El Comisario de la Seccional Segunda de Fray Bentos estaba confundido. No por lo sucedido tras el encuentro entre 18 de Julio de su ciudad y el salteño Club Atlético Ceibal. No. Los incidentes eran bastante frecuentes, más allá de que éste haya terminado con algún herido de gravedad. Lo que lo alarmó fue otra cosa, cuando comenzó a repasar los nombres de los demorados en la comisaría: masculino de 40 años por acá, femenino de treinta y pico por allá. Nada fuera de lo normal.
Hasta que llegó a la W. Nombre: Walter. Apellido: Desconocido. Género: Mono.
Walter era, efectivamente, un mono. Junto a Ángela Barrios, su dueña, había estado en el lugar de los hechos y marchó para adentro junto con el resto de la gente. Fue en 2003, en el marco de la Copa Nacional de Clubes de la OFI, y la presencia del animal llamó la atención de los locales pero no de la barra del ceibo, la popular “Número 12”, de la que era un integrante más.
Iba a todos los partidos, incluso aquellos que se jugaban fuera del departamento. Conoció Artigas, Bella Unión y hasta alguna dependencia policial de Fray Bentos. Tenía su camisetita roja de Ceibal y, aferrado al brazo de su dueña, recorría cada tribuna de Salto.
Aunque estuvo apenas cuatro años, Walter, al que Ángela le puso así por su hijo y su marido, adquirió el nivel de leyenda en ese departamento. Fue el primer, y hasta ahora único, mono futbolero y detenido.
Más problemas con la ley
Hubo más animales que terminaron en manos de las fuerzas del orden. Hay un caso muy reciente: el 17 de agosto Plaza Colonia recibía a Cerro y, durante el juego, un perro elegantemente vestido invadió la cancha y se detuvo a orinar en uno de los carteles publicitarios.
El hecho fue intolerable para los agentes policiales, que lo llevaron detenido. A las pocas horas se viralizó una foto del perro en la parte de atrás de una camioneta de la Policía. Se supo, luego, que lo llamaban el Rubio o el Loco.
A principios de la década del 90 en Belvedere se mantenía el pasto corto de manera no tradicional, gracias a Coco, un cordero. Según se cuenta en el libro que narra la historia de Liverpool (escrito por Héctor Lescano y reeditado por varios autores negriazules), un dirigente arrimó el ovino a la cancha.
El cordero creció y resultó más contraproducente que útil: ensuciaba mucho las tribunas y llevaba mucho tiempo limpiarlas en la previa a los partidos. Liverpool debía deshacerse de él pero los hijos del canchero se habían encariñado y no lo iban a dejar ir tan fácil.
Las consecuencias de esto, aunque parezca mentira, llegaron hasta el Ministro del Interior. Porque un patrullero lo fue a buscar a Coco, que terminó en un calabozo. Entonces Lescano, que era diputado, fue a buscarlo a la Seccional 19na, dónde estaba el lanar.
Allí le comunicaron que por pedido del ministro Juan Andrés Ramírez, el cordero debía permanecer ahí hasta que lo fueran a buscar otras personas, indicadas por el jerarca.
Vos sos de la beeee…
En su flamante libro “Las puertas de la memoria”, Óscar Tabárez recordó sus inicios como futbolista. Era 1968 y su equipo, Sud América, peleaba por no bajar a la B.
El primer día de diciembre de ese año, con el torneo en su atardecer, la IASA visitaba a Rampla en el viejo Parque Nelson. Las instituciones, con un pasado de amistad, vivían años de tensión. Entonces los locales quisieron burlarse de la realidad naranja.
Cuando la visita apareció en la cancha, un lote de corderos se encontraba a su alrededor. Escribió el Maestro Tabárez: “la broma es que el balido de los corderos imitaba a la perfección el sonido de la letra de la Divisional que queríamos evitar”.
Finalmente Sud América ganó 3-1 y aseguró su estadía en la A.
El Loro del Quinquenio
El 10 de octubre de 1997 el presidente de Peñarol, José Pedro Damiani, cumplió 76 años. Cuando su hija Patricia lo fue a visitar, lo sorprendió: le regaló un loro, por el que pagó 1.500 dólares. Esa exótica ave, que supuestamente hablaba, pasó callada los primeros días en la casa del contador.
Según el relato del difunto dirigente, no emitió sonido hasta algunos días después. El 26 de ese mes Nacional debía jugar ante Defensor Sporting en un partido fundamental: un triunfo violeta descartaba de manera casi total la posibilidad de que Peñarol alcanzara su quinto título al hilo de campeón uruguayo.
Mucha gente daba por segura la victoria de Defensor, pero algunas aves no: ese día el loro dijo sus primeras palabras: “Peñarol quinquenio”. Al ratito, gol tricolor. Nacional ganó, el manya se mantuvo con posibilidades y menos de un mes más tarde se coronaba como pentacampeón.
Damiani condecoró a su mascota, que ya era del club. “Lo ascendí a papagayo”, contó. Peñarol fue local en el primer clásico de 1998, disputado en el Domingo Burgueño Miguel de Maldonado por la Copa Libertadores y para la ocasión mandó a imprimir una imagen animada del loro en las credenciales de prensa y dirigentes. Esto abarcaba, obviamente, a los representantes de Nacional, que no se lo tomaron con mucha gracia.
A fin de año, con el título del tricolor consumado, el contador aseguró: “El único que tiene contrato asegurado para el año que viene es el loro”.
Aquella solitaria vaca
Cuando el sueño de Rocha campeón apenas había empezado a tomar forma, un informe del Canal 8 local dio vueltas por el país: se mostraba cómo los jugadores celestes entrenaban junto a una mansa vaca que pastaba al costado. Lo que fue algo pintoresco que se olvidó rápidamente tomó otra dimensión cuando los celestes, finalmente, ganaron el Torneo Apertura.
En un Mario Sobrero repleto, jugadores e hinchas daban la vuelta olímpica cuando, casi que desde la nada, apareció una vaca negra, atada con un bozal y con una bandera celeste colgada a su cuello. La había llevado un simpatizante del club, que caminó cerca de tres kilómetros con el bovino.
La asociación fue inmediata: era la misma que la de los entrenamientos.
Sin embargo, con el tiempo se supo que no. La que estuvo en la cancha era Negrita, mientras que la otra se llamaba Mimosa. En cualquier caso, la historia ya estaba hecha y, desde entonces, Rocha F.C pasó a ser conocido como el equipo de la vaca.
El Pato tricolor
Nacional celebraba sus 100 años en 1999 y los festejos fueron amplios y multitudinarios. No se dejó detalle librado al azar: amistoso frente al rival de la tercera Copa Intercontinental, empuje marketinero liderado por la marca que lo sponsoreaba, una punta de celebraciones en todo el país.
Hasta que consiguieron una mascota. No, no era un animal de verdad pero el Pato Tricolor comenzó a frecuentar en los partidos del bolso, especialmente en los jugados en mayo y junio. Ante PSV, por caso, posó con el equipo rival y, sin saberlo, estuvo a pocos metros de una futura estrella internacional: Rudd Van Nistelrooy.
Alegre y entusiasta, el Pato celebró junto a jugadores e hinchas el título del Apertura de ese año, cuando los futbolistas ingresaron a la cancha en limusina para jugar el último partido ante River.
Quien estaba dentro del disfraz no era otro que Gustavo Torena que, un tiempito atrás, había audicionado para trabajar con Marcelo Tinelli. Pero no quedó. Entonces, se abrió otra puerta.
Torena vio, en el centenario de Nacional, una oportunidad de conseguir una changa y la aprovechó. “¿Si soy hincha? ¡Yo soy hincha del Pato Celeste F.C!”, le comentó a Ovación.
En junio se jugó la Copa América en Paraguay y gracias a una recomendación de Omar Gutiérrez, se transformaría en el Pato Celeste, mascota que acompañó a la selección uruguaya durante más de dos décadas.
Y todo porque Tinelli le dijo que no.