El clima económico para las empresas en Uruguay, no es el mejor. Por un lado, las rigideces regulatorias y un mercado muy chico, hacen que la mayoría de las compañías tengan márgenes de ganancia muy escasos, y sensibles a cualquier cambio de viento. Por otro, la prepotencia sindical, potenciada ante la llegada de un gobierno al que se ve como “amigo”, presiona todavía más sobre el ambiente de inversión.
En las últimas semanas, hay señales alarmantes de las consecuencias que tiene todo esto. Casos como el de una metalúrgica que cierra, de las últimas que quedan en el país, en buena medida gracias a la intransigencia sindical, deberían generar alerta. O la quiebra de una tradicional panificadora, con casi una decena de sucursales, que tuvo un enfrentamiento severo con algo llamado la “Mesa del Pan”, y que ahora aspira a la “autogestión” con fondos públicos, como si ya no supiéramos cómo termina eso.
A esto hay que sumar el absurdo conflicto en la pesca, que tiene a la flota local paralizada hace un mes, en plena zafra, y por un reclamo caprichoso del gremio, que ni siquiera respeta el convenio colectivo, firmado hasta el año 2027. Un conflicto que puede ser el clavo final en el cajón de una industria que tiene el potencial de generar enorme riqueza para el país, pero que la miopía y fanatismo de un gremio ensoberbecido, amenaza exterminar.
Frente a este panorama, una delegación del Pit-Cnt se reunió con el presidente Orsi. Cualquier analista con algo de información de la situación real del país, imaginaría que el encuentro serviría para transparentar algunos problemas, y buscar soluciones de fondo, a un clima económico más que tenso.
Por el contrario, lo que las crónicas de la prensa han dejado en claro es que la cúpula sindical fue a reclamar al gobierno pautas claras para la próxima ronda de negociación salarial. Pautas que, conociendo a los implicados, seguramente aspiren a aumentos que en la mayoría de los casos, las empresas no pueden conceder, sin que eso implique una caída en la cantidad de trabajadores empleados.
Esto es muy simple. Las empresas no son entidades benéficas. Para cumplir su rol en la sociedad, esencial para la prosperidad general, requieren tener ganancias. Si no, nadie invierte su dinero en el país. Y cuando los aumentos salariales presionan sobre los balances, la medida de ajuste es reducir la cantidad de sueldos a pagar. Algo que en Uruguay es todavía más evidente, ya que las cargas sociales hacen que cada trabajador empleado cueste una fortuna.
Pero como si el planteo no fuera suficientemente preocupante, la dirigencia sindical llevó otra idea brillante a Torre Ejecutiva. Fijar un impuesto a lo que denominan “súper ricos”, para que ese dinero se pueda usar para terminar con la pobreza infantil. Lo verdaderamente infantil aquí es el planteo, si no fuera porque tiene el potencial de ser trágico.
Primero, en Uruguay no hay “súper ricos”, como en otros países. Hay una par de decenas de personas que tienen algo de dinero, y ya pagan bastantes impuestos, como “castigo” por haber sido exitosos.
Segundo, nada de lo que se pueda sacar a esas personas, terminará con la pobreza infantil. El Estado uruguayo maneja un presupuesto anual de 25 mil millones de dólares, el doble de lo que era en 2010. Y sin embargo, la pobreza infantil sigue en niveles escandalosos. Creer que eso es un problema que se arregla con gasto del Estado es no entender nada de economía ni de sociedad. O, que en el fondo, simplemente hay un tema de lucha de poder, envidia, o ambas.
Por último, es absurdo creer que Uruguay puede decidir imponer condiciones a ese puñado de gente que realmente tiene dinero, y que por algún motivo entra dentro de los datos del país. Vivimos en un mundo globalizado, donde los países literalmente se matan por atraer capitales. Alcanza recordar lo que sucedió a países un poco más influyentes que el nuestro, como Francia o Argentina, cuando se quisieron poner “picantes” con el dinero de los “súper ricos”. Estos simplemente se llevaron su capital a otros lugares, y esos países en vez de recaudar más, tuvieron mucho menos ingresos.
En estos momentos de máxima tensión mundial, y donde Uruguay se encuentra atravesando un clima empresarial y económico tan delicado, hay que tener particular cuidado con estas voces de sirena, sectarias y resentidas. Cuyo único fin es apelar a sentimentalismo, rencores y recetas fallidas, con el propósito de justificar su rol, y evitar dar la cara por las consecuencias de sus actos.
El país no está para experimentos locos, ni para soberbia sindical.