LOS tupamaros —hoy disfrazados de "MPP"— lideran con comodidad la lid doméstica del Frente, que hoy, a su vez, pretende disfrazarse de "Nueva Mayoría", como antes lució el disfraz de "Encuentro Progresista". Son rótulos y modos inventados para que se suban a su carro algunos políticos fracasados, que intentan seguir en carrera en fraterno abrazo con Mujica, arriesgándose a que éste los califique de culebras, como lo ha hecho.
Parece que tales ofidios políticos se ruborizan si se les llama frentistas —que es lo que han pasado a ser y que algunos ya fueron en un ayer no muy lejano— pero no se ruborizan en sumarle sus votitos a los ex guerrilleros y a los ex beneficiarios de los rublos del rey de los tiranos, el aterrador Stalin, el "benemérito" Lavrenti Beria, Nikita Kruschev y demás angelitos del Kremlin.
Doctores tiene la Santa Madre Iglesia, además de la contemporánea especie de los politólogos, duchos en explicar por qué el 40% —por lo menos— del 45% de nuestros compatriotas se apresta a perpetrar un error electoral al cuadrado. O, como dicen los penalistas, en reiteración real. Pues van a votar a Vázquez y, además, a Mujica y compañía. Ahora bien, como entre todos esos desnorteados hay muchos jóvenes desconocedores de la historia verdadera de nuestro Uruguay contemporáneo, a quienes les han vendido el buzón de que los tupamaros eran románticos abanderados y nobles luchadores por la democracia y la justicia social, aderezada con la otra gran mentira de que a ellos les debemos habernos sacado de encima a la dictadura, vamos, en esta materia, a poner los puntos sobre las íes.
LOS tupamaros constituyeron un movimiento guerrillero subversivo, autobautizado como el Movimiento de Liberación Nacional (M.L.N.). Lo lideraba Raúl Sendic, un ex socialista que un día dio en propiciar y encabezar las reivindicaciones de los cañeros de Bella Unión, que dos por tres marchaban desde allí hasta Montevideo, donde acampaban en las inmediaciones del Palacio Legislativo. Y que otro día, muy cercano al anterior, abjuró de las nobles y democráticas ideas de Emilio Frugoni y cambió el discurso por las armas de fuego y los artefactos explosivos.
Lo secundaban, "ab initio", Manera Lluveras, Marenales y, a poco andar, Eleuterio Fernández Huidobro, Pepe Mujica Cordano, y alguna decena de muchachos y muchachas trágicamente confundidos. Entre ellos, los hermanos Zabalza, uno de los cuales falleció en el frustrado asalto o copamiento de una comisaría de Pando, "hazaña" no hace mucho conmemorada, créase o no, en su último aniversario. Comenzaron a operar en tiempos del muy democrático gobierno blanco de la U.B.D. (Unión Blanca Democrática) y los herreristas de Don Eduardo Víctor Haedo —la "ortodoxia", así bautizada en la campaña electoral de 1962—, con las armas que en 1963 robaron del Club Suizo de Tiro, en Nueva Helvecia o Colonia Suiza.
SU ideología nunca fue muy definida ni explícita, si bien se sabía que era marxista leninista y de extrema izquierda, tirando y oliendo a Pekín. Más claro, clarísimo, era su objetivo: echar abajo las instituciones democráticas, que por aquel entonces —mediados de los años sesenta— gozaban de muy buena salud y funcionaban perfectamente bien. Y de paso cañazo, encaramarse ellos en el poder, por la fuerza y sin pedirle permiso a nadie. Ni siquiera al pueblo. Naturalmente, llegados a esas alturas no iban a dar las elecciones a cuyo amparo, tras el total y sangriento fracaso de su aventura liberticida, dos de ellos, más una de ellas y el hijo de Raúl Sendic —cuyo padre tenía por nombre de guerra el de "Rufo"—, toman asiento desde hace años en el Parlamento. Iban a instaurar una férrea dictadura de extrema izquierda.
POR alcanzar esa meta vituperable, entre 1967 y 1972, perpetraron infinidad de robos, asaltos, atentados con explosivos que, por ejemplo, determinaron la voladura del Club de Golf y del Bowling de Carrasco, asesinaron policías y modestos soldados, así como al subsecretario del Ministerio del Interior —en aquel fatídico 14 de abril del 72—, el profesor Armando Acosta y Lara. De cuyo crimen, uno de sus autores dijo recientemente no estar arrepentido. Y también mandaron al otro mundo a un inocente peón rural, Pascasio Báez, por el "delito" de haber descubierto una de sus tatuceras.
Además, secuestraron al ministro de Ganadería y Agricultura, el Dr. Carlos Frick Davie, al Fiscal de Corte —el recordado jurista Dr. Guido Berro Oribe— a Ricardo Ferrés, Gaetano Pellegrini Giampietro, al presidente de la UTE, Ulises Pereira Reverbel, y hasta al embajador inglés. A todos los cuales sucuchaban en tenebrosos cubículos subterráneos, que dieron en llamar "la Cárcel del Pueblo".
PRIMERO los encarceló, a casi todos, el recordado Comisario Alejandro Otero, un gran funcionario policial. Fugados que fueron del Penal de Punta Carretas, en sospechosa coincidencia temporal con la liberación del diplomático británico, en setiembre de 71, el presidente Jorge Pacheco Areco, cuya personalidad política había crecido gracias a su enfrentamiento frontal con los tupamaros, sacó de los cuarteles al ejército el cual, tras las elecciones que Wilson Ferreira Aldunate perdió por la engañifa de la imposible reelección de Pacheco, terminó de aplastarlos en octubre de 1972, poniéndolos otra vez entre rejas.
Pero tal decisión, que hubo de tomarse por su obstinación en atacar las instituciones democráticas, no salió gratis. Los capitostes militares de la época los tomaron de pretexto para dar un golpe de Estado, el 27 de junio de 1973, y obsequiarnos once años de ominosa dictadura. Esta, que nunca hubo de haber existido de no ser por culpa directa y evidentísima de estos ex guerrilleros que hoy posan de demócratas —auténticos lobos con piel de cordero—, no terminó gracias a los tupamaros, que estaban en el Penal de Libertad y del cual salieron en marzo de 1985 gracias a una ley de amnistía votada por blancos y colorados, sino en razón de sus propios errores y del hartazgo del pueblo, guiado por los dirigentes políticos de ambos partidos tradicionales.
Sépanlo, jóvenes que en octubre van a votar por primera o segunda vez.