Una noticia muy importante difundida esta semana no tuvo la repercusión que merecía. Tal vez por el énfasis puesto en el escándalo Ache-Balbi que ganó los titulares, no se dio el debido destaque al reclamo del edil nacionalista Eric Spektor para que la Intendencia de Montevideo retire la declaración de interés a un concierto del británico Roger Waters, a realizarse el viernes 17 en el Estadio Centenario.
El curul advierte que ese músico es “un negador de la última masacre de Hamás hacia el Estado de Israel” y que utiliza su fama para la promoción del antisemitismo.
La verdad es que Spektor no solo no exagera: incluso podría decirse que se queda corto.
Esta semana, distintos medios reprodujeron inquietantes declaraciones del exintegrante de Pink Floyd al periodista Glenn Greenwald.
Allí, Waters tiene el tupé de sugerir que la masacre del 7 de octubre en Israel fue una acción de falsa bandera y que tanto sus autoridades como los medios del mundo entero han mentido acerca de las atrocidades perpetradas por Hamás.
Dice entre otras aberraciones: “¿Cómo demonios no sabían los israelíes que esto iba a ocurrir? ¿No escuchó el ejército israelí esos diez u once campos los estallidos cuando explotaron, lo que sea que tuvieran que volar para cruzar la frontera? Hay algo muy sospechoso en eso”. Por si fuera poco, agrega que “la cosa fue sacada de toda proporción por los israelíes inventando historias sobre decapitación de bebés”. Y la remata echando mano a una delirante teoría conspirativa, sugiriendo que “si fue una operación de falsa bandera o no, o lo que sea que haya sucedido, no sabemos si alguna vez tendremos una historia real. Siempre es muy difícil saber lo que realmente sucedió. Ellos lo llaman su 9/11. ¿Qué demonios pasó en el 9/11 norteamericano? Nadie lo sabe. Claramente, la narrativa oficial tiene enormes agujeros”.
Hay una frase que lo expone en lo más repugnante de su judeofobia. Dice que en Israel “consideran que las personas que profesan la religión judía tienen una serie de derechos completamente diferentes a todos los demás”.
Y sí, tal vez tengan el derecho de que sus civiles no sean torturados, violados, masacrados y quemados vivos por la insania criminal de una horda de fanáticos.
Pero Waters va más allá. Llega al extremo -rayano en el delirio senil- de justificar la acción de Hamás: “¿Estaba justificado que se resistieran a la ocupación? Sí. Están absolutamente obligados legal y moralmente a resistir la ocupación desde 1967”.
No es una opinión descontextualizada o interpretada en forma errónea; es totalmente coherente con el posicionamiento ideológico del artista, quien ya usara el concierto que dio en Montevideo en 2018 para mostrar imágenes violentas y declamar arengas totalitarias (y que por otra parte, fuera invitado por el Pit-Cnt para divulgar sus ideas).
En recientes declaraciones públicas también ha manifestado su apoyo a Vladimir Putin y la execrable invasión rusa a Ucrania.
Son mensajes que sobrepasan largamente el límite entre la libertad de expresión y la promoción del odio.
Para quienes pertenecemos a la generación que admiró la genialidad poética y musical de Pink Floyd, y que aplaudió esa obra maestra que fue “The wall”, no podemos menos que sentir vergüenza ajena ante los dichos de este patético reaccionario, de quien sus propios compañeros de antaño también reniegan. Polly Samson, esposa del exintegrante de Pink Floyd David Gilmour, tuiteó en febrero que Waters es “antisemita, apologista de Putin, mentiroso, ladrón, hipócrita, evasor de impuestos” y otras lindezas.
No es menos vergonzante en el caso de Waters ver cómo se apropia ahora de la simbología oscura de la película “The wall”, resignificándola de forma inversa a su intención original. Aquella banda de rock con cabezas rapadas, chaquetas negras y símbolos ominosos que aludían a la esvástica y la hoz y el martillo, hoy revive en sus shows reivindicando esos disvalores y renegando de las democracias occidentales que la película defendía. La prensa internacional ha informado que en sus shows europeos, exhibió un globo con forma de cerdo marcado con la estrella de David.
Si aún la estúpida inmoralidad de sus declaraciones es respetada y se le habilita a actuar en el país, lo menos que habría que pedir es que no lo haga con una declaración de interés de la Intendencia capitalina, que exonera impuestos en beneficio de un promotor del odio y la judeofobia.
La intendenta Cosse, siempre tan locuaz cuando se trata de criticar al gobierno, debería aclarar las razones de este sorprendente esponsoreo.