CHINA ya tuvo sus problemas cuando se trató de recuperar las dos colonias europeas que permanecían en su territorio continental, pero la británica Hong Kong fue finalmente reincorporada a la madre patria en 1997 con la promesa de administrarla como región autónoma, permitiendo así que ciertos rasgos del capitalismo siguieran vigentes en el lugar, y la portuguesa Macao fue unida nuevamente a China en diciembre de 1999, poniendo fin a cinco siglos de presencia de los lusitanos en ese rincón de la costa meridional del gigante asiático. Con esas dos incorporaciones, donde se aplica el principio de "un país-dos sistemas", China cumplió alguna de las etapas que se planteó para recobrar territorios que considera parte inseparable de su integridad y que habían sido despegados de China. Entre ellos figura asimismo lo que antes (en la época del imperialismo portugués) se llamaba Formosa y luego pasó a llamarse Taiwan, una isla de 36.000 kilómetros cuadrados ubicada a unos cien kilómetros de la costa china, a medio camino entre Shanghai y Hong Kong.
A comienzos del siglo XX, Taiwan aparecía como parte del imperio japonés, al que había sido anexada, pero en 1949 se convirtió en el refugio del gobierno nacionalista chino encabezado por Chiang Kai Shek, que acababa de ser derrotado en una guerra civil que permitió subir al poder a los comunistas capitaneados por Mao Tse Tung. Esos derrotados fundaron en Taiwan una república china que llegó a tener una notable prosperidad económica y que estableció relaciones diplomáticas con buena parte del mundo, situación que se mantuvo hasta que Estados Unidos (que había respaldado diplomática y militarmente a Taiwan frente a la amenaza de los comunistas) hizo una pirueta y restableció relaciones diplomáticas con Pekín, momento en el cual Taiwan no sólo perdió su lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino que también pareció perder su legitimidad internacional. Hoy mantiene relaciones formales con unos pocos países, aunque su bonanza comercial no haya decaído.
FRENTE a las autoridades de Taiwan se abren dos caminos. Uno de ellos sería la anexión por parte de China, que es lo que persigue Pekín desde hace décadas, y otra sería formalizar la independencia frente a su gran vecino, alternativa que podría estar sujeta a un referéndum y que cuenta con un apoyo considerable en la población taiwanesa, pero que aparece condicionada por el enojo de las autoridades chinas, capaces de amenazar a Taiwan con una invasión militar si se llegara a legalizar esa independencia. Los chinos, que disponen del mayor ejército del mundo (2:500.000 efectivos) parecen hablar en serio cuando afirman públicamente que el día en que Taiwan proclame su independencia, ese ejército cruzará para tomar posesión forzosa de la isla. Del otro lado, la gente de Taiwan afirma que China mantiene 600 misiles en su costa, apuntando a la isla.
POR su parte, las potencias son algo ambiguas frente al conflicto latente. El gobierno norteamericano, que es el respaldo estratégico de Taiwan y que no va a perder su presencia dominante en el área del Pacífico, declara que China es una sola y que "no apoya la independencia de Taiwan", mientras Rusia, el otro gran país con intereses en la región del lejano oriente, reconoció que si bien "Taiwan es —de facto— un territorio independiente de China" considera que "la isla debe ser parte integrante de China" y en opinión de Moscú "la actual situación, de ni guerra ni paz, es preferible a cualquier intento capaz de convertir esta pequeña guerra fría en una guerra caliente". Mientras todo ello se baraja a nivel verbal, el Parlamento chino aprobó en Pekín una ley antisecesión que dispone el uso de la fuerza si Taiwan declara su independencia. La zona parece una bomba de tiempo, aunque los 23 millones de taiwaneses no parezcan demasiado alarmados por la eventualidad.
EN efecto: la vida sigue allí como siempre, mientras la capital Taipei se enorgullece de tener por el momento el edificio más alto del mundo. Desde el último piso de esa torre debe distinguirse la costa china, bromean los inversionistas en Taiwan, pero el dato es indicativo de que la temible vecindad de las fuerzas de Pekín no detiene el crecimiento portentoso de la isla ni aplasta los estados de ánimo con que la población encara el futuro.
Deforestación cero
En diciembre pasado Paraguay aprobó una ley que prohíbe toda actividad de transformación y conversión de superficies con cobertura de bosque nativo, en la región oriental del país, durante dos años. La norma conocida por "deforestación cero" pretende amortiguar una situación depredatoria de magnitud que se registra en una zona del país que aún posee valiosos bosques.
Si bien en nuestros países la simple aprobación de una norma proteccionista de los recursos naturales no asegura su conservación, es un paso adelante y como tal debe valorarse. En grandes líneas los intereses económicos siempre han podido más que el sentido común y el interés general de nuestras comunidades. Pero también es cierto que en los últimos tiempos el uso sostenible de los recursos y la protección de ellos ha experimentado alentadores avances. Existe una mayor conciencia popular acerca del valor de la conservación como concepción y estrategia de desarrollo.
El bienestar de la gente mejora en la medida que le garantizamos un ambiente más equilibrado y armónico. La conservación de la fauna y flora es parte esencial de esa salud ambiental. La iniciativa paraguaya debería contagiar al resto del Mercosur y generar una política coordinada de conservación de los ecosistemas transfronterizos para beneficio de todos.