Con el correr de las semanas se va desarrollando la campaña y hay un tema muy relevante que no está siendo lo suficientemente tenido en cuenta por los análisis políticos como es el de la mayoría parlamentaria. Naturalmente, hay un motivo para ese silencio: responde a los intereses de la inmensa mayoría de la politología nacional que, volcada a la izquierda, sabe que se trata de un fuerte argumento contrario al eventual triunfo frenteamplista.
Desde que se instaló el balotaje en Uruguay la fórmula que se alzó con el triunfo fue la que logró mostrar a la ciudadanía que contaba con una mayoría parlamentaria capaz de llevar adelante su programa de gobierno. Esa mayoría podía ser propia, como en el caso de las elecciones de 2009 y 2014 con los resultados en Diputados de 50 escaños para el Frente Amplio (FA). O podía ser generada a partir de acuerdos multipartidarios, como fue el caso de Batlle en 1999 y de Lacalle Pou en 2019. En cualquier caso, sea cual fuere la manera en la que se alcanzaba ese compromiso de gobierno cada vez, ganaron quienes pudieron presentar una llave de gobernabilidad para el país.
Por la lógica política del FA esa mayoría parlamentaria solo es posible si la ciudadanía define que la izquierda obtenga en las elecciones de octubre al menos 50 diputados y 15 senadores (con el voto 16 en el Senado en manos del vicepresidente y resuelto en noviembre). Cuando eso no ocurrió, como en 1999 o en 2019, el FA no supo generar acuerdos partidarios que garantizaran esa mayoría. Hoy, con la actitud de Orsi de señalar que Cabildo Abierto, Partido Colorado, Partido Nacional y Partido Independiente son todos integrantes de una misma coalición y por tanto todos adversarios del FA, el camino de la izquierda está trazado: o alcanza una mayoría propia en primera vuelta, o no logrará ir al balotaje con una carta de gobernabilidad bajo el brazo.
Todo esto es bien sabido por la izquierda y por sus analistas afines. El asunto es que hasta hace algunas semanas una parte del FA parecía estar expectante en llegar a esa mayoría absoluta en octubre, en función de los distintos escenarios que marcaban las encuestas: la posibilidad estaba cerquita. Era cuestión de mantener una especie de envión creciente para alcanzarla.
Pero lo que terminó pasando con los resultados de las últimas encuestas ha sido todo lo contrario: definida la fórmula presidencial del FA, vistos sus enormes problemas internos para definir qué rumbo económico querrá llevar adelante -al punto de que Orsi no logró fijar a Oddone como futuro eventual ministro de economía-, y habiendo ya todos los partidos desplegado sus campañas, la izquierda no solo no se acercó en esas encuestas a la cifra de un 48% de intención de voto, que haría esperable esa mayoría absoluta parlamentaria, sino que se alejó hacia guarismos más cercanos al 42%-44% del total de simpatías.
Con los resultados del balotaje de 2019 o con los del referéndum de marzo de 2022, hace años que se sabe que los bloques están muy parejos. Sin embargo, lo cierto es que hoy en día las encuestas están dando más chance de alcanzar la mayoría parlamentaria a la Coalición Republicana que al FA. Es por este motivo que los resultados de compulsas que hoy se plantean como posibles balotajes entre Orsi y Delgado, y que dan invariablemente ganando a Orsi, son en verdad completamente hipotéticos: ocurrió algo similar en 1999, por ejemplo, cuando antes de las elecciones generales la gente parecía inclinarse sobre todo por Vázquez en vez de Batlle en un futuro balotaje, y resultó que luego del acuerdo entre blancos y colorados de noviembre de ese año el triunfo de Batlle terminó siendo contundente.
La mayoría parlamentaria es un fuerte argumento para una ciudadanía politizada como la nuestra. Y como es clave en el cálculo de definiciones que los uruguayos hacen cuando se ponen en situación de resolver qué candidato presidencial terminan eligiendo en el balotaje, es que importa mucho prestar atención a cómo ella va tomando forma a partir de las encuestas que se van conociendo.
La barra de los politólogos compañeros no dice nada sobre estos asuntos, sino que más bien pone atención a la fuga que existe entre bloques cuando llega el momento de votar en el balotaje: insiste en que no todo el que vota en primera vuelta a los partidos de la Coalición Republicana vota luego al candidato de esa coalición en noviembre. Y eso es verdad. Pero es tan verdad eso, como que siempre el que ganó el balotaje contó con mayoría parlamentaria para gobernar.