Ya está, ya pasó el día. Ya fueron celebrados los 200 años de la jornada en que los orientales se declararon independientes del imperio brasileño y de toda otra potencia del mundo. También un 25 de agosto hace un siglo exacto, se inauguró el palacio que alberga al Poder Legislativo. Y en ese mismo día hace 168 años se puso en marcha el Teatro Solís.
Con sobriedad uruguaya, por no hablar de algo cercano a la frialdad, se recordó entonces la fecha que marcó un mojón esencial en la construcción de lo que luego sería el estado uruguayo, una nación autónoma, no solo independiente del imperio que la tenía sometida sino separada de las Provincias Unidas de las que formó parte desde el comienzo mismo de la revolución liderada por José Artigas.
Pasaron dos siglos completos desde que se inició un ciclo que se completa con la Jura de la Constitución en 1830, momento en que formalmente empezó a funcionar el Uruguay tal como lo conocemos hoy. Dentro de cinco años habrá que festejar, esperemos con más entusiasmo, el bicentenario de ese hecho fundacional.
De un tiempo a esta parte las festividades que recuerdan los grandes mojones de nuestra historia se evocan con cierta frialdad y eso no es bueno. Más allá del regodeo que hay en marcar una contradicción, que no es tal, con la fecha de la Independencia, se habló poco en las semanas previas respecto a su importancia. Parecería que la bandera nacional y el patriótico orgullo de ser uruguayo solo se despliega ante un triunfo del seleccionado.
El gobierno anterior intentó devolver a los feriados su importancia y eso se notó en gestos deliberados y a la vez sentidos del presidente Luis Lacalle Pou. Deliberados porque el presidente en forma expresa le daba importancia a los actos en los que participaba para mostrar que no eran un simple ritual protocolar, más allá de que en ocasiones las huestes del hoy senador Salle se encargaban de arruinarlos. Y sentido porque era genuinos en su convicción.
Que el feriado haya caído en un fin de semana largo y que muchos aprovecharon a salir en la tradicional Noche de la Nostalgia quizás influyó en esa frialdad.
Ya nadie recuerda que los festejos del 25 de agosto incluían grandes bailes en los clubes de pueblos, ciudades y barrios de todo el país con las mejores orquestas y nutrida concurrencia. El presidente de la República solía ir a la organizada en el Club Uruguay. Esto sucedía en vísperas del 25 en todo el país para conmemorar no la nostalgia, sino la independencia. Algún día alguien explicará cómo de aquello se pasó a esto.
Es posible que incida en esta frialdad la interminable discusión sobre si lo sucedido en agosto de 1825 fue o no una real declaración de la independencia. Lo fue, sin duda. Todas las declaraciones de independencia de América lo eran respecto a las metrópolis de Europa.
Portugal había conquistado y dominado la Provincia Oriental (una de las Provincias Unidas) y luego dejó su lugar a Brasil nacido de una peculiar independencia cuando el heredero de la corona portuguesa se proclamó emperador de un Brasil separado de Portugal. Por lo tanto, lo del 25 de agosto fue efectivamente una firme declaración para romper todo vínculo con el imperio. Era la segunda vez que la provincia declaraba su independencia de una potencia colonial.
Con Artigas y junto a otras provincias, lo había hecho ante España en 1815 en un congreso realizado en Entre Ríos.
Sin independencia y retorno a las Provincias Unidas, no hubiera habido guerra contra un Brasil que se resistía a ceder este territorio y sin esa guerra no se hubiera llegado a la Convención Preliminar de Paz que separó a la Provincia Oriental y creó un estado nuevo. Y sin ello no se hubiera elaborado la primera Constitución que puso en marcha a nuestro país.
Estas fechas son aún más relevantes cuando se refieren a aniversarios tan emblemáticos como este. Se vinculan a una visión de libertad y de soberanía que viene de mucho antes: basta pensar en el contenido profundo y claro de las Instrucciones del año XIII y la Oración de abril pronunciada por Artigas en Tres Cruces.
Una visión que construyó la tradición libertaria y democrática que aún con sus crisis y sus dramáticas interrupciones, permitió que Uruguay sea una de las pocas democracias plenas del mundo.
Por eso, fiestas como el 200 aniversario del 25 de agosto deben evocarse con espíritu de identificación nacional, con ánimo festivo y también de reflexión.
Lo que aquellos representantes hicieron en Florida marcó lo que somos hoy en 2025.