EDWARD PIÑÓN
La tarde que en la concentración de la selección uruguaya de fútbol, con lágrimas en los ojos, Pablo García decidió colgar la camiseta de Uruguay, inevitablemente recordé las jornadas en las que el "Canario" llenó de vergüenza, honor y coraje las canchas del mundo.
¿Cómo olvidar sus trancazos o sus interminables recorridos de América a Olímpica para convertirse en el general del mediocampo? Venía de Europa sin actividad y en pocos minutos, por la forma que se comía a los rivales y defendía la camiseta, daban ganas de designarlo "el oriental número 34".
En el basquetbol, la figura emblemática y representativa del sentimiento celeste, es Luis Silveira.
¿Hay alguien que no piense en Silveira cuando se trata de describir el amor propio o el coraje para pelear la pelota en las alturas?
Al evocar los partidos del "Bicho" con la selección, por encima de los dobles o triples que haya metido, la imagen que surge es la de sus vuelos al ras del piso para capturar una pelota.
A lo mejor el "Mota" Walter Gargano termina haciendo olvidar a García y quizás Diego Castrillón consigue que la historia de Silveira con la selección no tenga más páginas, pero para gusto de este consumidor todavía no llegó el final de ninguno de los dos. Sobre todo porque tienen la piel celeste.