La decisión tiene enorme trascendencia: luego de prolongadas negociaciones, los ministros de Finanzas del llamado G8, o sea el grupo de los siete países más ricos, sumados a Rusia, acordaron anular totalmente la deuda que las naciones más pobres mantienen con organismos multilaterales.
Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Canadá, Italia y Rusia, en la reunión que mantendrán del 6 al 8 de julio en Escocia, concretarán esta medida que favorece a los que ellos entienden son los países más pobres de este mundo. Algo que significa anular de inmediato deudas por 40.000 millones de dólares.
Los beneficiados son Bolivia, Honduras, Nicaragua, Guyana, Benín, Burkina Faso, Etiopía, Ghana, Madagascar, Malawi, Mauritania, Mozambique, Níger, Ruanda, Senegal, Tanzania, Uganda y Zambia.
Muchos se preguntarán dónde queda Uruguay frente a esto. Aparentemente no somos lo suficientemente pobres como para beneficiarnos con la condonación de la deuda, aunque nuestro país sea uno de los diez países con mayor deuda per cápita y el primer deudor del mundo en relación a su PBI, frente al Fondo Monetario Internacional. Tal vez nos llegue el turno más adelante, dado que está prevista la exoneración de deudas para otros grupos de países que vayan cumpliendo las condiciones establecidas por el plan.
Condiciones que, por otra parte, parecen sabias. Los beneficiarios, el dinero que habrían usado para pagar deudas, deberán invertirlo en salud, educación y combate contra la pobreza. También tendrán que adoptar medidas en materia de transparencia y lucha contra la corrupción.
De esta manera, queda consagrada la aspiración de tantos que, como el papa Juan Pablo II, reclamaban una medida así. Al mismo tiempo, quedan sin banderas de lucha aquellos agitadores de izquierda que exigían machaconamente el no pago de la deuda.
Pero tal vez lo más interesante es que ahora las responsabilidades pasan a quienes anhelaban este cambio. Porque no se trata de no pagar y luego despilfarrar a diestra y siniestra. Se trata de no pagar y al mismo tiempo sentirse imbuidos de una nueva responsabilidad: la de conducir sabiamente a las naciones beneficiadas por el camino de la democracia, el crecimiento económico, el desarrollo sostenible y la reducción de la pobreza.
Todo un desafío a cuya altura esperemos que estén estos 18 países. Por sí mismos y por lo que puede servir de ejemplo en el concierto de las naciones deudoras, entre las que nos incluimos.