LUIS CABRERA
El canto fue un baldazo de agua fría en otra noche helada de Copa América. "¡Diegooo, Diegoooo!", corearon los hinchas argentinos que se hicieron presentes en el Brigadier General Estanislao López de Santa Fe para ver con decepción como su selección rescataba un punto ante una Colombia superior.
"Otros vendrán que bueno te harán", dice el refrán que Diego Armando Maradona puede estar convirtiendo en su lema luego de ver otra pobrísima actuación del equipo de Sergio Batista.
Por cada palabra escrita contra el ciclo de Maradona, por cada insulto recibido por el ídolo argentino, Batista está recibiendo el doble (o el triple) luego de un comienzo inesperado en una copa que Argentina armó para hacer suya.
A sus etapas, sin embargo, los une algo más que la falta de resultados y el rechazo de los fanáticos: los liga el fracaso de una apuesta centrada exclusivamente en hacer rendir al mejor jugador del mundo como tal.
Con la camiseta de la selección argentina, Lionel Messi no elude rivales ni críticas. Hace 14 partidos que no convierte un gol en una competencia oficial. Aun con solamente 24 años, el tiempo para demostrar su compromiso con la albiceleste parece estar acercándose a su fin.
El miércoles, con su familia en la tribuna, Messi dio uno de los peores espectáculos imaginables para un talento de su nivel: fue apático, intrascendente. No sudó una gota de fútbol.
La imagen del tiro libre al borde del área que lanzó casi diez metros por sobre el travesaño -el único tiro de Messi al arco en todo el juego, uno tan malo que su padre escondió la cara entre sus manos- forma parte de los resúmenes deportivos. Su presencia marca la realidad de una Copa América que se esperaba fuese una consagración y se ha transformado en un accidente de ruta. La admiración dejó su lugar al morbo.
"Lionel no podía orinar en el control antidoping y debió tomar varias latas de cerveza para poder cumplir", fue la declaración de un testigo en los camerinos que la cadena Fox Sports hizo pública ayer. Un ejemplo.
Mientras la televisión y los diarios alimentan el fuego de los hinchas, Messi permanece en silencio -mejor así que declarar que el tanto de Bolivia fue un "gol de mierda"- y son sus colegas los que salen a defenderlo.
"Es muy diferente jugar con el Getafe de España que jugar con Colombia. Existe una diferencia técnica bastante grande y tenemos que aceptarla", dijo Mano Menezes, el entrenador de Brasil, que eligió como ejemplo justamente el Getafe, equipo al que Messi le hizo aquel gol "maradoniano" en 2007.
el primer culpable. Si bien la paciencia de los hinchas argentinos con Messi está en un bajón histórico, un par de fin de semanas de acción en la Liga Española -sin descartar un renacer en lo que queda de Copa América- pondría paños fríos a la situación. Batista, en cambio, no parece tener mañana.
El fracaso de su dialéctica barcelonista es absoluto y Batista no tiene respuesta para los cuestionamientos que recibe.
"Messi nunca juega mal, eso lo hacen los que tiene a su alrededor", disparó Julio Grondona, presidente de la AFA, tras el empate con Bolivia. Una señal clara que no es el futuro del astro azulgrana el que está en juego durante esta competencia.
Acorralado, Batista intenta, como un alquimista, encontrar la fórmula que le dé oro. El retorno de Ángel Di María (quien perdió la titularidad inexplicablemente a manos de Carlos Tevez), la aparición de Sergio Agüero como titular (quien ha dotado de movilidad al estático ataque albiceleste) o el esperado debut de Javier Pastore (pedido por público y prensa), son algunas de sus opciones. Modificar su pareja de zagueros debería ser otra. Batista no descarta romper completamente el esquema, ése por el que tanto abogó como el camino hacia Catalunya, agregando a un nueve de área (Gonzalo Higuaín) y reubicando al enigma Messi.
De a poco, Batista y Argentina se aproximan a una posible solución para su presente dilema: construir un equipo en el que juegue Messi y no un vehículo para que juegue Messi.