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En esta misma columna, el viernes pasado, nos indignábamos por una declaración de Mujica contenida en el documental “El Pepe, una vida suprema” de Emir Kusturica.
Fue cuando el ex presidente llevó al cineasta a Pando y le hizo un relato edulcorado de la sanguinaria toma de esa localidad por parte de los tupamaros, el 8 de octubre de 1969.
Mujica dice en el documental, muy suelto de cuerpo, que “la acción terminó para unos tomando cerveza y los otros presos, con algún herido que se curó". Omite olímpicamente que hubo cinco víctimas fatales: tres guerrilleros casi adolescentes, un policía y un ciudadano que esperaba el ómnibus.
Esta semana, esa omisión fue recordada por el ex dirigente tupamaro Jorge Zabalza, hermano de Ricardo, uno de los muertos en aquella contienda, que contaba apenas con 18 años.
Entrevistado en el programa “Tarde o temprano” de canal 12, el veterano ex guerrillero coincidió paradójicamente con el editorial de El País y se preguntó por qué Mujica “recuerda que tomó una cerveza y no recuerda las muertes”. “Me genera una gran bronca, una indignación muy grande”, agregó.
Viniendo de quien venía, hubiéramos creído que la rectificación traería aparejada una autocrítica de aquella acción deleznable. Pero no, lo que Zabalza reprocha a Mujica no es el mesianismo criminal y suicida de alzarse contra un gobierno constitucional, desoyendo un consejo que el propio Che Guevara había dado en su visita a Montevideo en 1961: cuidar la democracia uruguaya de entonces, donde todos eran libres de expresar sus ideas (estos iluminados no le hicieron caso. Emprendieron una “revolución imposible”, al decir de Alfonso Lessa, que hirió de muerte a las instituciones y sirvió de justificación perfecta para la escalada militar que allanó el camino de la nefasta dictadura).
Lejos de admitir todo esto, medio siglo después de aquellos hechos luctuosos, Zabalza insiste en que prefiere al Mujica que en esos tiempos se escapó por la ventana del baño de la casa de su madre, de la Policía que lo había ido a buscar. Porque el de ahora “no es el mismo Mujica”. “El Mujica aquél era el que gustaba de andar con la 45 al cinto, eran tiempos en que hablábamos de revoluciones, nos mirábamos y cada uno se reconocía a sí mismo en el otro. 51 años después eso no es así, él ahora le enseña a los pobres a plantar flores para que después le vendan a los ricos. Se autodefine como un administrador del capitalismo. Él podría haber gobernado en este país como presidente a lo Salvador Allende, pero eligió hacerlo a lo Batlle, como José Batlle y Ordóñez, como Luis Batlle, amortiguando, gobernando sin afectar la riqueza que tiene acumulada el 1%, permitiendo a los capitales extranjeros apoderarse de la tierra. Juega un papel que para mí, como para muchos compañeros, es un emblema de claudicación”.
Así fue: mataron y murieron por una utopía socialista impracticable y, cuando llegaron al poder por las urnas, la traicionaron (menos mal).
Héctor Amodio Pérez, un tupamaro renegado que fue acusado por los otros de traidor, también se refirió a la toma de Pando, en su reciente visita a Uruguay, algo extendida por una vendetta judicial de sus viejos compañeros de armas. Para sorpresa de todos, en lugar de mostrarse arrepentido por aquella violencia absurda, lo que cuestionó fue la estrategia militar utilizada (ingresar a Pando con un cortejo fúnebre) y dijo que si le hubieran hecho caso a él, el operativo hubiera sido exitoso.
Recordamos que en ese entonces, Zabalza apareció en las redes sociales empuñando una pistola de agua, que le regalaron “para enfrentar a Amodio”.
En la película de Kusturica, además de Mujica y sus mentiras, aparecen Rosencof elogiando los robos de bancos y Fernández Huidobro enorgulleciéndose de que la dictadura los calificó como “rehenes”. Nos hacen acordar a esos veteranos que fueron alguna vez compañeros de liceo, y se reencuentran comiendo un asado, en el que se dedican a evocar risueñamente sus locuras juveniles: “¿te acordás cuando nos hicimos la rabona? ¿Y cuando rompimos aquel vidrio?”
Se vanaglorian de aquellas andanzas como si hubieran sido travesuras, olvidando los crímenes, las injusticias y la pérdida de libertad que generaron con ellas.
“Éramos jóvenes que queríamos cambiar el mundo”, dice dos por tres Mujica, demostrando que nada aprendió. Que no entendió nada y nunca lo entenderá.
Lo peor es que siempre aparece algún Kusturica dispuesto a perpetuar la manipulación y la mentira.