Tiene entre tres y cuatro viajes por mes. Está vigente, pero más cerca del retiro y ya tiene decidido que va a ser entrenador. Mientras tanto, disfruta del fútbol en un país donde le calza a la perfección el apodo con el que lo habían bautizado antes de que se fuera de Nacional: Didinho.
Por más de que hoy sus gambetas anden lejos del Gran Parque Central, Diego Zabala (33) sigue llevando a Nacional en el corazón como si todavía tuviera la 22 puesta. Desde Brasil, donde defiende los colores del Amazonas (Serie B), el mediocampista abre su corazón y es de esos que no decoran demasiado sus respuestas: “A Nacional lo veo bien. Los clásicos no tienen favoritos, pero hay jugadores que ya demostraron que en estos partidos crecen. Me la juego por un 2-1 o 3-1”. Y sin rodeos responde: “En Peñarol no jugaría ni loco. Primero, por el cariño que le tengo a Nacional y porque, por suerte, no tengo esa necesidad de que a mis hijos les falte el plato de comida como para ir. Soy un poco anti-Peñarol, je”.
Su salida del club se dio en diciembre, cuando terminó su contrato, estuvo cerca de ir a Liverpool, pero la vida lo invitó a tomar otros rumbos. “Uno quería seguir, estaba cómodo, pero se había cumplido un ciclo. Fue un año muy desgastante, sobre todo por lo que vivimos con Juan”, recuerda, con nostalgia al mencionar a Izquierdo, un compañero que partió demasiado pronto.
Días después del fallecimiento, Los Céspedes se transformaron en un refugio de abrazos y lágrimas. “Nunca me había pasado de salir a trotar alrededor de la cancha y ver a cinco o seis llorando juntos, sin decir una palabra”.
Zabala también se sincera sobre el otro lado del fútbol, el que va más allá de la pelota. Los recuerdos lo traen también al niño tricolor que fue, que un día se coló por los vestuarios para sacarse una foto con Matute Morales. “Después la perdí”, reconoce, aunque su admiración siguió vigente: “Matute era clase A. Y siempre tuve dos allá arriba: Riquelme y Henry”.