De lo sucedido hacen hoy ciento cuarenta y cuatro años, para lo meramente episódico, la síntesis de Rodolfo Sienra Ferber en el capítulo sobre "la muerte del héroe" de sus "Páginas Blancas", es suficiente para convocar el conmovedor recuerdo. Al cumplirse en la madrugada de aquél 2 de enero de 1865 treinta y un días de duro y desproporcionado batallar, las armas orientales iban silenciando el fragor de su coraje. Leandro Gómez esperaba la respuesta a su nota de parlamento a los jefes sitiadores solicitando una tregua de seis horas para atender a los heridos y enterrar los muertos. Todo era polvo, sangre y desolación. El emisario, Coronel Ataliva Silva volvió con la contestación negativa firmada por Venancio Flores, jefe del ejército revolucionario, el Vicealmirante Barón de Tamandaré y el Mariscal de Campo, Mena Barreto. Se intimaba al mismo tiempo la rendición incondicional de la guarnición oriental en calidad de prisioneros de guerra. Un comandante de las fuerzas brasileñas que logró introducirse en el recinto sitiado, exhortó a Leandro Gómez a entregarse prisionero, garantizando su vida y la de los oficiales que le acompañaban. El General decidió entregarse, pidiendo garantías sólo para sus compañeros y se declaró prisionero sujeto a las leyes de la guerra.
Cuando los sitiados se dirigían hacia tiendas brasileñas, se cruzó el Comandante Belén, del ejército florista, reclamando la entrega de los prisioneros. Tras un áspero intercambio de palabras se le pidió a Leandro Gómez que expresara su voluntad, y este, derrochando grandeza, contestó que prefería ser prisionero de sus conciudadanos antes que de extranjeros. Así, firmó su sentencia de muerte. "Decretado el penoso fallo", concluye nuestra fuente que "el prisionero es llevado al huerto y colocado contra la pared de la casa frente a un pelotón de fusilamiento cuya descarga pone fin a la vida del héroe, al tiempo que el lúgubre tañido del campanario de la Iglesia de Paysandú, lanzaba al viento su trágico eco anunciando al cielo el arribo del alma de un valiente".
Pero el episodio en sí mismo, en tanto que anécdota, si bien conmueve no refleja lo fundamental. Lo importante es el contenido que surge del contexto en que se consumó, que es el que realmente le da su significado. En ese plano superior, fuera de la dicotomía de la época entre blancos y colorados, lo ubica Lincoln Maiztegui en su Tomo I de "Orientales". Allí se expone una visión cabal y completa de lo que el autor considera una epopeya nacional, como lo fue la resistencia numantina que condujo inexorablemente al martirologio de quienes dieron su vida defendiendo la soberanía nacional -agredida por invasores extranjeros- y de la legalidad democrática, arrasada por revolucionarios criollos. La causa de Leandro Gómez tiene así dimensión nacional con resonancias de universalidad.
Ello, dice Maiztegui "no puede hacer olvidar que los defensores eran blancos, defendían a un gobierno blanco, y que los sitiadores que se sublevaron contra ese gobierno y trajeron en su apoyo un ejército extranjero, enarbolaban la bandera del Partido Colorado". Coincidiendo plenamente con el autor citado, entendemos que los blancos salieron extraordinariamente fortalecidos de esta terrible prueba, en la que defendiendo la legalidad, defendieron la nación, cediendo únicamente a la razón de la fuerza. Quizá también sea injusto hacer caer la responsabilidad de este drama en el Partido Colorado, porque la responsabilidad de la masacre, inscripta en el entorno de un conflicto internacionalizado, carga sobre las espaldas de Venancio Flores que comprometió su sitial histórico sumiendo al país en una guerra civil tan sangrienta como innecesaria.
Queda finalmente para la reflexión la inquietud de si cuando se discute qué día del calendario debería conmemorarse la Independencia Nacional, el 2 de enero debería ser tenido en cuenta y con prioridad, porque nadie, como aquél puñado de mártires, hizo tanto para defenderla.
La defensa de Paysandú, bajo la consigna de "Independencia o Muerte", en su perspectiva temporal, debe marcar una fecha patria.
Sería, sin lugar a dudas de estricta justicia darle la jerarquía que le corresponde a lo cual, reiteramos, los blancos ofrendaron con orgullo al país y a todos los uruguayos, y que es objeto de admiración y respeto sin distinción de partidos políticos.