Una generación condenada

Hará quince años que empezaron a aplicarse novedosas teorías en escuelas y liceos, que ya entonces anticipaban desenlaces preocupantes.

Se decía por ejemplo que en Primaria había que considerar “el pase social” para que algunos niños, en especial los que venían de contextos críticos, continuaran con sus correspondientes grados sin importar que no hubieran aprendido. Había que evitar la “discriminación” y así muchos entraron a Secundaria sin tener una preparación básica.

A eso siguió la condescendencia con las faltas de los liceales. Si regresaban al aula después de largas ausencias, se los dejaba seguir como si nada hubiera pasado. Que estuvieran en el liceo, aunque en forma salteada y sin haber aprendido, era un modo de “incluirlos”.

Tales absurdas teorías le hicieron un irreversible daño a quienes más necesitan estar preparados para enfrentar la vida. Sin las debidas herramientas, es imposible salir de ese destino de pobreza y exclusión social.

La pregunta en aquellos años era qué efectos tendrían todo eso en el futuro. Al poco tiempo empezamos a verlo. Por un lado, la cantidad de estudiantes con serios problemas de comprensión lectora. Por otro, la extrema sensibilidad. Acostumbrados a que nadie les exige ni los estimula, a que todo se tolera, ahora nos encontramos con una generación frágil, que se ofende por nimiedades y no acepta presiones de ningún tipo. Con lo cual no pueden enfrentar la realidad y la vida tal cual es.

Lo que empezó en Primaria hace unos lustros y luego en Secundaria, ya llegó a la Universidad. La semana pasada la Facultad de Psicología suspendió parciales ante un “contexto ansiógeno” causado por el paro indefinido y al conflicto universitario que supondría una “exposición a un estrés inaceptable”.

Vale preguntarse qué pasaba en los años anteriores. Desde tiempos inmemoriales, cuando se discute el Presupuesto y las rendiciones de cuentas, hay paros, manifestaciones y suspensión de clases y nunca nadie escuchó sobre estas situaciones “ansiógenas”.

Si a los niños se les dijo que no era necesario aprender, a los adolescentes se les dijo que estaba bien que vinieran de vez en cuando a clase, la natural consecuencia es que a los universitarios se los exima de dar parciales si los estresa.

He ahí el resultado de años de políticas frentistas respecto a la educación. Su estrategia se remonta a cuando se oponían a cualquier reforma planteada por gobiernos que no eran suyos y se consolida cuando, estando en el gobierno, proponen planes que implican un grave retroceso. Su impacto en la sociedad es notorio y perjudica de modo dramático a los sectores postergados.

Tras tantos años de propuestas fallidas, estas generaciones crecerán sin herramientas para entender el mundo o para integrarse a él en el campo laboral y profesional.

Están condenados y con ellos el país entero. Con su escasa formación, solo encontrarán empleos mal pagos. Y los responsables de esa condena son los que se jactan de ser los únicos con sensibilidad social en este país. Lo cierto es que cuando aplican sus teorías, empeoran la situación de quienes no están bien.

Acordar políticas educativas como se intentó en el pasado, hoy es impensable. La obsesión por diseñar propuestas con fuerte carga ideológica y de mediocre contenido hace imposible imaginar un punto de encuentro. La presión del gremio docente para frenar todo cambio razonable se ha vuelto insoportable.

Quizás solo una persona en la izquierda esté pensando en los problemas educativos con criterios sensatos, y es Richard Read. En estos días lanzó una propuesta para facilitar la reinserción laboral de jóvenes infractores para lo cual contó con apoyo de gran parte del espectro político. A este proyecto, se suman otros ya puestos en práctica por el exdirigente sindical.

Pero fuera de eso, nadie en el gobierno piensa seriamente en transformar la educación para que las nuevas generaciones construyan e integren un país abierto, estimulante, de sólida cultura cívica, con una clara comprensión de cómo funciona el mundo. Y que además le de los jóvenes de zonas carenciadas, oportunidades para salir de esa situación, con empleos de calidad y bien remunerados. El FA y el gobierno prefieren que todo quede como está y que sus mentadas políticas sociales sean meros mecanismos para que quienes viven en la pobreza, sigan allí.

Mientras la izquierda no salga de su corset ideológico, la posibilidad de una genuina y profunda reforma educativa queda aún muy lejos.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar