El discurso del nuevo presidente Yamandú Orsi tuvo varios elementos que se prestan para el análisis. Si bien fue un texto dialoguista y amplio, no fue una pieza oratoria para la posteridad, ya que no es ese el estilo del mandatario. Y tuvo tal vez en algunos pasajes un tono algo almibarado, incluso pegajoso, que pareció recordar a algunas de aquellas poesías que nos hacían leer en la escuela hace ya muchos, muchos años.
Pero entre los conceptos que desgranó el presidente hay uno en el que vale la pena profundizar. Y fue cuando ingresó en el tema de la libertad. Según Orsi, “sobrevuela un concepto de libertad ultraindividualista que predica el predominio del más fuerte”. Esa, aclaró, “nunca” será su noción de libertad. Y se preguntó: “¿Cuánta libertad puede ejercer o gozar un compatriota que tiene que peregrinar semanas por un centro de salud para conseguir sus medicamentos? ¿Cuán libre es quien padece serios problemas de vivienda o de trabajo? ¿Cuánto, las mujeres que se sienten violentadas en la calle o puertas adentro de su hogar? ¿Qué libertad individual plena puede ejercerse en medio de la desigualdad colectiva?”.
Empecemos por el principio. ¿Qué quiere decir eso de “ultraindividualista”? Más allá de la moda de los dirigentes de izquierda actuales por encajarle el mote de “ultra” a todo lo que no concuerda con su mirada ideológica, el mismo no ilustra sobre nada que tenga que ver con la libertad. ¿Por qué nunca se escucha hablar de “ultra” cuando quien habla es un extremista de izquierda? ¿Acaso Juan Castillo o Civila son “ultracomunitaristas”?
En segundo lugar, está la obsesión por atribuir al concepto de libertad una cuestión instrumental, cuando es un principio ético y moral. Cuando Orsi contrapone la libertad con cosas como peregrinar por centros de salud o conseguir medicamentos, lo que está haciendo es banalizar un aspecto esencial de la vida humana. Lo mismo podríamos decir de la democracia.
¿Acaso disminuye en algo la importancia de la democracia el hecho de que en pleno goce de la misma en Uruguay haya gente que pueda peregrinar por los centros de salud buscando medicamentos? Algo que pasaba igual en gobiernos del Frente Amplio, vale aclarar. Porque la democracia o la libertad son nociones políticas básicas, que no aseguran una felicidad material, pero sí son vitales para a partir de ellas, procurar ese bienestar. Digamos que son condición necesaria, pero no suficiente.
Pero, además, ¿acaso se está sugiriendo que si sacrificamos el bien superior de la libertad, ello redundaría en alguna mejoría material?
La realidad es que no. Y podemos ver ejemplos bien claros en nuestra región, como Venezuela, como Cuba, donde no hay libertad, y tampoco medicamentos, ni vivienda digna para todos, ni las mujeres evitan ser violentadas. Se trata de una completa falsa oposición.
Concluye Orsi afirmando que no se puede ejercer la libertad individual en medio de la desigualdad colectiva. Esto está mal planteado.
Primero porque es una contraposición falsa. La libertad individual no es la contracara de la desigualdad colectiva, ni mucho menos. Los países con menos libertad individual, son en la mayoría de los casos, los más desiguales en todo el mundo. Y al revés también. Si usted compara los rankings de libertad económica por un lado, y los que califican a los países según el índice Gini, los resultados son casi idénticos. Suiza, Dinamarca, Nueva Zelanda, figuran en el tope de ambos. Porque los países más libres, son más prósperos y justos.
Pero hay algo más. Y es que los países con ciudadanos más libres, son los únicos que están en condiciones de acordar reglas internas que impliquen medidas eficientes de reducción de la pobreza y la desigualdad. Porque para poder acordar un contrato social, es fundamental tener completa capacidad de disponer de tu voluntad. La alternativa es tener una elite de burócratas que decidan por todos lo que le corresponde a cada uno. Y eso no solo no es libertad, y no es democracia. No es sostenible.
El problema es que desde los sectores de izquierda, se sigue viendo a la libertad de las personas con miedo. Y se cree que la gente no está en condiciones de organizar su propia vida de la manera más productiva para todos. Se sigue creyendo que hablar de libertad implica una especie de carrera egoísta, donde cada uno está dispuesto a pisar al de al lado, para ganar él. Una mirada miope, que no tiene sustento ideológico ni práctico que la mantenga.
El presidente Orsi haría bien en leer un poco más del tema.