Primero fue una bomba de humo que se activó en el interior de la sede de OSE, con el fin de impedir que se abrieran los sobres para la licita- ción del proyecto Aratirí. El dirigente sindical que armó ese tremendo lío, primero dijo que él no había sido, luego debió reconocerlo porque así lo delató una cámara de seguridad, y ahora ha sido formalizado por el delito de “atentado especialmente agravado”.
Luego tocó el turno a otro gremio, el de trabajadores de la industria de la carne, que detonaron una bomba de estruendo frente a la Torre Ejecutiva, provocando la rotura de un vidrio en las oficinas de OPP. Por suerte en este caso, un dirigente pidió disculpas y admitió el error, diciendo que fue “sin mala intención”. Pero la enmienda fue algo peor que el soneto, porque el sindicalista en cuestión declaró a El País que hace tiempo que piden a los trabajadores afiliados no utilizar bombas de estruendo y, en cambio, optar por las de humo “que dan color y alegría pero no joroban a los animales y tampoco perjudican a personas con autismo” (sic). Para colmo, afirmó que de haber detonado en otro lugar, la bomba “hubiera jorobado una casa de un laburante”, como si el hecho de que haya ocurrido en la oficina de muchos laburantes fuera una pavada.
Pero más allá del anecdotario, está claro que estas acciones han sido aisladas y no debe caerse en un victimismo alarmista, porque muy lejos está el ánimo ciudadano de revivir fenómenos violentistas del pasado.
Lo que nos interesa en esta columna no es agitar esos dos pequeños atentados como amenazas, sino por el contrario analizarlos como lo que realmente son: metáforas muy precisas del talante opositor político-sindical, que a nivel discursivo no para de tirar bombas de humo y de estruendo contra un gobierno que día a día demuestra su singularidad positiva en el contexto regional.
La primera bomba fue literalmente de estruendo: a escasos días del primero de marzo de 2020, convocaron a un caceroleo contra el gobierno, como si este hubiera sido culpable de la pandemia.
Después vinieron otras bombas: la canallada de “las muertes evitables”, el intento de adoctrinamiento a los médicos para que hicieran videos selfies alarmistas y mentirosos, el torrente desbordante de falsedades con que combatieron la LUC: privatización de la enseñanza, quiebra de Antel, desalojos exprés, gatillo fácil. Literalmente, todo humo.
Y ahora nomás, explotan las declaraciones casi diarias de una intendenta de Montevideo que no asume sus responsabilidades básicas pero repite el sonsonete de la falta de rumbo, como si nadie a su alrededor fuera capaz de libretarle otro verso.
La última perla de ese collar fue su intento de menoscabar el éxito rotundo de Antel, que hizo saltar al país del puesto 56 al cuarto en el mundo entero por velocidad de internet.
La réplica que le hizo el presidente del ente, Gabriel Gurméndez, es una de las paradas de carro más ingeniosas y contundentes de que se tenga memoria en los últimos años.
Las dos bombas son el símbolo preciso de ese fogoneo constante, esa inclaudicable guerrilla de sofismas con que los sindicalistas y su brazo político del FA golpean sin tregua ni razón.
Mal o bien, las dos bombas son el símbolo preciso de ese fogoneo constante, esa inclaudicable guerrilla de sofismas con que los sindicalistas y su brazo político del FA golpean sin tregua ni razón.
La más reciente es el proyecto plebiscitario del Pit-Cnt, que produjo un tremendo -y por momentos hilarante- cortocircuito entre los mismos opositores políticos y gremiales.
Si hasta ahora ha sido pirotecnia de humo y de estruendo, en este caso bien puede simbolizársela como una bomba de racimo, de esas que están prohibidas en un centenar de países porque multiplican su efecto destructor. ¡Vaya si se trata de una bomba de racimo, la de esta iniciativa plebiscitaria, que promueve la confiscación típicamente kirchnerista de los ahorros individuales de los trabajadores! De aprobarse, provocaría consecuencias devastadoras en hilera, no solo sobre el sistema previsional sino también en la inversión, el salario y el empleo. Y quien tenga alguna duda, que mire nomás acá enfrente.
A la declaración de AEBU contra el delirante proyecto se sumó ayer mismo un comentario nada menos que de Esteban Valenti en la tertulia radial de En Perspectiva, donde reconoce explícitamente que a los ochenta mil afiliados del Partido Comunista que controlaban al Pit-Cnt, se los llevó puesto un pequeño puñado de radicales irracionales.
Ciudadano: tome nota. ¡Esta gente podría volver a tomar las riendas del país dentro de un año y medio!