ANIVERSARIO
Para ser campeón de América el aurinegro libró verdaderas batallas en Asunción y San Pablo
El paso de los años va agigantando las figuras y convirtiendo en leyenda los viejos partidos, mientras aparecen nuevo cracks y se renuevan las ilusiones de los aficionados. Sin embargo, será difícil que se repita un goleador como Alberto Spencer, un delantero de tanta personalidad como José Sacía o partidos tan borrascosos como aquella semifinal en Asunción.
Todo eso forma parte de la historia de la segunda Copa Libertadores conquistada por Peñarol, el 11 de junio de 1961, hace hoy 60 años. Fue un nuevo escalón de una época dorada para el club, al cabo de una campaña breve pero durísima.
El éxito de la edición inaugural de la entonces más conocida como “Copa de Campeones” en 1960 determinó que al año siguiente se anotaran clubes de todos los países, salvo Venezuela. Nueve participantes, porque solo la jugaban los campeones nacionales. Aquella vez compitieron Independiente de Avellaneda, Independiente Santa Fe, Colo Colo, Jorge Wilstermann, Barcelona de Guayaquil, Olimpia, Palmeiras y Universitario de Perú, además del mirasol.
Peñarol buscaba repetir el título, pero algo más: lograr trascendencia internacional como la de Real Madrid, que con su equipo de estrellas le había ganado la primera final de la Copa Intercontinental. En Europa primero y luego en América la aviación borraba distancias y se afirmaban las competencias continentales de clubes.
Para formar un plantel poderoso el aurinegro trajo entre otros al zaguero de la selección paraguaya y Olimpia, Juan Vicente Lezcano; repatrió a Sacía, que había aparecido en Defensor, desde Boca, y contrató al peruano Juan Joya, de River argentino. En el mercado local, se quedó con el lateral Edgardo González, de Liverpool. Como técnico mantuvo a Roberto Scarone, que lo había dirigido desde la final del Uruguayo de 1959.
El equipo base estuvo integrado por Luis Maidana, William Martínez y Núber Cano; Edgardo González, Néstor Goncálvez y Walter Aguerre; Luis Cubilla, Ernesto Ledesma, José Sacía, Alberto Spencer y Juan Joya. En las finales, Roberto Matosas reemplazó al lesionado Goncálvez. También fue titular en algunos encuentros Ángel Rubén Cabrera e ingresaron Santiago Pino y Dario Cottiga. Por entonces se autorizaba un solo cambio por partido y antes del entretiempo, por lo que no era usual modificar el once inicial.
La formación está presentada según el tradicional 2-3-5, pero en realidad se jugaba un esquema aproximado al 4-2-4, con Spencer y Ledesma en el mediocampo y la doble punta de lanza Sacía-Spencer. Y cuando jugaba Cabrera, los delanteros eran cinco. Otro fútbol....
LA CAMPAÑA. El aurinegro debutó en la Copa 61 ante Universitario el 19 de abril en el Centenario. Se impuso 5-0, con dos goles de Joya, dos de Spencer y uno de Sacía. En la revancha ganaron los peruanos 2-0, aunque la diferencia lograda en Montevideo era indescontable.
La semifinal representó una reiteración de las finales de 1960 frente a Olimpia: dos partidos durísimos. En el Centenario, el 21 de mayo, fue 3-1, con goles de Joya, Cano y Cubilla, pero hasta el último cuarto de hora seguía empatado. En un marco de violencia, el aurinegro Ledesma y dos olimpistas terminaron expulsados. Estos juraron venganza especialmente contra Sacía para la revancha, pues el delantero los había provocado.
El partido del 27 de mayo en el entonces estadio de Puerto Sajonia (hoy Defensores del Chaco) pasó a la historia como “la batalla de las naranjas”, por la lluvia de frutas lanzadas por los hinchas locales, además de no pocas piedras. Se asegura que los dirigentes plantearon a Sacía que no viajara para preservar su integridad física, pero el Pepe rechazó la idea.
Si bien empezó ganando Olimpia, poco a poco Peñarol fue controlando el partido. A los 77 minutos el árbitro dio penal para el visitante y arreciaron los proyectiles. Uno golpeó a un línea, por lo cual el juego se detuvo por varios minutos. En ese ambiente hostil, Sacía tomó la pelota para rematar. No se apuró, pues seguían lloviendo naranjas y no quería que una golpeara el balón y lo desviara. Finalmente, y con gran frialdad, convirtió.
Al rato, de un tiro libre suyo el arquero Caballero dio rebote, que aprovechó Cubilla para marcar el segundo y sellar el pasaje a la final.
De cualquier manera, no terminó allí la batalla. Tras el pitazo final el público siguió lanzando objetos a la cancha. Los aurinegros se refugiaron en el centro de la cancha hasta que pudieron llegar al vestuario. Entonces vieron que una pedrada le había abierto la cabeza al presidente del club, Gastón Guelfi.
El partido decisivo fue ante Palmeiras, campeón brasileño. El domingo 4 de junio, de tarde, ante un Centenario repleto, el partido se iba sin goles ante el dominio de la pelota por el visitante. En el último minuto, el campeón mundial Djalma Santos se entretuvo en la salida, Cubilla lo atoró y el balón derivó a Spencer, que ya cumplía con su fama de ser “el hombre del gol importante” para obtener el triunfo.
Una semana después se jugó la segunda final en el estadio Pacaembú de San Pablo. Apenas iban cinco minutos cuando Spencer le cedió la pelota en el área a Sacía. El Pepe le pegó con alma y vida, al punto que rompió la red. Los brasileños reclamaron “pelota afuera”, pero el árbitro argentino Praddaude había visto bien y dio el gol.
Palmeiras inició un ataque furioso, que soportó el triángulo final aurinegro Maidana-William Martínez-Cano. A los 70’ empató Nardo; hasta allí llegó el equipo local. “Una defensa heroica en un partido de corte histórico”, tituló El País, con comentario de su enviado Davy.
El año 61 resultó histórico para Peñarol. Luego de la Libertadores, en septiembre conquistó su primera Copa Intercontinental, batiendo al campeón europeo Benfica. Perdió en Lisboa por 1-0, venció 5-0 la revancha y 2-1 el desempate, en ambas ocasiones en Montevideo. Y en diciembre logró su cuarto Campeonato Uruguayo consecutivo, camino al quinquenio alcanzado en 1962.