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Salarios, realismo y lucha de clases

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La entrevista con el empresario Pedro Otegui publicada el pasado lunes en El País, generó roncha. No porque sus apreciaciones hayan sido desmedidas o desubicadas, ya que abordó con pragmatismo alguno de los puntos más calientes de la actualidad nacional.

Tal vez fue por eso, en un país demasiado acostumbrado a los eufemismos y a las consignas huecas, que causaron el impacto que causaron.

"Todos, tanto el gobierno como los empresarios vemos que el mercado general ha cambiado bastante y lamentablemente para peor. Y como en todos los órdenes de la vida, tener las cosas lo más claras posible y ser realistas es clave", afirmó el empresario lanero y dirigente de la Cámara Mercantil. En ese contexto alertó sobre los problemas de competitividad y lo caro que está Uruguay, preguntándose: "¿Qué pasa si por un problema de costos la lana saliera toda sucia sin procesar, o el arroz sin pasar por los molinos, o la leche sin entrar en las plantas que le agregan valor, o el ganado se vendiera todo en pie? Esa primarización en algunos rubros ya se está viendo y en otros estamos cerca de que ocurra, como los que nombré. Hay luces amarillas que hay que darle el valor que tienen".

No contento con esto, Otegui pone el dedo en la llaga de uno de los grandes problemas del país, al sostener: "No podemos decir que la gente gana mucho en Uruguay. Pero sí veamos cómo está compuesto eso. Para un trabajador que gana 100 y en su bolsillo le quedan 70, la empresa pagó 140. Capaz que por ahí hay cosas que revisar, es un dato de la realidad. Más que pensar en que los aumentos sean moderados o no, hay que pensar en cuánto le cuesta realmente a una empresa tener un trabajador".

Es ahí que está uno de los ejes centrales del problema de competitividad del país. En esa simple frase se muestra una realidad implacable que padece el mercado laboral nacional, que mientras los sueldos que recibe la gente son en general bajos, el costo que implica a un empresario cada trabajador es prácticamente el doble de lo que este recibe por su tarea en la mano. El resto va a impuestos y cargas sociales. Esta ecuación no es habitualmente mencionada por políticos, sindicalistas, ni opinólogos, que suelen endilgar los magros salarios en el país al egoísmo de los empresarios.

Con un agravante. Si esas cargas sociales fueran para dar una jubilación digna, o un sistema de salud o de educación pública completo a los trabajadores, la cosa tal vez no sería tan grave. Pero ya sabemos que no es el caso. Este sobre- costo que tiene la mano de obra termina perjudicando a todos. Encarece de forma notoria a la producción nacional, desestimula la llegada de nuevas inversiones, y hace que el mercado de trabajo local sea menos competitivo y muy pesado para las empresas.

Esto es un hecho de la realidad, sin ninguna apreciación política. Cosa que sí hicieron algunos opinólogos y dirigentes sindicales, que salieron con fuerza a criticar a los empresarios o a decir que se estaba reclamando una rebaja de aportes patronales, cosa que no surge para nada de la entrevista.

A tal punto que el dirigente del Pit-Cnt, Fernando Pereira dijo que por más que haya cambiado el clima económico internacional, los salarios deben seguir subiendo, que el Estado debe invertir en obra pública para potenciar la economía y al mercado interno, y que esto se debe financiar con más impuestos a los sueldos altos y a la ganancia exorbitante de los empresarios.

Se trata de una muestra de demagogia flagrante. Pereira bien sabe que los sueldos superiores a 250 mil pesos que él quiere afectar con más impuestos son lamentablemente muy pocos en el país, y que si con eso se fuera a financiar inversión pública, no daría ni para una fuente. Y que la rentabilidad de las empresas uruguayas, incluso en épocas de bonanza como las que hemos pasado, suele ser magra al extremo.

Todo se reduce a un tema ideológico. Hay gente que sigue afirmando que la riqueza es un suma cero, y que si hay muchos que ganan poco, es porque necesariamente hay unos pocos que ganan demasiado. Se trata de una receta que suena muy linda, pero que está errada, como ha quedado en claro en cada gobierno en la historia que intentó reorganizar la sociedad en base a la misma.

Las preguntas que deberíamos hacernos son: si el trabajador recibe apenas la mitad de lo que el empleador paga por su tarea, si las jubilaciones son bajas, y la salud y educación públicas son de mala calidad, ¿adónde va todo ese dinero? ¿Se maneja de manera eficiente y prudente? ¿Se puede ser competitivos a nivel global con esta escala de costos? La respuesta es preocupante.

Editorial

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