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Superficiales: el problema de internet

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Es un libro que recomienda Vargas Llosa en “La civilización del espectáculo” y que fue traducido al español en 2018. Se llama “Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”. 

Su autor es el estadounidense Nicholas Carr, y su tesis es muy importante para entender qué está ocurriendo con los cambios por el uso amplificado de Internet.

Leer en internet es muy distinto a leer en el formato de papel clásico. Como bien escribe Carr: “cuando nos conectamos a la Red, entramos en un entorno que fomenta una lectura somera, un pensamiento apresurado y distraído, un pensamiento superficial. Es posible pensar profundamente mientras se navega por la Red, como es posible pensar someramente mientras se lee un libro, pero no es éste el tipo de pensamiento que la tecnología promueve y recompensa (…) si el lento progreso de las palabras por la página impresa atempera nuestro afán de inundarnos de estímulos mentales, la Red lo fomenta. Nos devuelve a nuestro estado natural de distracción irreflexiva, nos coloca ante infinidad de distracciones que jamás tentaron a nuestros antepasados”.

Cada vez que encendemos la computadora, nos sumergimos en un ecosistema de tecnologías de la interrupción. Se empieza a leer un artículo cuyo tema interesa, por ejemplo, pero a mitad de camino y por la incitación de un hipervínculo que nos resulta también interesante, derivamos en otro texto de la web al que también comenzamos a leer en otra ventana, a la par que el primero, y que al final nos sugiere a su vez otra lectura de otro vínculo que también nos resulta atrayente y que también abrimos en otra ventana. Mientras que todo eso ocurre, nuestra atención lectora es distraída por la ventana abierta y minimizada de Facebook que nos advierte sobre un mensaje de un amigo, y recibimos en paralelo una alerta de recepción de mail.

Todo esto no es más que un ejemplo sencillo, entre tantos otros posibles, de ese ecosistema de tecnologías de la interrupción que hace de la lectura en Internet algo tan diferente a la de un texto impreso clásico. Esa interrupción permanente se suma a lo que Joseph Nye llama la paradoja de la plenitud, que implica que la plenitud de información que muchas veces se verifica en Internet conlleva, al mismo tiempo, un empobrecimiento de la atención concreta del individuo: es tanta la cantidad de información a la que se accede para un tema particular, que la capacidad individual de procesamiento no logra abarcarla toda. Ni siquiera es posible, muchas veces, separar la paja del trigo en lo que refiere a la calidad de lo que se recibe.

Ecosistema de la interrupción y paradoja de la plenitud no son pues expresiones teóricas. A todos quienes usamos Internet nos ha pasado alguna vez de hundirnos en esa especie de catarata de ventanas de lecturas, abiertas todas a la vez, que terminan por quitarnos la concentración concreta en algo en particular. Terminamos así reflexionando sobre varios temas al mismo tiempo, a medida que vamos saltando de página en página y que se extiende el tiempo total de lectura, pero también muchas veces terminamos con la sensación de que esas reflexiones son más superficiales o menos concentradas que las que normalmente vivimos con la lectura paciente y centrada de un texto impreso de un libro.

Este rasgo de civilización nueva muestra un cambio radical del hombre con relación al tiempo. En efecto, vivimos y trabajamos de forma más apurada, flexible, centrada en lo inmediato, en el corto plazo y en el instante.

En definitiva, el desafío sobre el que hay que tomar conciencia es que estamos aquí ante un cambio de época. No es que leemos menos que antes, ya que por causa de los textos de Internet o de nuestros teléfonos, por ejemplo, es casi seguro que leemos más textos hoy que hace veinte años. Pero la clave está en que estamos dedicando mucho menos tiempo a leer palabras impresas en papel.

Este rasgo de civilización nueva muestra un cambio radical del hombre con relación al tiempo. En efecto, vivimos y trabajamos de forma más apurada, flexible, centrada en lo inmediato, en el corto plazo y en el instante. Y el problema no es tanto constatar este cambio, sino tomar conciencia de que las nuevas generaciones en particular, que son nativas digitales, siempre han evolucionado en este mundo de Internet de esta forma que Carr llama “superficial”. No conocen otro. ¿Acaso en este contexto no se debilitan las disposiciones y capacidades que se precisan para ser ciudadano, es decir, para deliberar, tomarse tiempo de debatir, y analizar problemas colectivos con parsimonia y profundidad?

Internet ha revolucionado nuestra forma de leer. Pero tiene consecuencias más profundas aún y que atañen la convivencia política y ciudadana de nuestras democracias modernas.

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