. Está basada en años de trabajo en territorio, en errores reconocidos y aprendizajes asumidos. “Es duro decirlo así, y sin ofender a nadie, creo que hay familias que no están preparadas para recibir una vivienda definitiva. No por falta de merecimiento, sino porque hay un proceso que no se puede saltear. De hacerlo, pueden terminar vendiendo la casa, por no saber cómo cuidarla ni valorarla; y entonces decimos que el plan fracasa. ¿Pero de quién fue la decisión de entregársela sin acompañamiento? Es de quienes resolvieron hacerlo desde un escritorio, sin entender lo que pasaba. La ayuda no puede estar desvinculada del proceso. Hay que enseñar a pescar, sí, pero si no tenés caña, es imposible. Es como cuando alguien llega con una herida abierta, y pretender suturar sin frenar el sangrado”.

La conversación da un giro clave cuando el Gordo apunta al ángulo ciego de muchas políticas públicas: “me parece injusto que el Estado solamente se fije en los asentamientos solo porque son asentamientos. Hay familias que no viven en la máxima precariedad porque se esfuerzan muchísimo por salir adelante, pero a la vez no llegan a comprarse su casita, y tienen que alquilar toda la vida, ya que no califican para un plan por no ser lo suficientemente pobres.”

Entre algunas interrupciones de gente que se acerca y lo saluda, el cura insiste en que el verdadero desafío no es construir casas, sino elevar el mínimo: “un día escuché a Pablo Bartol decir que había que subir el mínimo. Y es que una vez que se eleva el mínimo y se establece, generaliza e instala, recién allí se puede dar el segundo paso, el tercero y luego el cuarto. Y esta idea me encantó, porque va más allá de quién venga la ayuda. Se trata de entender el problema real de estas poblaciones. Y que el verdadero cambio no se logra desde la arquitectura, sino desde la cultura. No se trata de dar por dar. Se trata de acompañar con sentido, inteligencia, justicia y amor.”

Cura Juan Andrés Gordo Verde.
Cura Juan Andrés Gordo Verde.
Leonardo Pose.

Con tono firme pero empático, el Gordo Verde plantea que la vivienda debería dejar de ser un bien de lujo para convertirse en un derecho practicable. “¿Por qué una familia que vive en un asentamiento puede recibir una casa de cien mil dólares, mientras que otra que trabaja, paga impuestos, y se esfuerza día a día, ni siquiera accede a un crédito? Quizás no estamos canalizando nuestros esfuerzos de manera justa ni eficiente.”

–¿Qué propone?
–Propongo brindar soluciones progresivas y en sinergia con las organizaciones involucradas, incluido el Estado. Cuando hace siete años llegamos a Santa Eugenia junto a un grupo de parroquianos, invitábamos a los niños a jugar al fútbol. Pero nos sorprendió que no jugaban: se quedaban pegados a las camionetas porque estaban calentitas. Ahí entendimos que el frío no era un detalle. Con el tiempo pudimos vincularnos con el contexto del barrio, gracias a una organización de mujeres que se llamaba Plato caliente. Unas mujeres admirables que preparaban comida y que nos dijeron: ’estamos cansadas, necesitamos ayuda, no queremos que esto se pierda’. El primer gesto fue mínimo pero simbólico, forramos los techos de los ranchos con nylon. Después llegaron los primeros cobijos (eran galpones de bicicletas reconvertidos) donde incluso nacieron bebés. Más adelante llegaron los hogares containers (con baño, cocina y dos dormitorios). Y finalmente, Colmena, un pequeño barrio con casas definitivas en el que hoy viven más de 60 familias. No sabíamos mucho. Aprendimos haciendo, equivocándonos. Pero vimos que se podía. Y que si aceitábamos algunas cosas, se podía hacer mucho más.

Rancho Cero

Desde hace un tiempo resuena con fuerza Rancho Cero, un plan que funciona dentro del marco de acción de Cireneos, con un enfoque específico que no está en brindar la vivienda definitiva, porque entienden que eso le corresponde al Estado. Desde allí, se trabaja en erradicar la máxima precariedad habitacional mediante la entrega de hogares modulares, articulando un acompañamiento progresivo por parte de las organizaciones de base en cada territorio, como Piso Digno y Techo, entre otras.

“El modelo es tan pragmático como transformador. Rancho Cero es una escuela de ciudadanía, porque la dignidad también se enseña. El primer paso a dar, es que la familia que solicita la ayuda, se vincule con una obra o una organización que opere en su territorio. De esta manera el proceso se ve acompañado desde el inicio por estas organizaciones y nosotros nos enfocamos en hacer el esfuerzo económico. Estos hogares cuestan quince mil dólares, se instalan en tres días y tienen la capacidad de adaptarse a las diferentes realidades de los núcleos más duros de nuestro país.

Es una manera de invertir en el futuro sin regalarle nada a nadie. Es una ayuda de un monto coherente y medido para esas realidades que tienen que atravesar por cierto proceso de adaptación y aprendizaje. Se entregan primero por dos meses, luego por seis, y finalmente firmamos un comodato por un año, luego por cinco, y eventualmente por diez. Si la familia logra dar el “salto” (escolaridad, trabajo, estabilidad), el módulo vuelve al circuito. Si es necesario se arregla y acondiciona para volver a otra familia. Es una solución de vivienda que a costo reducido logra cambios cuantitativos. No es lujo, pero es digno y permite salir de la situación de emergencia”, explica Juan Andrés.

–¿Cree que Uruguay tiene capacidad real para resolver la pobreza extrema?
–Somos muchos los que soñamos con eso. Yo creo que tenemos que empujar el carro parejo, tanto el Estado como nosotros, porque buscamos lo mismo, capaz que por diferentes caminos. En ese sentido, es urgente encontrar una manera de apoyarnos los unos a los otros, jugando en equipo, compartiendo información importante. En estos casos siempre recuerdo al maestro Barrios de Tacuarembó, quien decía: “el mejor maestro no es el que saca los mejores alumnos, sino el que logra que los últimos del pelotón no se alejen tanto de los primeros”. El objetivo es mantener para todos el mismo nivel. Los primeros siempre van a existir, y sí, que sean los mejores, pero es importante no descuidar a los que vienen atrás… Estoy convencido de que si marcamos una línea de trabajo en la que podamos ordenar los esfuerzos de todos, podemos lograr esta hazaña. Uruguay es un país chico, solidario, con recursos. Lo que falta es consciencia colectiva y direccionar los objetivos.

Q55A3548.jpg
Cura Juan Andrés Gordo Verde.
Leonardo Pose.

–¿Cuáles son los mayores desafíos del programa?
–Últimamente, nos hemos replanteado con fuerza el tema del IVA, que es un punto que nos juega en contra desde el principio. Nosotros pagamos este impuesto por cada uno de los contenedores que instalamos, pero al no poder descontarlo, en definitiva, el Estado nos está cobrando por ayudar. Lo más fuerte de este punto es que cada cien contenedores que adjudicamos, perdemos entregar otros veintidós, que pagaríamos con el dinero que nos demanda el impuesto. Estamos en diálogo con las autoridades y queremos generar la consciencia adecuada para que esto cambie. Entiendo que no es un beneficio, sino que es una exoneración que me parece de orden si es una manera de colaborar con la causa. Esto es un claro ejemplo de cómo podemos alinear los esfuerzos. No pedimos privilegios. Pedimos coherencia. Si estamos resolviendo un problema del país, que el país nos acompañe.

–¿Qué hace falta para que funcione?
–Voluntad, articulación, generosidad. Hasta ahora Rancho Cero y Colmena son realidades que se han logrado netamente gracias al apoyo y a la generosidad de los uruguayos. Es el resultado del esfuerzo de personas que se han acercado diciendo: “no tengo nada, pero lo que tengo, el día que falte, quiero que sea para apoyar esta causa”. También participamos dentro de lo que son las donaciones especiales, agrandando el beneficio, y estamos muy agradecidos, pero sigue siendo un cupo muy reducido y muy mínimo. No vamos a parar, porque lo que estamos haciendo no es construir casas: es transformar la manera en que entendemos la ayuda. Y si bien cada peso suma, también suma compartir, hablar y visibilizar. Tenemos un equipo excepcional que está formado por voluntarios, madrinas, misioneros y embajadores, pero la gran mayoría de la ayuda proviene de los grupos operativos de jóvenes que han salido del barrio y que hoy están trabajando, poniendo el hombro en el marco de Rancho Cero. Y lo hacen con una vivencia que es impresionante. Esto es lo que realmente vale, cuando la ayuda se consolida como una trasformación social con alto impacto. Hoy estamos presentes en San José, Melo, Canelones, Montevideo, Salto, Paysandú, Tacuarembó y Rivera. O sea, realmente estamos avanzando. Y me emociona ser testigo de la gran generosidad de los uruguayos, porque sin eso nada de esto sería posible.

–¿Qué opina del famoso impuesto a los ricos?
–¡Viniste afilada! Opino que quienes proponen eso tienen una causa muy buena: ayudar a la primera infancia. Pero no creo que sea la manera. Primero, porque ese dinero no siempre llega a donde debería. Y segundo, porque subestimamos la generosidad de quienes más tienen. La mayoría de ellos ayudan muchísimo más de lo que se sabe. Yo veo la generosidad todos los días. En niños que donan sus regalos de cumpleaños, en personas que hacen transferencias mensuales de 200 pesos, en empresas que colaboran sin buscar visibilidad. Y celebro con inmensa alegría convenios como el que logramos con AM Producciones, que colabora con Rancho Cero con cada entrada que se venda para el recital de Shakira. Eso es genial, es un esfuerzo que valoramos un montón porque genera consciencia. Que esta artista tan grande, toque en beneficio de nosotros, tiene mucho valor. No es solo la plata. Es el mensaje de ’esto importa’.

–¿Le gustaría algún día dedicarse a la política?
–(Risas). Mucha gente me hace esta pregunta... pero la respuesta es un no rotundo. Lo que me hace feliz es ser cura. Yo no quiero ser político, no es mi intención ni me preparo para eso. Desearía que los políticos de mi país fueran los mejores, y me gustaría estar a la altura como cura para poder acompañar esta realidad. A mí lo que me llena el alma es transmitir la fe y dar esperanza; no gobernar un país. Me molesta cuando me politizan y me encasillan de zurdo, villero o facho, sólo por acompañar a Mujica en sus últimos días o sacarme una foto con Lacalle Pou. No quiero ser de derecha ni de izquierda. Yo intento quedarme siempre en la cruz. Esa que une a los de arriba con los de abajo, a los de izquierda con los de derecha. Me mueve la fe, pero también el deseo de que nadie sea indiferente al dolor ajeno. Tal como pensaba Simón de Cirene, que aunque era un outsider y no seguía a Jesús, lo ayudó a cargar con la cruz, solo porque no pudo quedarse al margen de esa injusticia. De ahí surge la ONG Cireneos.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Revista Paula Agosto 2025

Te puede interesar