A minutos de Carrasco, apenas traspasar el Carrasco Polo Club, el barrio privado de San Nicolás, o Los Olivos, se encuentra el asentamiento Santa María Eugenia, uno de los más grandes de Montevideo. Contra el arroyo Carrasco, lejos de la zona urbana, unas 250 familias ocupan irregularmente y conviven en viviendas y condiciones realmente muy precarias, rodeados de tierras desorganizadas y basura, que se intensifica a medida que uno se adentra en el interior del asentamiento. A pesar de la sensación de cordialidad entre sus habitantes, la vida cotidiana está marcada por conflictos y carencias. Allí, las actividades son la extracción de turba (tierra fértil), la cría de cerdos, y la venta de leña.
Con un andar enérgico y la sonrisa tallada, el padre Juan Andrés Verde conocido por todos como el Gordo Verde, nos recibe en su casa. Es claro que en su cabeza se concentran a la vez, temáticas y preocupaciones muy diversas. “Es como que cada día se abre un abanico de cosas, de situaciones a encarar, problemas a resolver, enfermedades, entierros, nacimientos, misas, y mucho más”, ejemplifica el padre. Hace un año y medio que vive en una casa contenedor, ubicada detrás de la capilla. La misma no solo oficia de puerta principal del barrio, sino que también es un punto de referencia para todos los vecinos. “Cuando las Mujeres del Plato Caliente nos invitaron a venir aquí por primera vez, seis años atrás, no había agua, ni luz, ni saneamiento. No había calles, ni parada de ómnibus. ¡Hoy tenemos mucho de todo eso! Gracias a Dios y al apoyo de mucha gente, hemos podido avanzar con las viviendas y concretar una llegada integral al barrio”, asegura con entusiasmo.
Presencia soberana
El Gordo Verde es una eminencia en ese lugar, no hay quién no lo conozca, ni lo busque por alguna u otra razón. Todo el tiempo se le acercan vecinos y colaboradores para solicitarle su ayuda, o sus bendiciones, o para plantearle alguna necesidad o problema, entre otras justificaciones. Su accionar es paciente, sensato, y a la vez, colaborativo y ejecutivo. Se toma un momento para escuchar a cada uno, e intenta brindar siemper una solución, aunque sea paliativa.
Solución en jaque
Desde su lugar, el Gordo resume un poco cómo es esta realidad, y los pasos que se dieron para avanzar en las viviendas. “Acá existe la máxima precariedad. Es una realidad muy dura, que existe, y que como sociedad no nos la podemos permitir. Durante los últimos años hemos intentado levantar al mínimo las condiciones de vida en el lugar, pero no resulta fácil. Nada acá es sencillo, y todo lleva mucho esfuerzo. Lo primero que hicimos fue forrar todos los techos de los ranchos con nylon, luego colocamos cobijos que no resultaron duraderos, para finalmente comenzar a instalar “hogares contenedor”. Estoy convencido de que este sistema es el camino. Lo transitorio tiene que estar, porque lo transitorio es una escuelita para la vida. El hogar contenedor es muy digno, seguro y duradero. La persona aprende cómo usar un baño, cómo cuidar, y a la vez, sale de la máxima precariedad. Actualmente, el 90 por ciento de los ranchos que había en el asentamiento, los sustituimos por casas contenedor. Yo vivo en uno, y puedo asegurar que son verdaderas casas. Todos tienen dos dormitorios, baño, cocina comedor, y un área pequeña de jardín“, atestigua.
Volver a empezar
Ya se habían dispuesto y trasladado a 70 familias a hogares contenedores, cuando cayó una noticia que lo cambiaría todo. El desalojo de los terrenos. El padre asegura que fue muy duro, y obligó a replantear todo el proyecto. “Este asentamiento irregular está en litigio territorial hace diez años. Los terrenos pertenecen a una sociedad anónima, y el año pasado recibimos el anuncio de que las tierras debían ser desalojadas para 2024. Ya se cursa el período de prórroga, pero el tiempo se acaba. Apenas me enteré de esta situación, hablé con el Obispo y le pedí para instalarme a vivir aquí; sabía que las cosas no iban a ser fáciles. Aquí hay gente que tiene su casa hace más de 40 años. Muchos entienden el trabajo que se está haciendo, y confían en ese proceso; pero otros están muy dolidos y frustrados por la situación. Se percibe claramente que hay cierta falta de paz; la gente está intranquila y en permanente ebullición. No soy quién para juzgar algo así. Esta gente vive hace años sin respuestas a su situación, ilusionándose con promesas que nunca sucedieron”, puntualiza.
Y como no hay mal que por bien no venga, de esta situación nació el proyecto La Colmena, inspirado en el panal de las abejas. El Gordo Verde lo describe como “una nueva etapa. Logramos concretar la compra de terrenos frente al barrio, y empezamos a soñar con construir uno nuevo, de 120 casas. Junto a Kopel Sánchez hicimos el proyecto; el Estudio Guyer & Regules nos respalda y guía como auditores en la parte legal; y un montón de empresas y personas físicas están muy comprometidas. Como Alicia Esquiera, fundadora de SECOM, o Germán Troche de Doña Coca; quienes hacen posible que muchas cosas importantes, sucedan. Los hogares contenedores que ya habíamos instalado, tienen la facilidad de que pueden moverse para ser reubicados. La primera persona que mudamos, fue una abuela, que un día de lluvia me dijo: ‘que lindo es ver llover desde adentro’. Una niña de otra familia, salió corriendo asustada la primera vez que se duchó, porque al ver el vapor del agua pensó que era humo, y que algo se incendiaba”. Y como estas, son miles las anécdotas que el Gordo Verde guarda en su corazón.
“Acá existe la máxima precariedad. Es una realidad muy dura, que existe, y que como sociedad no nos la podemos permitir. Durante los últimos años hemos intentado levantar el mínimo las condiciones de vida en el lugar, pero no resulta fácil. Nada acá es sencillo, y todo lleva mucho esfuerzo”.
Cuestión de fé
Mientras nos acompaña en una recorrida por las calles del nuevo barrio, podemos ver a vecinos y familiares que trabajan en la construcción de las futuras viviendas, que en cuadrillas, vuelven para almorzar. Entre saludos, el Gordo confiesa que “el desafío más grande siempre está en mantener la confianza ‘en que se puede’. Porque son vidas enteras sin poder. Pero se puede, ¡y no estamos solos! A veces, en ese proceso o camino hay muchas incomprensiones, muchas piedras, y uno se topa con personas muy heridas en la vida“.
Alcanzando metas
Hace pocos días, quince casas de La Colmena, el nuevo barrio de Santa Eugenia, fueron inauguradas, con la presencia de autoridades y benefactores. Dicha comunidad contará con un total de 120 casas, una capilla diseñada por Pablo Atchugarry, una canchita de fútbol y un centro que brinda soporte social. El gran objetivo es el de dar apoyo escolar, talleres de cocina, de carpintería, de albañilería, sanitaria y más; para capacitar y encontrar salidas laborales que ayuden a las familias a superar la transición. “La idea es prepararlos para salir. Hoy hacemos todo esto en la capilla. Educar es un proceso que puede tardar un año o dos. Este año, por primera vez en 20, tal vez; tres chicas lograron entrar a la facultad. Y eso es un orgullo enorme para nosotros“, remata.
“Aquí, nada puede cambiar de un día para el otro. Hay gente muy bien dispuesta, que quiere cooperar y trabajar, y hay otros que están acostumbrados a otras realidades. Pero las cosas hay que ganárselas, y las familias que hoy están siendo realojadas en La Colmena trabajan muy duro para estar allí”.