Con demasiada frecuencia se sobrestima la fortaleza del Frente Amplio, implícitamente se les reconoce una superioridad que no resiste un análisis riguroso de los hechos. Lo que tuvo el FA fue un timing espectacular para perder y ganar elecciones; llegó al poder en el momento justo: con el país en el suelo y con una brutal bonanza por delante. Esa fortuna le permitió hilvanar holgados triunfos electorales durante la década siguiente. Pero la realidad es hoy muy distinta.
Demostrar que el FA no es invencible es otro de los grandes legados de Lacalle Pou. Él, le ganó en condiciones más adversas de las que volverá a haber en el futuro próximo. Entender que el adversario no es invulnerable es importante para no aceptar una superioridad que no tiene.
En 2019 sí fue un logro enorme ganarle a la izquierda. Lacalle Pou lo hizo por poco sobreponiéndose a enormes obstáculos estructurales. Venció a un Frente Amplio que, si bien no había tenido un buen último gobierno, defendió “los avances de los 15 años”.
En los primeros 10 años de ese período, con una enorme bonanza económica externa, las condiciones materiales de la mayoría de uruguayos mejoraron: hubo más empleo, más salario y menos pobreza. Es cierto que en el último quinquenio la realidad fue distinta, se destruyó empleo y se estancó la economía.
Pero Lacalle Pou enfrentaba la mitología de un “proyecto político frenteamplista” que había puesto al país de pie luego del destrozo de la crisis de 2002.
Porque además de las mejoras materiales, el Frente Amplio contaba con otro recurso político eficaz: “el miedo a la vuelta de los blancos y los colorados del 2002”. En 2019, el último recuerdo de no frenteamplistas gobernando aún estaba asociado a la crisis del 2002 y sus consecuencias. A todo eso se impuso Luis Lacalle Pou, un enorme político que demostró una enorme capacidad, contra la opinión de propios y extraños.
Un líder que ganó una elección teniendo aún un nivel de rechazo relevante de una parte de la ciudadanía. Prejuicios de los que se despojó la enorme mayoría del electorado a poco de su victoria.
Además, por más que hoy Daniel Martínez sea un ex político, se trataba de un personaje popular en cualquier encuesta de opinión pública en 2019. Con imagen de “moderado”, fue el intendente de Montevideo mejor valorado en décadas. La historia es cruel con los perdedores, pero más allá de sus errores no fue nunca un rival fácil.
Si en esas condiciones tan adversas Luis Lacalle Pou demostró que era posible ganarle al Frente Amplio, ¿por qué hoy hay tantas personas en la oposición que siguen considerando al FA casi invencible hoy?
De cara a 2029, la perspectiva será muy distinta a la de 2019. La épica que acompañó al Frente Amplio durante sus grandes victorias hoy es un lejano recuerdo. La referencia de un gobierno de izquierda ya no será la bonanza económica 2005-2014, sino los tristes gobiernos de Orsi y Tabaré 2, gobiernos sin agenda y que apostamos tendrán pocos logros para mostrar. El FA no sabe gobernar sin plata. Sin bonanza económica, sin mejoras laborales y sin épica frenteamplista, ¿qué le queda al Frente?
Además de la falta de logros, tampoco tendrá ningún cuco para azuzar. El cuento de que si ganan los blancos “se terminan los planes”, “te quedas sin trabajo” o “te bajan el sueldo” no se lo cree ni el que abre el comité de base. La coalición dejó en 2024 110 mil personas más trabajando por más salario de las que recibió. ¿Con qué cuento van a generar una ola de miedo como hicieron antes del ballotage de 2019?
Tampoco tendrán los liderazgos históricos o al menos populares. No hay Tabaré, ni Mujica ni Astori. Pero tampoco parece que tendrán un Martínez o un Orsi, es decir un intendente moderado y bien valorado por la opinión pública. ¿Alguien cree que Bergara o Sánchez pueden cumplir ese rol?
Es verdad que en 2024 el FA volvió a ganar. En una elección obsesionada por la moderación y sin miedo a nadie la gente optó por la nostalgia de la primavera frenteamplista 2004-2014. Pero la indiferencia e incipiente rechazo muestran que nada tiene que ver este inicio de gobierno con 2005.
Sobrestimar al adversario lleva a perder oportunidades. Creer que el otro tiene automáticamente la bendición popular incita a no dar batallas o darlas con miedo o acomplejamiento. El FA tuvo mucha suerte y contó con una superioridad en la opinión pública evidente en 2004, 2009 y 2014.
Pero hoy es un partido más. Se necesita perder el excesivo respeto y no dar por buenas sus ideas ni sus marcos de discusión.