Todo el mundo habla de laicismo y de la laicidad pero nadie tiene claro cuál es el contenido de esos términos. Para empezar, el vocablo laicidad no tiene cabida en el diccionario de la Real Academia Española. Figura laico pero no su derivado. En cambio, se acepta laicismo y se lo define como "doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa". Es lógico, entonces, que cada uno asigne al término laicidad una acepción más o menos personal y, a menudo, adaptada a la posición que se quiere defender.
Así, para el presidente Vázquez -en un discurso pronunciado el 14-VII-05 ante la Masonería- dijo que por laicidad entiende "un marco de relación en el cual los ciudadanos podemos entendernos desde la diversidad, pero en igualdad. Entendemos a la laicidad como un factor de democracia". En otras palabras, el Dr. Vázquez propugna el debate de ideas y de creencias y la convivencia pacífica porque "sólo los fundamentalistas le temen al diálogo".
Otros conciben la laicidad como la neutralidad del Estado frente al hecho religioso, es decir, se vuelve a los orígenes del problema, ya que se preconiza un Estado prescindente en esa materia. Ello significa -en virtud de la época en la que se planteó- que la Iglesia Católica, imperante hasta ese momento en todos los organismos oficiales, debe retirarse de ellos y dejar paso a la mentada neutralidad estatal. Bajo el clima creado por ese tipo de convivencia entre el Estado y todas las religiones actuantes en nuestro medio transcurrió la primera mitad del siglo XX. Ese clima era de respeto y de tolerancia porque se entendía -y se sigue entendiendo- que la religión pertenece al fuero íntimo de las personas. Esta profunda convicción a nivel masivo terminó con las anteriores rispideces e hizo cesar toda agresividad en las relaciones mutuas. En los organismos públicos no hubo lugar para ninguna confesión religiosa: imperaba el laicismo -o, si se prefiere, la laicidad- (Laico procede del griego laos, pueblo, en oposición a seglar, a ordenado).
Pero la Guerra Fría polarizó al mundo y politizó a todas las comunidades, incluida la nuestra. A grandes rasgos, las democracias estaban de un lado mientras los regímenes derivados del marxismo estaban del otro. Libertades contra represión de libertades.
En ese contexto -y refiriéndonos exclusivamente a nuestro Uruguay- se produjo un alevoso asalto contra la laicidad que caracterizaba a la enseñanza media y se inició el abordaje de la prensa, la cultura y de cuanta actividad intelectual veía la luz. Entre esos ataques descolló el efectuado por los docentes proselitistas que se desempeñaban en Secundaria, tanto en sus clases como a través de sus gremios. Para facilitar esta taimada penetración se acudió a una táctica solapada: nunca se denunció al totalitarismo soviético, ni a sus campos de concentración, ni sus hambrunas, ni su política genocida, pero sí se puso en evidencia todo aquello que contribuyera a crear odio a los Estados Unidos, emblema del capitalismo, de la sociedad pluripartidaria y de la democracia. Una siembra que duró décadas permitió cosechar el fruto supremo: la victoria electoral del frenteamplismo.
Ahora bien, ¿cómo conservar ese logro y cómo hacer que las nuevas generaciones de ciudadanos continúen apoyando a la izquierda, independientemente de los resultados que pueda obtener su gobierno? Pues escribiendo a su gusto y paladar la historia reciente que se ha de enseñar a los adolescentes casi votantes.
Una historia oficial -minuciosamente organizada en cuanto a su difusión- que habrá de convertir en héroes revolucionarios y en luchadores por la democracia (¡inaudito!) a los sujetos entrenados, armados y financiados por La Habana y Moscú, que se levantaron contra gobiernos constitucionales, elegidos democráticamente. La historia oficial no recogerá, pues, nada de las "cárceles del pueblo" de los sediciosos, ni las torturas que infligieron, ni los secuestros y extorsiones que cometieron, ni hablará de sus crímenes aún impunes...
La historia oficial, sesgada, arbitraria y empobrecedora, será el instrumento proselitista del Estado uruguayo porque, obviamente, no persigue otro fin que depositar en las mentes abiertas e indefensas de nuestros adolescentes la semilla que los convertirá en votantes de izquierda.