La confirmación de que Uruguay avanzará finalmente en su ingreso al Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP) constituye una de las noticias más importantes de los últimos años en materia de inserción internacional. No es un paso más: es un salto cualitativo que implica ingresar en un acuerdo que concentra cerca del 15% del PBI mundial, más de 500 millones de consumidores y algunas de las economías más dinámicas del planeta. Para un país pequeño, abierto y que necesita imperiosamente abrir su comercio exterior, acceder a mejores condiciones de entrada en esos mercados es una oportunidad difícil de exagerar.
Lo esencial, y que no debe perderse en el fragor político, es que este avance no cayó del cielo. Es importante tenerlo en cuenta porque los avances en materia de inserción internacional llevan años de esfuerzo y dedicación. Este logro fue el resultado directo de un proceso impulsado con claridad y convicción durante el gobierno de Luis Lacalle Pou. Desde el comienzo de la gestión se impulsó la apertura con acciones concretas, con la determinación de que Uruguay debía dar un giro decidido hacia una inserción más ambiciosa.
El canciller Bustillo, siguiendo el liderazgo presidencial realizó gestiones con los países miembros del acuerdo y dejó presentada formalmente la solicitud de adhesión. La idea era clara, el país debía jugar en las grandes ligas del comercio internacional si quería mejorar su potencial de crecimiento.
Luego Omar Paganini sostuvo esa línea con profesionalismo, continuó el trabajo técnico y mantuvo la interlocución fluida con los países del bloque. Paganini fue explícito más de una vez al afirmar que Uruguay estaba bien posicionado y que, de mantenerse el rumbo, sería “el próximo en la fila”. También debe reconocerse el trabajo del subsecretario Nicolás Albertoni, cuya solvencia técnica y conocimiento académico del CPTPP fueron determinantes para ordenar el expediente, alinear prioridades y tejer vínculos diplomáticos clave. Sin ese trabajo silencioso y serio, difícilmente el país estaría hoy en condiciones de dar este paso.
Por eso sorprende que el actual gobierno, que heredó un proceso prácticamente terminado, haya dedicado los últimos meses a cuestionarlo, relativizarlo o directamente negarlo. Lejos de reconocer la continuidad positiva de la política exterior, la nueva conducción optó por sembrar dudas.
El caso más llamativo fue el del propio canciller Mario Lubetkin, quien declaró hace muy poco que Uruguay estaba “lejísimos” de ingresar al acuerdo y que algunos países “ni sabían” de la solicitud presentada. Sus afirmaciones no solo fueron desmentidas por los hechos: quedaron en evidencia como un diagnóstico equivocado y desacertado sobre el estado real de las gestiones. En otras palabras, no tenía la más pálida idea de dónde estaba parado e incluso con sus declaraciones frívolas y politiqueras pudo haber perjudicado este avance para el Uruguay.
Hoy, con el anuncio del avance hacia la adhesión, aquellas declaraciones quedan expuestas; el canciller no tiene la más pálida idea de dónde está parado. Y lo más preocupante es que, en el camino, el país perdió tiempo, envió señales contradictorias y dio la imagen de una Cancillería más atenta a diferenciarse del gobierno anterior que a aprovechar un logro estratégico irreversible.
Cuando la política exterior se utiliza para disputas internas, siempre pierde Uruguay, en este caso, nos salvó que el trámite estaba prácticamente concluido. Aun así, la buena noticia prevalece. La incorporación al CPTPP abrirá oportunidades concretas para el agro, la industria alimentaria, los servicios globales, las tecnologías aplicadas y sectores emergentes que necesitan marcos modernos para integrarse a cadenas globales de valor. Este acuerdo no es un gesto simbólico ni un capricho diplomático: es una herramienta real para mejorar la competitividad del país, diversificar mercados y reducir vulnerabilidades comerciales.
El avance en el CPTPP confirma que las políticas de Estado existen cuando hay visión, continuidad y profesionalismo. Eso es precisamente lo que tuvieron Lacalle Pou, Bustillo, Paganini y Albertoni. Lo mínimo que corresponde ahora es que el actual gobierno deje de desmentir lo evidente, asuma la importancia estratégica de este logro y trabaje con seriedad para llevarlo hasta el final.
Porque lo que está en juego no es una victoria partidaria: es el futuro del Uruguay que el gobierno actual no tiene derecho a poner en juego.