SEGUIR
El nuevo tiempo internacional que se abrió con el cambio de canciller por un lado y la presidencia del Mercosur para Uruguay por el otro, dejó sentadas las bases de lo que ciertamente puede definirse como la doctrina Lacalle Pou en política exterior.
No se trata de una doctrina muy novedosa en el sentido de romper con los viejos y sabios criterios que debieran guiar siempre a la política exterior de los Estados. Pero sí es claro que luego del largo paréntesis frenteamplista en el poder, trae un viento de renovación que es sin duda muy bienvenido.
En primer lugar, la doctrina Lacalle Pou deja en claro que lo importante son los intereses permanentes del país, y no las afinidades ideológicas como ocurrió en los quince años de administraciones frenteamplistas. No importa, por ejemplo, cuál es el signo político del gobierno brasileño, sino que lo que importa es que se profundice la cooperación bilateral en la frontera en este contexto de pandemia: así se hizo. Tampoco importa el aprecio personal que puedan tenerse los presidentes de Uruguay y Argentina, como es el caso hoy en día, sino que lo relevante es mejorar las condiciones de radicación de inversiones internacionales y de llegada de extranjeros, sobre todo desde la vecina orilla: se tomaron entonces medidas en este sentido.
Las consecuencias de estas definiciones políticas ya se están viendo. Se controló muy bien el brote epidémico de Rivera, por ejemplo, en base también a esa mayor colaboración con Brasil; y se verificó una mayor venta de bienes inmuebles a vecinos argentinos en estos dos meses, lo que ya ha dinamizado nuestro mercado, sobre todo en la capital y en el este del país que tanto precisan de inversiones para salir de la crisis derivada de la pandemia mundial.
En segundo lugar, la doctrina Lacalle Pou entiende que en el juego de rivalidades cada vez más importante entre China y Estados Unidos no hay que elegir un campo en detrimento de otro. A diferencia del navegar sin rumbo que fueron los años de gobiernos frenteamplistas, en los que no se logró ni un tratado de libre comercio con China ni tampoco uno con Estados Unidos, el camino anunciado por Lacalle Pou es avanzar, a la vez, con ambas potencias comercial y económicamente, sin que ello signifique alineamiento alguno desde el punto de vista político con ninguna de las dos.
Obviamente, esta dimensión precisa de una diplomacia avezada y criteriosa. Pero no es imposible: allí está el ejemplo de Chile que logró en su momento firmar tratados con ambas potencias mundiales. También, el objetivo de apertura comercial que es tan necesario para que nuestras exportaciones de calidad, sobre todo vinculadas a la agropecuaria, puedan ser más competitivas, tendrá en estos meses un avance sustancial con relación a Europa.
Por supuesto, sería ingenuo creer que se está cerca de lograr que el teórico acuerdo de libre comercio con la Unión Europea baje a tierra, por ejemplo, cuando es sabido que todavía falta que los parlamentos de los países de esa unión lo ratifiquen. Sin embargo, como bien lo ha señalado el presidente, importa no abandonar a mitad de camino estas importantes negociaciones entre los dos bloques regionales.
En tercer lugar, la convicción aperturista de la doctrina Lacalle Pou abarca dimensiones que son menos clásicas pero igualmente muy importantes para el progreso del país. En efecto, se avanzó ya en acuerdos con grandes firmas tecnológicas de Estados Unidos para una mayor cooperación en desarrollos de aplicaciones de internet y para la formación de mano de obra en tiempos de economía digital.
De nuevo, la diferencia con los gobiernos anteriores es enorme, ya que los prejuicios ideológicos de la izquierda impidieron en su momento que la educación pública avanzara en un acuerdo formidable con Google que promovía el conocimiento de los niños que más lo necesitan.
Apertura al mundo, con vínculos estrechos con las principales potencias; realismo en las relaciones con nuestros vecinos, sin limitar decisiones soberanas que favorecen nuestros intereses comerciales, demográficos y económicos; defensa del interés nacional, independientemente de afinidades ideológicas o de simpatías personales; y empeño por avanzar rápidamente de forma de insertarnos en la nueva economía internacional, apoyándonos en nuestras ventajas comparativas, es decir, en el reconocido “soft power” que nos distingue por ser una democracia estable con seriedad institucional: estos son los pilares de la doctrina Lacalle Pou en política exterior. Y son buenas noticias para el país.