Peña, académicos e intelectuales

Estuvo en Montevideo a inicios de noviembre, invitado por la Universidad Católica, uno de los intelectuales más influyentes del cono sur, columnista político del diario El Mercurio y principal analista de Chile, Carlos Peña. En un reportaje del semanario Voces dejó algunas reflexiones muy importantes sobre la política, la cultura y la evolución de nuestras democracias en estos tiempos tan críticos en los que se consolidan liderazgos que muchos tildan de populismos de derecha, y en los que la izquierda ha cedido a las tentaciones del totalitarismo llamado “woke” proveniente de Estados Unidos.

En este contexto general, Peña, que es rector de la prestigiosa universidad Diego Portales en Chile, reflexionó sobre un tema muy importante: el papel de la universidad en el debate público. En particular aportó una distinción relevante entre lo que son los académicos por un lado y los intelectuales por el otro. Explicó que en la universidad de hoy día en vez de intelectuales hay académicos, es decir, señores que tienen puestos en la universidad, que han alcanzado un certificado, y que se dedican “a escribir papers que nadie lee, desde luego” muchas veces en inglés. Muy diáfanamente agregó que “ni ellos, siquiera”, leen esos escritos.

Peña fue más profundo en su diagnóstico y su crítica: “estamos llegando a una cosa meramente performativa, donde la universidad se justifica por lo que es capaz de producir, pero donde el producto no es un discurso racional, bien dicho e influyente, sino una cierta cantidad de papers, de artículos indexados. Es uno de los grandes problemas de las universidades. El intelectual como figura ha desaparecido de la universidad. Y es bueno que nos acostumbremos a distinguir entre intelectuales y académicos”. Así las cosas, le resulta relevante en nuestra circunstancia política actual revalidar la figura del intelectual como un sujeto erudito y a la altura de la cultura de su tiempo, “entreverado en el debate público”.

Ese diagnóstico que obviamente se aplica a varios países del continente y de Occidente en general, ¿acaso cabe para la realidad Uruguay? Hay una parte que evidentemente sí. En particular para todo lo que hace a las ciencias sociales, por ejemplo, la mucha o poca producción que se esté llevando adelante por parte de círculos universitarios del país es una literatura completamente alejada de los debates ciudadanos. Le asiste razón a la sentencia de Peña aquí, en el sentido de que seguramente hay académicos que escriben “papers” con temáticas más o menos sociológicas o politológicas que, en verdad, son de circulación críptica y que “nadie lee”, es decir, cuyos impactos son realmente nulos.

Esa torre de Babel siglo XXI y totalmente periférica resulta además un costo enorme para la sociedad uruguaya. En efecto, como la inmensa mayoría de esos académicos son financiados con los impuestos de todos, resulta que en definitiva el país entero está pagando una especie de berretín intelectualoide de clases medias cuyos resultados son tan relevantes como las discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles. Y, por si fuera poco, los dedicados a esos berretines se quejan recurrentemente de que habría que dedicarles más presupuestos para sus actividades que “nadie lee”.

Pero así planteado el problema, que no es poca cosa, no termina de ser bien narrado. Porque al extendido berretín académico se suma en algunos casos esa figura del intelectual que bien describe Peña y que, en Uruguay y de forma permanente, presenta un sesgo radicalmente izquierdista. En efecto, los académicos que en general se entreveran en el debate público por lo general no solamente son financiados por los impuestos de la sociedad en sus berretines, sino que además hacen un estruendoso lobby en favor de cualquier postura favorable al Frente Amplio. El ejemplo más claro está en todos los archivos: no hay más que fijarse qué dijeron todos ellos en el balotaje de 2019 o en el de 2024, para darse cuenta del nivel de alineamiento de comité de base que presentan sus afirmaciones pseudo-científicas.

Es un golpe de aire fresco lo que dejó Peña. Primero, porque es tiempo de replantearse para qué quiere Uruguay seguir financiando berretines universitarios totalmente inútiles. Segundo, porque Peña recordó con razón que una democracia precisa calidad en el debate público, y para eso es necesario buenos argumentos y racionalidad. Y tercero, porque importa asumir el enorme sesgo pro-izquierdista de nuestros intelectuales.

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