Imposición desafiante

A medida que se incrementa el conocimiento humano comprendemos mejor la realidad que condiciona nuestro futuro.

Es la única herramienta que nos puede hacer cerrar la ecuación de alcanzar modelos sustentables de desarrollo para una humanidad que no para de crecer. Planteado así parece obvio que en algún momento llegará el colapso, porque nada puede crecer indefinidamente en un mundo finito.

Mientras tanto nuestras urgencias son más tangibles y tienen que ver con las estrategias de gestión de los ecosistemas y biomas que adoptemos, ya no en los contextos locales sino en los regionales y mundiales.

Gracias a la singular expansión de la ciencia y la tecnología estamos rectificando -cada vez con mejores criterios- los distintos rumbos vinculados a la administración y uso de los recursos naturales.

Desde la revolución industrial y luego la tecnológica, el consumo humano ha crecido exponencialmente provocando la elevación de la calidad de vida de los seres humanos, pero al mismo tiempo trajo contaminación, sobreexplotación, agotamiento, extinción, degradación ecosistémica.

Se trata de un experimento de “ensayo-error” cuyos resultados cada vez nos exigen reducir las equivocaciones y maximizar muchos más los aciertos, porque nos condiciona de manera implacable el impacto global que producen los 8 mil millones de habitantes de nuestro planeta, reclamando cada día satisfacer sus necesidades básicas -y de las otras-, sin olvidarnos de la profundas asimetrías que campean en el mundo.

Recordemos que en 1950 éramos 2.500 millones de personas. Naciones Unidas estima que para 2050 (dentro de solo 26 años) alcanzaremos la impresionante cifra de 9.700.

Ante esta realidad nuestra mayor esperanza radica en el desarrollo cognitivo y en el compromiso transgeneracional.

La sociedad se sustenta en el uso y aprovechamiento de los recursos naturales. Algunos son inagotables, como la energía solar, la de las mareas y la geotérmica. Otros son renovables, siempre y cuando respetemos sus ciclos, como los bosques, el suelo, el agua, la pesca. Su viabilidad depende de la criteriosa gestión que realicemos de los mismos.

Por último están los recursos naturales no renovables. Son aquellos que existen en cantidades finitas, y una vez agotados no volverán a producirse o tardarían muchísimo tiempo en hacerlo, como el petróleo y el material radiactivo usado en la energía atómica.

Queda claro que nuestro compromiso con el futuro trasciende nuestra existencia, porque tenemos plena conciencia de que también estamos administrando “el mañana” de las generaciones que vendrán, con la responsabilidad que implica su ausencia en el presente para hacer escuchar su voz y defender sus legítimos derechos a tener un buen futuro.

Dada la singularidad de esta realidad, resulta obvio que estamos aprendiendo sobre la marcha. De a poco el conocimiento nos advierte que muchas acciones emprendidas con muy buenas intenciones y expectativas, pueden tener malas consecuencias en el mediano plazo si no se considera todo el escenario.

De eso se trata el concepto del desarrollo sustentable. De hallar las mejores formas de aprovechar responsablemente los recursos naturales, sin arruinar su “renovabilidad” ni provocar impactos negativos permanentes y significativos.

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