Nuestro tiempo y todos los tiempos

OBVIAMENTE, la decisión unilateral de Estados Unidos de invadir Irak se vuelve un argumento irrebatible que pueden utilizar los países situados en el llamado "eje del mal", en particular Irán y Corea del Norte, para desarrollar armas nucleares capaces de disuadir a Washington de atacarlos.

Aparte de las grandes potencias emergentes de la II Guerra Mundial (Estados Unidos, URSS, China, Gran Bretaña y Francia) otros países se incorporaron a la carrera nuclear por una razón u otra pero, siempre, invocando sus derechos soberanos. Es que ninguna comunidad en peligro de desaparecer o en circunstancias críticas, deja de acudir a no importa qué medio con tal de evitar su extinción.

El instinto de conservación de toda especie viviente trata de prevalecer sobre cualquier fuerza que se le oponga. Siempre ha sido así, desde que se inventaron las armas arrojadizas hasta que el hombre usó la pólvora para impulsar proyectiles o para provocar explosiones. Ahora, con los avances científicos y tecnológicos, la humanidad dispone de arsenales nucleares y no ha de vacilar en utilizarlos, si se dan las circunstancias indicadas. Estados Unidos es la única potencia que los hizo detonar sobre ciudades enemigas —demostrando que son terroríficos— pero también, en compensación, ha sido el único país que ha poseído el monopolio de la bomba atómica durante cinco años (1945-50) y, sin embargo —este ha sido, quizá, el mayor mérito de toda su historia— no hizo uso de esa infernal superioridad para imponerse al resto del mundo o para actuar preventiva o represivamente.

PERO la puerta había quedado abierta. Tanto Japón como Alemania estaban por llegar al dominio nuclear. Felizmente, no lo lograron a tiempo. El III Reich sucumbió el 8 de mayo de 1945 y el Imperio del Sol Naciente se rindió después de la atomización de Hiroshima y Nagasaki.

Como se señaló, comenzó la carrera nuclear entre las potencias vencedoras. La URSS quebró el monopolio norteamericano en 1950, gracias a investigaciones propias y al decisivo aporte de sus espías atómicos y de los científicos alemanes capturados. Luego, Francia y, posteriormente, Gran Bretaña y China pasaron a integrar el exclusivo Club Atómico. Se quiso cerrar su puerta de acceso prohibiendo los ensayos nucleares y creando el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Pero fue inútil. Israel creó su propio arsenal e India y Pakistán también. Y ninguno de ellos suscribió el Tratado de No Proliferación. Menos aun lo hizo Nordcorea —que ya poseería algunas armas atómicas y misiles para lanzarlas— ni Irán, que brega por tenerlas.

La experiencia histórica señala que ningún progreso en la tecnología militar puede ser cancelado ni impedida su propagación. Esa es la lección de los hechos y a ellos debemos atenernos. Día llegará en que fabricar un arma nuclear —ni hablar de las bacteriológicas o químicas— sea tan fácil y barato como para que esté al alcance del país que se lo proponga o en la mira de mafiosos, de corporaciones o de otros grupos extorsivos o subversivos.

De todos modos, un conflicto nuclear generalizado es impensable. Ninguna nación querrá suicidarse. Continuará vigente, pues, la paz del miedo que caracterizó a la Guerra Fría. Pero, desafortunadamente, esta paz tiene sus fisuras. Por una de ellas penetran los movimientos guerrilleros, sobre todo los que no se localizan en una determinada sede territorial. Por otra, se infiltran las organizaciones terroristas, volátiles, difusas, invisibles, que golpean y desaparecen en medio de una sociedad que frecuentemente los cobija. Este es el drama de nuestro tiempo. Y no hay salida a la vista, salvo el cansancio de la parte más débil (¿cuál es?) o la toma del poder por parte de los insurgentes (que puede impulsar al vencido a adoptar la misma táctica de golpear desde las sombras) o a un cambio generacional que haga que los naipes vuelvan al mazo.

NO hay que descartar que nuestra percepción de la realidad actual sea defectuosa. Casi con seguridad está demasiado influida por quienes la protagonizan, por los poderosos intereses en que son afectados y por los medios de comunicación que se ocupan de los conflictos existentes. Citemos sólo dos casos: en el presente año se han producido en Colombia tantas o más muertes que en Irak; el genocidio que tuvo y tiene lugar en Sudán es infinitamente más costoso en vidas que las que se pierden en los países mencionados y en el Cercano Oriente.

¿Quién tiene en cuenta, con igual intensidad, toda la realidad mundial y el sufrimiento de todos los pueblos del planeta?

No nos engañemos: el problema de nuestro tiempo no es nuevo y no radica sólo en el Cercano y Medio Oriente. Tampoco es exclusivo de la amenazante Nordcorea sino que se da en todos y cada uno de los rincones del planeta en virtud de que es la propia naturaleza humana la que está en juego. Su indeleble primitivismo es la raíz de todos los males que padecemos, si es que nos juzgamos a través de una conciencia ética demasiado reciente. Fuimos cazadores y cazados durante centenares de miles de años. Para poder sobrevivir, actuamos como animales miedosos, violentos y hostiles hacia quien era distinto a nosotros. Apenas hace 2.500 años que nació Sócrates y menos de 2.000 que predicó Jesús.

DIECISIETE siglos más tarde Hobbes sostenía que "el hombre es lobo para el hombre"; poco después, Rousseau creía que el hombre primitivo era "el buen salvaje". ¿Hemos cambiado algo? Los hechos actuales no parecen indicarlo.

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