Lo que se viene (II)

Lo prometido es deuda. Y así como la semana pasada hicimos un análisis de los enfoques, desafíos y amenazas del bloque que perdió el poder, hoy toca poner foco sobre el gobierno que comienza en el país.

Cuando intentamos un ejercicio similar allá por principios de enero en el evento de El País con los amigos del hotel Enjoy en Punta del Este, elegimos comenzar la presentación con un gran signo de interrogación. Es que por entonces nos costaba muchísimo jugarnos sobre qué tipo de gobierno lideraría Orsi. Un presidente que habla poco, dice menos, y suele evitar al máximo las definiciones categóricas. Esto es una medida muy inteligente, tal vez la que le permitió ganar las elecciones, ya que está al timón de un bloque donde conviven visiones muy distintas, hasta contradictorias.

Pasados dos meses, y con las cartas del futuro gobierno a la vista, el signo de interrogación sólo se ha vuelto más grande.

Es que el diagrama de esta gestión muestra un panorama trifronte. Por un lado, hay un sector que parece representar a una izquierda pragmática, al estilo de la socialdemocracia de los 80 o 90, liderado por el nuevo ministro de Economía, Gabriel Oddone. Pero un Oddone que ha mostrado durante la campaña, y en especial en las últimas semanas, tener la sutileza política de un elefante africano. ¿A quién se le ocurre salir a hablar de desindexación de salarios, días antes de asumir como jerarca de un gobierno del FA?

La forma contundente, por momentos cruel, en que desde el “Pacha” Sánchez, hasta la diputada más ignota del MPP salieron a mandarlo callar, dejó en evidencia que las posturas técnicas y racionales no son bien recibidas por un amplio sector del nuevo gobierno. Se podría decir incluso, por su mayoría. Algo que ha potenciado la duda de hasta cuándo estará Oddone dispuesto a aguantar este tipo de desplante.

En el otro extremo de la mesa del gobierno se encuentra el sector que podríamos llamar “neomarxista”. Dispone al menos de dos ministerios fuertes, como son el de Trabajo y el de Desarrollo Social, desde donde buscarán imponer una agenda pretendidamente distributiva, y de reivindicación de una democracia donde los grupos, los “colectivos” y las corporaciones (bajo su control), estén por encima de las personas.

En medio de esta disyuntiva está el MPP. Un sector que hace de la amplitud, casi una religión. Y, como en toda religión, con aspectos racionalmente incomprensibles. Como que puede unir a un Fratti con una Blanca Rodríguez.

El MPP tiene, al menos hasta ahora, una disciplina que va más allá de la ideología. Que se ha guardado la mayoría de los ministerios clave, así como dispone de la verdadera fuerza definidora en el Parlamento. Con todo lo cual será el verdadero eje de la balanza, de hacia donde se inclinará políticamente el nuevo gobierno.

Hay un último polo, aunque su dimensión hace difícil darle semejante categoría. Hablamos de ese sector que se aglutina por estas fechas detrás de la vicepresidente Cosse. Un sector de escaso poder electoral, pero enorme peso mediático. Cuya agenda suele alienar a una mayoría de la población, pero que tiene un eje de influencia llamativo en la interna del FA. Y con una figura como Cosse que, si bien la distribución de cargos da la impresión de que el MPP no piensa cederle mucho brillo, no parece que se vaya a resignar a pasar 5 años, silencioso, hundiéndose en la irrelevancia.

Y, por encima de todo, está el presidente Orsi. ¿Qué piensa políticamente Orsi? ¿Dónde se para ideológicamente? Sigue siendo un gran misterio. Si nos guiamos por su gestión en Canelones, es alguien equilibrado, que sabe articular con empresarios y sindicatos, y que brindaría ciertas garantías de que el gobierno no sucumbirá al tironeo permanente al que sin dudas lo someterán algunos extremos. Un poco por debajo está el secretario de Presidencia, Alejandro Sánchez, a quien muchos señalan como el verdadero poder detrás del poder. ¿Cómo fluirá ese vínculo durante los próximos 5 años? La pregunta del millón.

Pero al final del día, el gran jugador que definirá todo es la realidad. Cinco años es mucho tiempo, y como quedó más que claro esta semana con ese indignante episodio en el Salón Oval, estamos frente a tiempos de enorme cambio e incertidumbre. Dependiendo de la pelota envenedada que nos tire el mundo en los próximos años, se responderán muchas de las dudas que todavía nos asaltan.

¿Podrá Orsi mantener 5 años esa postura de equilibrista entre miradas tan distintas? ¿Podrá cumplir con promesas en apariencia incompatibles? ¿Podrá mejorar los números fiscales sin aumentar los impuestos? ¿Mantener el dinamismo económico y satisfacer las demandas sindicales? ¿Respetar la institucionalidad del país, y atender las exigencias de la izquierda naftalina?

Lo prometido es deuda, sí. Pero cuando se promete todo, a veces, la deuda es impagable.

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