EDWARD PIÑÓN
Dos volantes por dos delanteros para montar una doble línea de cuatro y dejar arriba sin ningún socio al "Morro" García. Había que frotarse bien los ojos para darse cuenta que no se trataba de ninguna ilusión óptica y que en el campo de juego del Diego Armando Maradona el que estaba jugando era el Nacional de Juan Ramón Carrasco.
La sorpresa, mayúscula si se quiere, nació por la manera en la que el tricolor terminó planteando su figura táctica, porque encontrar un 4-4-1-1 en el historial del "JR" es como meterse en el pajar para hallar la aguja. Sin embargo, lo de Nacional fue una apuesta inteligente, pero sin resignar la idea del entrenador de atacar.
Con la aparición fantástica de Marcelo Gallardo, capaz de elaborar hasta una jugada de gol con un taco, con la seguridad que tuvo Matías Cabrera en la posesión y el traslado de la pelota, más la colaboración de Facundo Píriz y de Maximiliano Calzada para desdoblarse, el tricolor estuvo muy lejos de colgarse del travesaño.
Defendió sí, y muy bien, pero aceleró en la salida y con mucho control de balón fue elaborando jugada tras jugada para terminar siendo muchísimo más agresivo en ofensiva que el propio dueño de casa, que por cierto corría con desesperación por la igualdad pero sin ideas claras.
La nueva postura de Carrasco, asumida como él mismo lo dijo dentro de un proceso de maduración en el que mucho tienen que ver los jugadores, deja en evidencia que el técnico empezó a crecer junto con el funcionamiento del equipo.
Bajo esa lectura de la superación personal, a Nacional comienzan a rodarle mejor las cosas. Tanto en la toma de decisiones como en la revitalización del juego.
La armonía que empezó a reinar, entonces, es lo que contribuye fundamentalmente para que Tabaré Viudez meta piques y diagonales endiabladas. O para que Jadson Viera juegue con Sebastián Coates como si hubiesen ascendido juntos desde las inferiores tricolores.
Nacional funcionó como equipo a partir del repunte de sus figuras, de la aceptación de que no todo tiene que ser ir con desesperación en la búsqueda del arco de enfrente. De que las minisociedades son las piezas que terminan armando el gran rompecabezas de un conjunto.
La noche de La Paternal no fue una más para el ciclo de Carrasco. Fue el regreso a la paz y a las ilusiones. Y no solo por el resultado conseguido, si no por la manera en la que el equipo salió al frente de una situación límite. Era ganar o ganar y se obtuvo el triunfo. Confirmación absoluta de que la entereza anímica está en su máxima potencia.
A partir de ahí, obviamente, todo es más fácil, porque nadie puede negar que en el plantel tricolor hay jugadores de buen pie. Lo que estaba faltando es tranquilidad, confianza, mayor volumen de juego y, especialmente, cero encasillamiento con los libretos o las palabras. Aceptando la filosofía madre de "ir al frente con buen fútbol" lo que debe hacerse es dar los pasos correctos para que lleguen los resultados positivos. Sin eso es imposible liderar ningún ciclo futbolístico.
"JR" ya camina sobre ello. Es una buena señal.
La cifra
97 Días sin conocer la derrota sumaba Argentinos Juniors hasta que apareció Nacional.