¿Quién paga las banderitas?

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La entrevista de Pettinatti al presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, fue relevante por más de un motivo.

Haciendo gala de un rigor del que suelen carecer muchos periodistas de los medios masivos, el comunicador puso contra las cuerdas a Pereira respecto a la adhesión del FA a una marcha “por Palestina libre”.

Le preguntó y repreguntó una y otra vez quiénes integraban el inefable “departamento de internacionales” del FA que, según Pereira, “estudió durante dos años” el conflicto del Medio Oriente y concluyó que lo de Gaza es “un genocidio”. Todas las veces, Pereira se negó a dar los nombres, pero a la hora de refutar que el FA tenga un comportamiento antisemita, sí se ofreció a nombrar a los judíos que participaron en los gobiernos de izquierda. Esta obstinación secretista nos recuerda a la del hoy secretario de Presidencia Alejandro Sánchez, quien tradicionalmente se ha negado a identificar a los integrantes de la dirigencia del MLN Tupamaros, vaya a saber por qué razón.

Además, Pereira justificó su rechazo al antisemitismo en que “soy hincha de un cuadro del que también lo son muchos judíos” (sic).

Si hubiera dicho “no soy homofóbico porque tengo amigos homosexuales”, el colectivo LGTBQ lo estaría repudiando, pero como se refiere a una colectividad escrachada por la izquierda, parece que no pasa nada.

Una de las preguntas no respondidas por el presidente del Frente Amplio fue la de quién financia la enorme cantidad de banderas palestinas que salen a la calle en estas manifestaciones. Puede que no sea su partido político, de acuerdo, pero entonces, ¿quién es? ¿Serán los mismos que difunden por las redes noticias falsas generadas por Hamás, respecto a la cantidad de víctimas civiles de la guerra, la supuesta negativa de Israel de distribuir alimentos y hasta el trato recibido por los simpáticos “turistas” que se embarcaron en el Mediterráneo, para celebrar tocando la guitarra a una de las organizaciones terroristas más criminales del planeta?

¿Serán los que han fogoneado y siguen fogoneando a distintas organizaciones de la sociedad civil para que denuncien un genocidio que no es tal, sino la guerra que un estado democrático emprende contra una banda criminal -ésta sí genocida- que se escuda en escuelas y hospitales?

Es curioso ver a artistas y profesionales de distintas disciplinas protestando orgánicamente contra el estado de Israel, cuando no lo hicieron en respuesta al pogromo del 7 de octubre de 2023.

Y tampoco lo han hecho, nunca, contra las matanzas sistemáticas e indiscriminadas contra poblaciones judías, cristianas e incluso musulmanas, por parte de organizaciones genocidas como ISIS, Al Qaeda, Talibanes, Boko Haram y Al-Shabab, en países tan diversos como Afganistán, Irak, Pakistán, Siria, Nigeria, Sudán, Burkina Faso, Eritrea y Etiopía. Son cientos de miles de víctimas civiles, violadas y masacradas, de las que nadie habla y a nadie espanta.

Los ejecutores son terroristas islamistas que hacen una lectura literal de sus textos sagrados y aspiran a eliminar a quienes profesan religiones distintas a la propia.

Quienes atacan a Israel y callan sobre estas lacras, ¿acaso no son antisemitas?

Si no se declaran como tales, al menos deberían entender que fomentan la judeofobia, con lo que no solo afrentan de una manera oprobiosa a una colectividad pacífica y democrática, armónicamente integrada a nuestra nación, sino que hacen el juego a los enemigos de Occidente.

Ejercen una saludable libertad de expresión, pero en apoyo a quienes la avasallan.

A quienes -en caso de que un día lograran atravesar la trinchera que representa Israel en defensa del mundo libre- no dudarían en escarnecer y exterminar a los mismos que desde aquí los defienden.

Dicen que no son antisemitas, pero publican completa basura en las redes sociales que son aplaudidas por gente anónima que escribe cosas como “qué lástima que el pintor austríaco no terminó de hacer su trabajo” (sic).

La guerra en Medio Oriente ha sido dolorosa. Nadie es quién para respaldar la estrategia bélica del gobierno israelí, sobre la que es difícil recibir información realmente objetiva, pero que sin lugar a dudas ha sido terriblemente cruenta.

Lo único que habría que pedirle al Frente Amplio y a sus organizaciones amigas de la sociedad civil, es que no se dejen utilizar por quienes, perdiendo en el campo de batalla, invierten cuantiosas sumas de dinero para ganar en el de la opinión pública.

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